La metafísica afronta las cuestiones perennes por más moderno que sea el hombre

En diálogo con el filósofo español padre Leopoldo Prieto (Parte I)

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Por José Antonio Varela Vidal

ROMA, jueves 8 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Hoy se inaugurael V Congreso Mundial de Metafísica, que reunirá en esta ciudad a filósofos de todo el globo en un evento que, según los organizadores, a través de los años se ha convertido en un foro internacional de diálogo, donde exponentes de las más variadas disciplinas académicas se enriquecen mutuamente en la búsqueda del fundamento último de sus respectivas ciencias.

Para profundizar un poco más sobre lo que es la metafísica y la importancia de la filosofía para los estudios de la teología hoy, entre otros temas de la sociedad contemporánea, ZENIT entrevistó al filósofo español, doctor Leopoldo Prieto, presbítero de la archidiócesis de Madrid y catedrático de la flamante Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid.

¿Qué dice la metafísica al hombre de hoy, hijo de esta sociedad moderna, nihilista…?

–Leopoldo Prieto: La metafísica afronta las cuestiones perennes, que son el fundamento e inicio de la filosofía. Por más moderno o nihilista que sea el hombre no deja de ser eso… hombre. En la metafísica, en primer lugar, hay una teoría de la realidad, que es una teoría del ente. Así es como Aristóteles concibe esta ciencia, a la que no le da el nombre de metafísica, sino que la llama la ciencia primera. Las demás ciencias tienen su apoyo precisamente en esta ciencia y por eso Aristóteles las llamaba ciencias segundas. Al ser la metafísica el estudio del ente en cuanto tal, le corresponde elaborar una teoría general de las cosas en aquello que son, a lo que clásicamente se llama la esencia de algo. Por relación a la esencia, la metafísica clásica estudia una serie de nociones especiales a las que da el nombre de categorías o predicamentos.

¿Allí empieza el campo de interés de la metafísica o aún antes?

–Leopoldo Prieto: Antes de la esencia, a la metafísica interesa estudiar el ser del ente y las propiedades comunes que todo ente tiene por el hecho de ser tal. Tales propiedades comunes reciben el nombre de transcendentales. De manera que el estudio del ente al que se dedica la metafísica se divide en el estudio del ser y de las propiedades transcendentales anejas a éste y el estudio de la esencia y las propiedades especiales que se derivan de ésta, las categorías. Posteriormente la metafísica estudia la actividad de los entes, que en sus diversas modalidades constituye lo que se llama la causalidad. Se podría decir, por tanto, que la metafísica se construye, en última instancia, sobre dos coordenadas: una que estudia el ‘ente en su constitución’ (esencia-categorías y ser-transcendentales) y otra estudia el ‘ente en su operación’, y esto es la causalidad.

¿Qué otros aportes ofrece?

–Leopoldo Prieto: Hay que ampliar algo más a algunos aspectos antes referidos. Como acabo de mencionar, la metafísica aporta también por medio de la doctrina de las categorías, una teoría de los modos específicos o particulares de ser de las cosas, que es lo que los griegos decían categorías. Creo que esto sigue siendo una gran aportación de la filosofía clásica, pero a la que se han hecho muchas críticas, no siempre justas. Luego la metafísica aporta una ‘teoría de los modos trascendentales del ente’, en la que se encuentran algunas de las cuestiones más densas y ricas de la filosofía, como son: la unidad, la verdad, la bondad, la belleza. A partir de ellas la metafísica se demuestra como ciencia primera y fundamento de otras ciencias, dado que por medio de la unidad se ponen los fundamentos de la teoría del continuo y del número para la matemática (al menos la clásica); por medio de la verdad, la metafísica establece el fundamento de la teoría del conocimiento; por medio de la belleza, el fundamento de la estética; por medio de la bondad, el fundamento de la ética.

En aquel famoso mensaje del Concilio Vaticano II a los pensadores, se les dijo que «pensar es una responsabilidad y es un deber», ¿cómo entender esto hoy?

–Leopoldo Prieto: Se entiende que la teoría antecede y orienta la práctica y que solo son humanas las acciones realizadas con conocimiento. El hombre, al menos el hombre cabal, no obra a ciegas. De este modo conocimiento y teoría orientan racionalmente sus actos. O dicho de otro modo, si no se está en la verdad no se puede obrar el bien. Se podrá tener buena intención, pero la acción realizada no es la conducente al fin propuesto. Por consiguiente, no solo es responsabilidad del hombre el pensar, sino el pensar con verdad las cosas, pensar la verdad de las cosas, no inventarlas y vivir en la verdad. Inventar es muy bueno: es el campo de la fantasía, del arte y de la técnica, pero no el de la filosofía. La filosofía no debe disolverse en literatura o teatro o demás cosas de este género. La filosofía es el afán de la verdad. En ese sentido es una alta responsabilidad de toda persona pensar verdaderamente qué son las cosas, el mundo, quién es uno mismo.

¿Y porqué se dijo que pensar es un deber?

–Leopoldo Prieto: Es un deber porque el hombre vive en un nivel de realidad en el que, satisfechas sus necesidades orgánicas, todavía queda insatisfecho y se abre entonces a un ámbito infinito. Tiene una vida que lo lleva a conocer las cosas como son en sí mismas, y de acuerdo a este conocimiento, puede conducir su vida con libertad y, por tanto, con responsabilidad. Por eso, no sólo los filósofos de profesión, sino la gente debe ser consciente de la importancia de tener alguna formación en filosofía según sus intereses y disponibilidad de tiempo.

¿La gente laica vuelve a estudiar filosofía?

–Leopoldo Prieto: Yo me congratulo viendo cómo un número creciente de personas, con estudios y profesiones de alto nivel de formación, llegan a nuestra universidad a estudiar filosofía… Y se admiran de una nueva visión de la realidad, de una nueva manera de mirar las cosas, más fundamental, más radical, a la que no habían tenido acceso antes, porque han estudiado ciencias particulares, y ven el campo inmenso que la filosofía les abre. Inmenso, en verdad, porque además de estudiar el mundo, el conjunto de realidades físicas que nos rodean, la filosofía se hace cargo del hombre… y de Dios en lo que está al alcance de la razón.

A otros quizás se les hace más difícil encontrar la importancia de los primeros años de formación filosófica… Me refiero a los que la estudian para luego seguir con la teología.

–Leopoldo Prieto: La Iglesia nunca ha dejado de valorar la buena filosofía y es cada vez más consciente del papel insustituible de la razón en la fundamentación de la fe. La Iglesia es hoy la gran valedora de la razón en un mundo que se despide de la racionalidad. Prueba de lo que digo es la encíclica Fides et Ratio, de Juan Pablo II, donde se llamaba la atención sobre el valor insustituible de la razón para la fe, en dos posiciones. Primero, en la elaboración sistemática del dato revelado; y segundo, en el intento de indagar y escrutar, en la medida de lo posible al hombre, la hondura abismal del misterio revelado.

Cumple un rol importante, entonces…

–Leopoldo Prieto: Dicho de otro modo, en la Iglesia siempre se ha entendido que la tarea filosófica, es decir, el trabajo de la razón organizado sistemáticamente y aplicado al estudio del dato revelado, es imprescindible. San Anselmo de Canterbury definía por eso la teología como la fe que quiere la luz de la comprensión (fides quaerens intellectum).
Un gran teólogo del siglo XVII dice a este propósito: “Es imposible llegar a ser un buen teólogo si antes no se han sentado sólidamente los fundamentos de la metafísica”.

¿Una teología con fundamento, como dice el papa actual?

–Leopoldo Prieto: En la fe existe una tensión hacia la comprensión. Nadie como san Agustín ha entendido esta tensión de la fe. Naturalmente que es menester evitar los escollos del racionalismo. A la pregunta de a qué nos ayuda la filosofía en relación con la fe hay que responder que a servirnos de la luz de la razón, puesta por Dios en nosotros, que debe convivir armoniosamente con la otra luz, la de la fe, mientras somos viatores, caminantes por el mundo, porque en el cielo esta tensión de la fe desaparecerá y se resolverá en la visión facial ante Dios. En este sentido la expresión clásica consideraba a la filosofía como sierva de la teología (ancilla theologiae). Ahora bien, por más que sea modesta, la sierva es necesaria a la señora.

Hay que estudiarla en serio, ¿no?

–Leopoldo Prieto: Aquí, in statu viae, mientras caminamos por este mundo, tenemos necesidad de estudiar y de penetrar racionalmente, en la medida de lo posible, el contenido de la fe. Y esto es lo que hace la teología. La teología tiene dos grandes partes: una es la teología positiva en la que se recibe el dato revelado, la revelación, que se acoge en la fe, y que está de algún modo vinculada especialmente a la patrística y a la historia de los concilios, que van elaborando progresivamente el contenido de este dato revelado.

¿Y la otra parte?

–Leopoldo Prieto: Luego hay un momento especulativo, que es la teología dogmática, en la que se trata de elaborar racionalmente, si es lícito hablar así, el misterio del Dios que se revela como Uno en su naturaleza y Trino en sus Personas, una de las cuales, precisamente el Hijo, se encarnó llegada la plenitud de los tiempos. Pues bien, en la elaboración de estas afirmaciones contenidas explícita o implícitamente en el Evangelio, resulta ineludible recurrir a la filosofía, como de hecho hicieron los padres y los primeros concilios de la Iglesia, para tratar de formular la fe y dar razón de la misma, como el propio san Pedro pedía en una de sus epístolas. Siempre, por tanto, desde los primeros padres de la Iglesia, los llamados padres apologistas, y los primeros concilios (especialmente Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia), la Iglesia ha buscado para la fe el apoyo y la compañía de la filosofía.

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ZENIT Staff

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