La migración y la familia

Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán (México)

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CIUDAD DE MÉXICO, sábado, 24 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán (México) sobre la migración y la familia.

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Durante la presente semana se están realizando algunos eventos sobre el fenómeno migratorio, tan generalizado a nivel mundial, con sus efectos positivos y negativos. He podido asistir a algunas conferencias, que me llevan a reflexionar al respecto en este mensaje, aunque sea brevemente, aplicándolo a la Diócesis de Tehuacán.

Las personas y familias tienen derecho a la movilidad; pero es desgarrador cuando ésta se realiza de manera forzada, especialmente por la extrema pobreza, a lo cual se suma la creciente violencia e inseguridad. Emigrar implica dejar casa, lugares, afectos, tradiciones, todo con el afán de buscar mejores condiciones de vida, pero con frecuencia sólo llegan desengaños y hasta la muerte.

En Tehuacán hay mucha migración del campo a la ciudad; también hacia ciudades más grandes fuera de la Diócesis, incluyendo el extranjero; no deja de haber migración de tránsito, especialmente de centroamericanos en su camino hacia el «Norte». Prácticamente no hay familia que no esté afectada por la migración de alguno o algunos de sus miembros. A veces emigran familias enteras.

¿Qué hacer ante esta situación? ¿Quejarnos y echar la culpa a otros, especialmente a las Autoridades? Pensamientos de este tipo pueden provocar amargura y hasta rencor. Pero considero importante no dejarnos abatir, alimentando el pesimismo y la desesperanza. Doy algunas sugerencias, a las que usted puede sumar otras.

Quien ha emigrado: No deje de mantener el vínculo con su familia y los valores de su cultura y tradiciones, incluida, desde luego, la religión. Sea usted diligente en su trabajo y en el manejo de los ingresos económicos; pero esmérese más allá de lo puramente económico, con tenacidad y creatividad busque mejorar su instrucción, sus capacidades y habilidades. Aproveche los sanos ofrecimientos de acogida de la comunidad humana a donde llega. Incremente su fe; es valioso pertenecer a la comunidad parroquial del lugar de residencia. Agradecido por la acogida, también con generosidad comparta ahí los propios valores. No se olvide de Dios, como Dios no se olvida de usted.

Quienes permanecen en casa: Fortalezcan el núcleo familiar, en el cual incluyan a quien(es) ha(n) partido. Sean sensibles con otras personas o familias emigradas y que llegan a la propia comunidad. Jesús menciona como obra de misericordia que se hace a Él mismo cuando se atiende al forastero. Si queremos que traten humanamente a nuestros familiares, así debemos serlo con otros que viven cerca, para que seamos con ellos prójimos, como nos encarga Cristo Jesús.

Atendamos especialmente a los más desprotegidos, por ejemplo los menores de edad y las mujeres. Cada persona que emigra es miembro de una familia; que la emigración no separe y divida las familias, hagamos todo lo posible por reunificarlas. En la medida de las propias responsabilidades y competencias, que se busque la creación de nuevas fuentes de empleo. Todo discípulo de Cristo está obligado moralmente a no desperdiciar oportunidad de que ganemos todos y en armonía. La caridad en la verdad nos lleve a ser creativos y solidarios.

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ZENIT Staff

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