La mujer en la Iglesia

Consideraciones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel

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SITUACIONES

Con frecuencia se oyen veces pidiendo más participación de la mujer no sólo en la vida eclesial ordinaria, sino en ministerios jerárquicos, con la posibilidad de la ordenación sacerdotal, como lo hacen algunas confesiones no católicas. Cerrarles esta puerta es juzgado como una discriminación, una cerrazón a los nuevos tiempos, un machismo que ya debería ser superado.

Es verdad que, en general, son las mujeres quienes más participan en las celebraciones, en las catequesis, en las diversas áreas de la pastoral social. Son quienes más se acercan al sacramento de la reconciliación. Son las más disponibles para muchas de las iniciativas parroquiales. Su presencia siempre ha sido significativa. Sin embargo, no es esto lo que se pide. Se exige la ordenación no tanto para el diaconado, sino para el presbiterado y el episcopado. No faltó algún despistado sacerdote, seducido por su propaganda mediática, que dijo que llegará el tiempo en que habrá una mujer como Papa.

Que las mujeres siempre han desarrollado variados servicios, todos lo constatamos. Mi abuela fue líder religiosa en mi pueblo, durante mi infancia. Una tía fue la única catequista del lugar. Sin ellas no habría vida y movimiento en muchas de nuestras parroquias. Todavía falta camino para avanzar en algunas poblaciones indígenas, pero poco a poco los varones van reconociendo que ellas también valen, que son inteligentes y que pueden servir en muchas tareas pastorales, indispensables para el crecimiento de la vida cristiana en las comunidades.

ILUMINACION

Al respecto, dijo el Papa Francisco en su vuelo de Brasil a Roma: Una iglesia sin las mujeres es como el Colegio Apostólico sin María. El papel de la mujer en la Iglesia no es sólo la maternidad, sino que es más fuerte: es como el icono de la Virgen, Nuestra Señora; ¡aquella que ayuda a crecer a la Iglesia! ¡Piensen que Nuestra Señora es más importante que los Apóstoles! ¡Es más importante! La Iglesia es femenina: es Iglesia, es esposa, es madre. No se puede entender una Iglesia sin las mujeres, pero mujeres que estén activas en la Iglesia, con sus perfiles, que llevan adelante. En la Iglesia, debemos pensar en la mujer en esta perspectiva de opciones arriesgadas, pero como mujeres. Esto se debería explicar mejor. Creo que no hemos hecho todavía una profunda teología de la mujer.

No se puede limitar al hecho de que haga de monaguillo, o sea la presidenta de Cáritas, la catequista… ¡No! Tiene que haber más, más profundamente, incluso más a nivel místico. Y, en relación con la ordenación de mujeres, la Iglesia ha hablado y dice: «No». Lo ha dicho Juan Pablo II, y con una declaración definitiva. Aquella puerta está cerrada, pero sobre esto quiero decir algo. Ya lo he dicho, pero lo repito. Nuestra Señora, María, era más importante que los apóstoles, que los obispos, los diáconos y presbíteros. La mujer, en la Iglesia, es más importante que los obispos y los presbíteros. ¿Cómo? Es lo que debemos tratar de explicar mejor, porque creo que falta una explicación teológica de esto”.

COMPROMISOS

Pastores y fieles debemos revisar nuestra apertura a esta mayor participación de las mujeres en los consejos parroquiales, en los centros de formación teológica, en la preparación de los futuros sacerdotes, en cargos pastorales no sólo parroquiales, sino también diocesanos e internacionales, etc.

Lamentamos que haya mujeres que se resisten a recibir la comunión eucarística de manos de una mujer, incluso de una religiosa, sino sólo de manos de un sacerdote. Con paciencia y comprensión, hemos de educarles y educarnos en el plan de Dios para la mujer, que de ninguna manera es discriminatorio, aunque sí distribuye los servicios en forma diferenciada. Sólo a las mujeres confió la gran dignidad y el enorme servicio de ser madres.

En definitiva, como recordaba Juan Pablo II, «el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos» (22-V-1994). A ser santos hemos de aspirar todos, y es más santo quien más ama, quien más sirve a los demás.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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