La mujer, ni sublimada ni subordinada; explica una teóloga

Blanca Castilla de Cortázar apuesta por una antropología de la relación

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 11 febrero 2008 (ZENIT.org).- Juan Pablo II, con su carta «Mulieris Dignitatem», creó un antes y un después en la Iglesia con su visión de la mujer como imagen de Dios. Lo afirmó la teóloga española Castilla de Cortázar en el congreso vaticano sobre «Mujer y varón, la totalidad del humanum» del 7 al 9 de febrero.

«Es la primera vez que en el Magisterio se afirma explícitamente que la mujer, en cuanto mujer, es imagen de Dios», dijo en referencia a la carta apostólica del Papa Karol Wojtyla, publicada hace veinte años.

Así mismo «el cuerpo sexuado es la imagen de Dios», explicitó, «varón y mujer los creó» (Génesis 1, 27): «El cuerpo es expresión de aquello que la persona es en su ser más íntimo», añadió en su ponencia ofrecida ante la cumbre internacional organizada por el Consejo Pontificio para los Laicos.

Blanca Castilla de Cortázar, docente de Teología en el Instituto Juan Pablo II de Madrid, afirmó que «la teología de la imagen manifiesta en los versículos bíblicos «mujer y hombre los creó» la naturaleza del hombre como ser racional y libre».

El tema de su ponencia fue precisamente: «Dios creó al hombre a su imagen, a su imagen los creó, hombre y mujer los creó».

«La amplia novedad de Juan Pablo II –reveló– es la dimensión relacional que está inscrita en el ser humano. Una relación que supone la perfecta igualdad», reveló esta doctora en teología por la Universidad de Navarra.

«El modo de procrear –ilustró– presenta en modo plástico la maternidad como una relación diversa a aquella de la paternidad: el hombre al donarse sale de sí mismo y saliendo de sí da a la mujer y su don se queda en ella: la mujer lo hace sin salir de sí, más bien acogiendo dentro de sí».

Estos dos modos de darse son complementarios, de otra manera «el hombre sin la mujer no tendría donde ir y la mujer, sin el hombre no tendría a quién acoger: la diferencia de estas dos relaciones es el ser orientadas una a la otra, esto es lo que da la posibilidad de la unidad entre los dos, si ambos se dieran en la misma dirección irían paralelamente sin encontrarse».

De lo cual se deriva que «el modo de amar y de donarse a los otros es esponsal, la apertura relacional es estructurada esponsalmente», afirmó la ponente.

Blanca Castilla recordó que la carta «Mulieris Dignitatem» es un documento que no solamente habla de la mujer sino que se refiere a una antropología y a la teología.

«La imagen de Dios no solamente se da en cada persona individual sino en el vivir para cada uno, la relación en cuanto que te abre al amor y posibilita la comunión de personas eso también forma no sólo parte de la imagen de Dios sino que es la plenitud de la imagen».

«Cuando dice que el hombre no puede vivir solo sino en la unidad de los dos eso es algo que se ve con mucha claridad en el matrimonio –recalcó Castilla al margen de la conferencia–, pero que luego a lo largo de la historia y de la construcción del mundo -y en la misma Iglesia- se realiza de modos muy diversos de tal manera que la dualidad está presente siempre como fuente de fecundidad».

«Juan Pablo II dice que la imagen de Dios es una imagen trinitaria, es decir que para descubrir a fondo la originalidad de la diferencia hombre y mujer hay que fijarse que en Dios hay una diferencia dentro de la Trinidad que no rompe la igualdad, eso es una afirmación que puede hacer ampliar todos los tratados de la dogmática», reveló.

Estos estudios son «teológicamente una tarea apasionante» y por otra parte «también se ve que hay tareas pendientes aparte de las que con estos principios de la antropología personalista y de la Imago Trinitatis que ha abierto Juan Pablo II él no le ha dado tiempo de explorarlo todo y por tanto hay por ejemplo, haría falta desde esas coordenadas explicar lo que es la analogía esponsal».

«Parece que siempre ha estado jerarquizada –el esposo siempre era Dios o Cristo– y la esposa la humanidad, entonces realmente si ser esposo y esposa son arquetipos de lo masculino y de lo femenino hace falta reinterpretarlos desde la Imago Trinitatis eso abriría nuevas luces para explicar mejor la eclesiología, es decir prácticamente casi todos los tratados de la Trinidad», explicó la profesora española.

Valorando el congreso antes de su conclusión, dijo que «hay otro punto que hemos puesto estos días en común, que la Filosofía occidental está basada en la prioridad de un uno monolítico diferenciado que no deja a lado el dos, por eso cuando los hombres han hablado de las mujeres pues siempre las han puesto, las han sublimado las han subordinado, pero nunca es una diferencia al mismo nivel y luego cuando las mujeres han querido hacer más su identidad las alternativas son o imitar o suplantar, quitar al otro para poder ponerme yo o anular la diferencia. Y eso en el fondo es un déficit filosófico».

Para corregirlo, «de una cosmovisión que está centrada solamente en el uno haría falta desarrollar una filosofía en la que la díada fuera posible».

En este sentido, la teóloga desearía «una díada con una convivencia pacífica a imagen de la triada divina».

También denunció «la ideología que hoy en día se intenta imponer, que supone decir que la diferencia es irrelevante o la puedo elegir yo a la carta, sin tener en cuenta que el ser humano tiene algo recibido porque nadie se ha hecho a sí mismo».

«Lo más terrible que le puede pasar al hombre es tener una libertad sin tener un proyecto, sin tener un sitio dónde ir, sin tener algo que realizar, entonces la dignidad humana que también se manifiesta en el cuerpo que se manifiesta en la sexualidad –que se manifiesta en ser varón y en ser mujer– y es no un límite que yo puedo manipular con mi libertad sino que es parte de algo que he recibido y realizándolo conforme a su dignidad es como yo puedo alcanzar la felicidad».

La felicidad, concluyó, «en el fondo es lo que todo el mundo ansía» y que «se consigue no pensando en uno mismo sino pensando desinteresadamente»: «tanto el varón como la mujer tienen un modo de darse a los demás que es distinto y complementario, por eso también es fuente de atracción y sobre todo de fecundidad».

Por Miriam Díez i Bosch

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación