La mujer, «pedagoga» del hombre

Entrevista con la biblista francesa Anne-Marie Pelletier

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

PARÍS, lunes, 7 marzo 2005 (ZENIT.org).- Con motivo de la Jornada Mundial de la Mujer, Anne-Marie Pelletier, una de las expertas en Biblia más conocidas en Europa, invita a redescubrir con «audacia» la relación de complementariedad que existe entre hombre y la mujer.

En particular, sugiere en esta entrevista concedida a Zenit la lectura de la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y el mundo» publicada el 31 de julio de 2004 por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Anne Marie Pelletier, profesora de hermenéutica bíblica en la Escuela Catedral de París y en la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Sorbona, ha publicado libros como «El cristianismo y las mujeres» (Éditions du Cerf) y numerosos artículos sobre la mujer en la Biblia.

–La acusación de misoginia que se hace al cristianismo ha vuelto a cobrar actualidad a través de publicaciones de gran éxito. ¿Cómo cree que hay que responder?

–A. M. Pelletier: Sin huir, pero tampoco sin dejarse impresionar demasiado por todo lo que dicen los medios de comunicación… Sí, es verdad, es una cuestión sensible, y está bien que sea sensible, aunque en ocasiones se afronte por caminos dudosos. Por ejemplo, «El Código da Vinci» de Dan Brown no es la mejor ayuda para reflexionar inteligente y serenamente sobre esta cuestión. De todos modos, me parece que es esencial mantener la atención por este problema. ¿Cómo es posible que la vida de las mujeres, que con frecuencia es una historia de injusticia y violencia, sea indiferente para los cristianos? ¿Cómo es posible imaginar que la visión de la mujer, que se encuentra en el principio de nuestra humanidad, no tiene nada que ver con nuestra relación con Dios? En una publicación reciente, he leído palabras sorprendentes: «La manera en que se trata a una mujer corresponde a la manera en que se vive con Dios». Las ha escrito un hombre, un joven exegeta dominico, en un libro en el que gran preparación comenta el Libro de Samuel (Philippe Lefebvre, «Les livres de Samuel et les récits de résurrection», Paris, Cerf, p. 371). El hecho de que los cristianos podamos decir o escuchar esta afirmación me parece capital. Y es una suerte de nuestro tiempo presente el que esto suceda.

–Usted ha sido profesora de Biblia, como «memoria cultural», en la Universidad de Nanterre a estudiantes cristianos y de otras religiones. La Biblia –el Antiguo y el Nuevo Testamento–, ¿es misógina?

–A. M. Pelletier: Creo que es imposible responder en pocas frases a esta pregunta. Quien quiera demostrar que la Biblia es misógina, encontrará materia para justificar su objetivo, sencillamente porque Dios se revela en el contexto de nuestra historia, es decir, en el marco de realidades humanas impregnadas de misoginia. Por el contrario y al mismo tiempo, la historia bíblica no deja de evocar la presencia de mujeres en los momentos decisivos de la historia. Muestra continuamente cómo las mujeres se encuentran en proximidad inmediata a los pensamientos y del plan de Dios. Es verdad que se puede leer el texto sin ver esto o sin quererlo ver. Pero la importancia que nuestra época da a la cuestión de la mujer debe estimular a los cristianos a leer mejor el texto, a descubrir esta dimensión femenina de la historia bíblica.

Volviendo a su pregunta, y sin entrar detalles de lo que sería una inmensa investigación, yo diría que el primer gran mérito de la tradición bíblica en este sentido es el diagnóstico que hace de la relación mujer-hombre. Se formulan dos afirmaciones esenciales, que deberían ser siempre tenidas en cuenta.

La primera es que la relación del hombre y de la mujer es fundamental, fundamenta nuestra humanidad. Desde el inicio del libro del Génesis, se califica a esta realidad de la creación como «muy buena». Se da, por tanto, una confianza y un optimismo decidido que no hay que olvidar.

La segunda afirmación es que, en el régimen actual de nuestra vida, esta realidad muy buena está marcada por la oscuridad y expuesta al drama. Se encuentra por tanto en espera de una curación. Y forma parte precisamente del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio el hecho de que Cristo dé al hombre y a la mujer la capacidad de afrontar las pruebas que alteran su relación. En él, la potencia de la Resurrección toca y rehace esta relación.

La acogida de estas dos afirmaciones permite considerar la historia de nuestras sociedades con realismo y confianza al mismo tiempo. De este modo, se puede comprender que en el transcurso de los últimos veinte siglos, los cristianos no han dejado de luchar con esta realidad, en la medida en que al acoger la Palabra de Dios ésta experimenta nuestras resistencias y obscuridades.

Es absurdo decir que la Iglesia habría censurado lo femenino siguiendo un plan maquiavélico. Por el contrario, es evidente que con frecuencia ha sido difícil comprender la visión de Dios sobre la diferencia de sexos, acogerla serenamente como una gracia, como vemos que hace Cristo con las mujeres en los evangelios. Pero, ¿quién puede pretender que en este momento nuestros corazones sean totalmente transparentes a los pensamientos de Dios?

–La lectura del Cantar de los Cantares ha caracterizado siempre su lectura de la Biblia. ¿Qué le ha aportado la lectura del «Primer» Testamento a la comprensión del mensaje bíblico sobre el hombre y la mujer en el designio de Dios?

–A. M. Pelletier: Creo que ese libro es realmente fundamental. De hecho, no es una convicción original mía. Durante la época de los Santos Padres, durante la Edad Media, y posteriormente, así lo creían comentadores considerados con frecuencia entre los grandes autores espirituales y místicos de la tradición cristiana. La excelencia del Cantar de los Cantares estaba esencialmente ligada entonces a su capacidad para expresar el asombro ante la Alianza, tal y como lo experimenta Israel (el Cantar de los Cantares es un gran texto de la tradición judía), tal y como lo experimentan los bautizados ante la relación de amor entre Cristo y la Iglesia. Un cristiano de hoy que lea a san Bernardo o a santa Teresa de Ávila, comentadores de este pequeño libro bíblico, puede reconocer perfectamente la gracia de su bautismo, expresada con el diálogo lleno de asombro y de júbilo del Cantar. Pero, además, este lector moderno puede dar a su lectura una dimensión suplementaria. En efecto, nosotros podemos reconocer en nuestra experiencia del amor humano el camino que Dios ha escogido para revelar el amor que tiene por nosotros. Esta realidad humana es como el objeto de una elección divina que le imprime gravedad y bondad al mismo tiempo, haciendo que sea el signo privilegiado de ese Dios, de quien Cristo nos reveló el rostro.

–Estos 26 años de pontificado han aportado varios documentos sobre la mujer. Desde su punto de vista, ¿hay alguna novedad en la reflexión sobre el papel de la mujer en la Iglesia?

–A. M. Pelletier: Una de las características del pontificado del Papa Juan Pablo II es la de haber introducido entre las cuestiones esenciales para Iglesia de este tiempo la de la identidad y vocación de las mujeres. Se trata de una gran novedad que lleva sin duda el sello de la personalidad del Santo Padre. Su percepción sobre las realidades de la vida conyugal, y en particular de lo femenino, se remonta al inicio de su vida sacerdotal. Y no ha dejado de volver sobre esta realidad con insistencia, a pesar de que –hay que admitirlo– no les preocupa a muchos hombres en la Iglesia y en la sociedad.

Por este motivo, hoy tenemos a nuestra disposición hoy un importante conjunto de textos, de la «Mulieris dignitatem» a la «Carta a las mujeres», en los que Juan Pablo II describe y analiza con mucha finura la característica fundamental que aportan las mujeres a la vida humana.

En estos textos, el Papa recalca por activa y por pasiva la importancia del papel de las mujeres para humanizar a nuestro mundo. Al Papa le gusta presentar a las mujeres como «pedagogas del hombre». La expresión es fuerte. No es totalmente inédita. Algún Padre de la Iglesia, en los primeros siglos del cristianismo, ya formulaba este pensamiento. Pero Juan Pablo II insiste en ello con una fuerza singular. De este modo, nos invita a superar una cierta fascinación por los valores con frecuencia sumamente masculinos que rigen el mundo. Nos exhorta a identificar otras formas de eficacia, la testimoniada por muchas mujeres a través del mundo, que se ponen al servicio de la vida, de manera oculta, pero con infinita valentía, en particular allí donde está amenazada y desfigurada. De hecho, nos hace remontar al corazón del Evangelio y de los pensamientos de Dios: ¿acaso la historia de la Revelación no es una historia de la dulzura del amor, de la fuerza invencible del amor, que Dios opone frente a la violencia de la humanidad? Es lo que los cristianos vamos a meditar en unos días, al seguir a Cristo en su pasión y resurrección.

–¿Podría darnos una idea para celebrar esta Jornada Internacional de la Mujer?

–A. M. Pelletier: Siguiendo con lo que decíamos antes, ¿por qué no leer el texto de la Carta a los obispos, publicada en el verano pasado, que ha pasado casi desapercibida? Su título es «La colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y el mundo». Se han hecho pocos comentarios, como pocos deben ser sus lectores, sin duda. Entre los comentarios que se han publicado, algunos consideran que no dice nada nuevo. Pero, ¿es algo banal y sin consecuencias el hecho de invitar, como hace el texto, a no ver en la entrega al otro, como lo testimonian tantas vidas de mujeres, un signo de inferioridad, sino más bien una cercanía especial con Dios, que se entregó «por nosotros los hombres y nuestra salvación»? (Cf. número 6)

O, ¿es que es un pensamiento sin consecuencias la afirmación de que «el signo de la mujer es más que nunca central y fecundo», expresado en la última parte del documento que tiene por título: «La actualidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia»? (Cf. número 15). Signo quiere decir reconocimiento e imitación. Una manera de invitar a los hombres a que aprendan de las mujeres. Hay que reconocer que en esta propuesta hay audacia.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación