La nevada de la basí­lica de Santa María Mayor

Desde su milagrosa fundación hasta nuestro días, la iglesia comunica un intenso mensaje de unidad de la naturaleza humana y divina de la Virgen Marí­a y de Nuestro Señor Jesucristo

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El lunes 5 de agosto, en la basílica de Santa María Mayor en Roma, una solemne eucaristía presidida por el arzipreste de la basílica papal, el cardenal Santos Abril y Castelló, celebró el aniversario de la fundación de la iglesia que tuvo lugar durante el pontificado del papa Liberio (352 -365).

El pontífice, según la tradición, habría trazado el perímetro de la iglesia sobre el manto de nieve que cayó excepcionalmente en Roma el 5 de agosto del año 358. Este evento se recuerda cada año lanzando pétalos blancos desde la bóveda de la iglesia.

Oficialmente llamada «Basílica papal patriarcal Mayor arciprestal Liberiana», más comúnmente conocida como basílica de Santa María Mayor, la iglesia ha asumido a lo largos de los siglos varias titulaciones, testificando los recorridos teológicos y espirituales del cristianismo a través de los siglos.

Así se conoce con el nombre de Basílica Liberiana a partir del siglo IV, en virtud del hecho que, según el Liber Pontificalis, habría sido construida sobre el antiguo sitio del Titulus Liberii. Las investigaciones arqueológicas han desmentido posteriormente esta teoría, poniendo correctamente la fundación de la basílica bajo el pontificado de papa Sisto (432 – 440), pero dejando intacto el valor de la antigua denominación.

En el sigo IV, precisamente con el papa Sisto III, la basílica es llamada también Teothokos (Madre de Dios). Así lo indicaba una inscripción dedicatoria de la contra fachada, hoy perdida, para subrayar la importancia del dogma cristiano de la Madre de Dios, consagrado en el Tercer Concilio Ecuménico de Éfeso (431) contra la herejía nestoriana.

En el siglo VII, se llama a la basílica con el título de Santa Maria ad Praesepio que aparece por primera vez en el Liber Pontificalis, en la sección sobre pontificado de Teodoro (642-649). El nombre se debe asociar a las reliquias de la cuna de Jesús, enviadas de Jerusalén a Roma para salvarlas de los árabes, que invadieron la ciudad en el año 638. Hoy en día estas reliquias se conservan en la Capilla del Pesebre bajo el altar de la Capilla Sixtina de Santa María Mayor.

La primera capilla expresa un fuerte mensaje de la humanidad y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo; la segundo celebra la maternidad divina de María, mostrado en las hermosas pinturas del siglo XVI que decoran el fuerte mensaje de la cristiandad contra la herejía protestante que existía entonces.

Así, pues, la Basílica de Santa María Maggiore, desde su milagrosa fundación hasta nuestros días, comunica su intenso mensaje de unidad de la naturaleza humana y divina de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo.

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Paola Cusumano

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