La nueva evangelización a inicios del tercer milenio, según Benedicto XVI

Discurso a un grupo de obispos polacos

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 5 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió este sábado Benedicto XVI al segundo grupo de obispos polacos que vinieron en visita «ad limina apostolorum», guiados por el arzobispo Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, antiguo secretario de Juan Pablo II.

* * *

Queridos hermanos en el ministerio episcopal:

Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros. Con alegría acojo al segundo grupo de obispos polacos llegados con motivo de la visita «ad limina apostolorum».

1. La nueva evangelización
Durante su primera peregrinación a Polonia, Juan Pablo II dijo: «Con la cruz de Nowa Huta comenzó la nueva evangelización: la evangelización del segundo milenio. Esta Iglesia lo testimonia y lo confirma. Surgió de una fe viva y consciente y es necesario que siga sirviendo a la fe. La evangelización del nuevo milenio debe tener por referencia la doctrina del Concilio Vaticano II. Tiene que ser, como enseña ese Concilio, «obra común» de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los laicos, obra de los padres de familia y de los jóvenes» (9 de junio de 1979).

Era la primera o una de las primeras intervenciones de mi gran predecesor sobre el tema de la nueva evangelización. Hablaba del segundo milenio, pero no hay dudad de que estaba pensando ya en el tercero. Bajo su guía hemos entrado en este nuevo milenio del cristianismo, tomando conciencia de la constante actualidad de su exhortación a una nueva evangelización. Con estas breves palabras, establecía el objetivo: despertar una fe «viva, consciente y responsable». Más tarde, afirmó que debía ser una obra común de los obispos, de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos.

Hoy quisiera detenerme junto a vosotros, queridos hermanos, en este tema. Sabemos bien que el primer responsable de la obra de evangelización es el obispo, sobre cuyas espaldas recaen los
«tria munera» [tres ministerios, ndt.]: profético, sacerdotal, pastoral. En su libro, «¡Levantaos! ¡Vamos!» (Plaza y Janés, 2004), especialmente en los capítulos: «Pastor», «Conozco mis ovejas» y «La administración de los sacramentos», Juan Pablo II, remontándose a su propia experiencia, trazó el proyecto del camino del ministerio episcopal para que dé frutos fecundos. No es necesario mencionar aquí los pasajes de sus reflexiones. Todos podemos recurrir al patrimonio que nos ha dejado, y sacar lecciones abundantes de su testimonio. Que para nosotros sea modelo y estímulo su sentido de responsabilidad por la Iglesia y por los creyentes confiados a la solicitud del obispo.

2. Los presbíteros diocesanos
Los primeros colaboradores del obispo en la realización de sus tareas son los presbíteros; a ellos, antes que a todos los demás, debería dirigirse la solicitud del obispo. Juan Pablo II escribió: «Con su manera de vivir el obispo muestra que «el modelo de Cristo» no está superado; también en las actuales condiciones sigue siendo muy actual. Se puede decir que una diócesis refleja el modo de ser de su obispo. Sus virtudes –la castidad, la práctica de la pobreza, el espíritu de oración, la sencillez, la finura de conciencia– se graban en cierto sentido en los corazones de los sacerdotes. Éstos, a su vez, transmiten estos valores a sus fieles y así los jóvenes se sienten atraídos a responder generosamente a la llamada de Cristo» («¡Levantaos! ¡Vamos!», p. 118).

El ejemplo del obispo es sumamente importante: no se trata sólo de un estilo de vida irreprochable, sino también de una delicada atención para que las virtudes cristianas de las que escribió Juan Pablo II penetren profundamente en el alma de los sacerdotes en su diócesis. Por este motivo, el obispo debería prestar particular atención a la calidad de la formación del seminario. Es necesario tener presente no sólo la preparación intelectual de los futuros sacerdotes para sus futuras tareas, sino también su formación espiritual y emotiva. Durante el Sínodo de 1991 los obispos pidieron un mayor número de padres espirituales en los seminarios, bien preparados para desempeñar la exigente tarea de formar el espíritu y verificar la disponibilidad afectiva de los seminaristas para asumir los compromisos sacerdotales. Vale la pena volver a tener en cuenta esta petición. Recientemente se ha publicado el documento de la Congregación para la Educación Católica sobre la admisión de los candidatos a las órdenes sagradas. Os pido que apliquéis lo que indica.

Es importante que el proceso de formación intelectual y espiritual no termine con el seminario. Es necesaria una formación sacerdotal constante. Sé que en las diócesis polacas se atribuye a esto una gran importancia. Se organizan cursos, días de retiro, ejercicios espirituales y otros encuentros, en los que los sacerdotes pueden compartir sus problemas y sus éxitos pastorales, confirmándose mutuamente en la fe y en el entusiasmo pastoral. Os pido que continuéis con esta práctica.

El obispo, por su parte, como pastor, está llamado a rodear a sus sacerdotes con cuidados paternos. Debería organizar sus propios compromisos para poder tener tiempo para los presbíteros, para escucharles atentamente y para ayudarles en las dificultades. En caso de crisis vocacional, en la que pueden caer los sacerdotes, el obispo debería hacer lo posible para apoyarles y devolverles el empuje original y el amor por Cristo y por la Iglesia. Incluso cuando es necesaria una advertencia, no debe faltar el amor paterno.

Doy gracias a Dios porque sigue dando a Polonia la gracia de numerosas vocaciones. De manera particular, la región que vosotros representáis, queridos hermanos, desde este punto de vista es rica. Teniendo presentes las enormes necesidades de la Iglesia, os pido que alentéis a vuestros sacerdotes a emprender el servicio misionero o el compromiso pastoral en los países en los que hay escasez de clero. Parece que hoy es una tarea particular y en cierto sentido incluso un deber de la Iglesia en Polonia. Al enviar sacerdotes al extranjero, especialmente a las misiones, aseguradles el apoyo espiritual y la suficiente ayuda material.

3. Las órdenes religiosas
Juan Pablo II escribió: «Las órdenes religiosas nunca me han hecho la vida difícil. Con todas tuve buenas relaciones, reconociendo en ellas una gran ayuda en la misión del obispo. Pienso también en la gran reserva de energía espiritual que son las órdenes contemplativas» («¡Levantaos! ¡Vamos!», pp. 111-112). La diversidad de los carismas y servicios que realizan los religiosos y las religiosas, o los miembros de los institutos laicos de vida consagrada, es una gran riqueza de la Iglesia. El obispo puede y debe alentarles a integrarse en el programa diocesano de evangelización y a asumir las tareas pastorales, según su carisma, en colaboración con los sacerdotes y con las comunidades de laicos. Las comunidades religiosas y los miembros consagrados, si bien están sometidos según el derecho a sus propios superiores, «en aquello que se refiere a la cura de almas, al ejercicio público del culto divino y a otras obras de apostolado» «están sujetos a la potestad de los obispos», como afirma el Código de Derecho Canónico (canon 678 § 1). Además, el Código pide que los obispos diocesanos y los superiores religiosos «intercambien pareceres al dirigir las obras de apostolado de los religiosos» (canon 678 § 3).

Os aliento mucho, hermanos, a rodear con vuestra solicitud a las comunidades religiosas femeninas, que se encuentran en vuestras diócesis. Las religiosas que asumen diversificados servicios en la Iglesia merecen el máximo respeto, y su trabajo debe ser oportunamente reconocido y apreciado. No se les debe privar del adecuado apoyo espiritual y de posibilidades de desarrollo intelectual y de crecimiento en la fe.

En particular, os pido que os preocupéis por las órdenes contemplativas. Que su presenci
a en la diócesis, su oración y sus renuncias sean siempre para vosotros motivo de apoyo y ayuda. Por vuestra parte, tratad de salir al paso de sus necesidades, incluso materiales.

En los años recientes, por desgracia, se observa una disminución de vocaciones religiosas, particularmente femeninas. Es necesario, por tanto, reflexionar junto a los superiores religiosos, en las causas de esta situación y pensar en cómo es posible despertar y apoyar nuevas vocaciones femeninas.

4. El laicado
En la reflexión sobre el papel de los laicos en la obra de evangelización nos introducen las palabras de mi gran predecesor: «Los laicos pueden realizar su vocación en el mundo y alcanzar la santidad no solamente comprometiéndose activamente a favor de los pobres y los necesitados, sino también animando con espíritu cristiano la sociedad mediante el cumplimiento de sus deberes profesionales y con el testimonio de una vida familiar ejemplar» («¡Levantaos! ¡Vamos!», p. 107).

En tiempos en los que, como escribió Juan Pablo II, «la cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera» («Ecclesia in Europa»), la Iglesia no deja de anunciar al mundo que Jesucristo es su esperanza. En esta obra, el papel de los laicos es insustituible. Su testimonio en la fe es particularmente elocuente y eficaz, pues tiene lugar en la vida cotidiana, en ámbitos en los que el sacerdote puede llegar con dificultad.

Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda transformación del «ethos» de los hombres, es decir, por una adecuada jerarquía de valores que conforme las actitudes.

La participación en la vida pública y en la política es tarea específica del laicado. En la exhortación apostólica «Christifideles laici», Juan Pablo II recordó que «todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política» (n. 42). La Iglesia no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad política, ni con un sistema político, más bien recuerda siempre que los laicos comprometidos en la vida política tienen que dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que deben ser afirmados y defendidos en caso de que sean amenazados. Tienen que hacerlo públicamente ya sea en los debates de carácter político como en los medios de comunicación. Una de las tareas importantes, que se deriva de proceso de integración europea, es la valiente solicitud por conservar la identidad católica y nacional de los polacos. El diálogo promovido por los laicos católicos sobre cuestiones políticas será eficaz y servirá al bien común, si tiene por fundamento: el amor por la verdad, el espíritu de servicio y la solidaridad en el compromiso a favor del bien común. Os exhorto, queridos hermanos, a apoyar este servicio del laicado, en el respeto de una justa autonomía política.

No he hecho más que enumerar algunas formas de compromiso del laicado en la obra de a evangelización. Las demás, como la pastoral familiar, la pastoral de los jóvenes o la actividad caritativa, serán el tema de una ulterior reflexión durante el encuentro con el tercer grupo de obispos polacos. Ahora os deseo que una armoniosa colaboración entre todos los estados de vida en la Iglesia, bajo vuestra guía iluminada, trasforme el mundo con el espíritu del Evangelio de Cristo.

Al confiar a la Virgen vuestro ministerio episcopal, os bendigo con afecto a todos. ¡Sea alabado Jesucristo!

[Traducción realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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