La nueva evangelización bulle en París, reconoce su cardenal

Entrevista al cardenal Jean-Marie Lustiger

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ROMA, jueves, 19 febrero 2004 (ZENIT.org).- La Jornada Mundial de la Juventud de 1997 y el Jubileo del año 2000 han sido las plataformas de lanzamiento de una nueva evangelización en la ciudad de París, constata su arzobispo.

El cardenal Jean-Marie Lustiger se encuentra esta semana en Roma, junto a los obispos de la región de Ile de France (la zona de París y sus afueras), para realizar su visita «ad limina apostolorum» a Juan Pablo II y a sus colaboradores de la Curia romana.

Si bien es quinquenal, hace siete años que no la habían realizado, pues habían sido suspendidas estas visitas de los obispos a causa de los actos del Gran Jubileo del año 2000.

En esta entrevista concedida a Zenit, el arzobispo de París, revela, además, detalles de una iniciativa sin precedentes en su país, un gran Congreso de evangelización, como el que se celebró en la ciudad de Viena en 2003 y que en el futuro se celebrará también en Lisboa y Bruselas.

–¿Qué importancia tiene esta visita «ad limina»? ¿Cómo es el ambiente en que tiene lugar?

–Cardenal Lustiger: Es la primera visita «ad limina» desde la Jornada Mundial de la Juventud, en agosto de 1997. En cierto sentido, es un aniversario. Me da la impresión –compartida por los demás obispos de Ile de France– de que nos estamos dando cuenta de la manera en que las Jornadas Mundiales de la Juventud [celebradas en París en 1997] y el Jubileo del año 2000 han dado un giro al conjunto de perspectivas pastorales de los obispos de Ile de France.

Hemos entrado verdaderamente en estas últimas décadas en un nuevo momento para la vida de la Iglesia. Se podría decir que, hasta entonces, nos encontrábamos todavía en la fase final del «aggiornamento» lanzado por el Concilio Vaticano II, con todo lo que eso ha implicado de reajustes y, al mismo tiempo, de profundos cambios para la vida de la Iglesia y la vida social en Francia. Esta nueva fase es la de la evangelización. Me da la impresión de que las generaciones actuales, que vivirán los próximos veinte años, tienen ante ellas este inmenso campo. Estamos tomando conciencia intensamente de esto en el transcurso de esta visita «ad limina», al hacer un balance de la vida de nuestras diócesis desde 1997, y al presentar todo esto al Santo Padre.

–¿Cuál es la primera preocupación del pastor de la Iglesia en París hoy?

— Cardenal Lustiger: La diócesis de París está preparada para la misión: por doquier podemos ver frutos de fervor renovado gracias a todo lo que ha sucedido a lo largo de los diez años precedentes. Se siente el deseo y la audacia de anunciar a Cristo. Me da la impresión de asistir a un momento muy importante de la vida de la diócesis, que emprende un camino de porvenir a un relativo largo plazo.

Muchos fieles, y el clero en general, sienten que su deber ahora consiste en testimoniar el amor de Cristo en esta civilización y en esta cultura. No tienen un sentimiento de ser «minoritarios», que sería una visión falsa de la realidad, pues el cristianismo permanece en el fondo de la cultura de nuestra sociedad, a pesar de que constatamos grandes diferencias con las exigencias del Evangelio y de una vida cristiana coherente.

Sin embargo, quienes hoy están cerca de la Iglesia, quienes participan en la eucaristía, ya no se consideran sólo como personas que vienen buscando aquello que necesitan para su vida personal: aceptan llevar el peso del anuncio del Evangelio y sienten que es vital para ellos, que es vital para su familia, para quienes les rodean, allí donde se encuentran.

En el fondo, comienzan a tener el valor de una personalidad cristiana que acepta ser signo de contradicción y que al mismo tiempo sabe estar atenta para ser accesible a quienes, alejados o en ocasiones agresivos, critican nuestras posiciones, pero se interrogan sobre el sentido de la vida, en un ambiente que pierde sus referencias y que no sabe muy bien a dónde va. Por lo tanto, soy sumamente optimista por la coyuntura espiritual que descubro y redescubro en la diócesis de París.

–El arzobispo de París ha movilizado a la evangelización a todas las fuerzas vivas de la archidiócesis con motivo del congreso que culminará en la próxima festividad de Todos los Santos. ¿Qué les pide usted a estas personas?

— Cardenal Lustiger: No es sólo un acontecimiento que tendrá lugar a lo largo de la semana de Todos los Santos, a finales de octubre, sino que se trata de un movimiento de fondo que verdaderamente ha comenzado desde hace algunos años. Sin embargo, adquiere una nueva dimensión para todas las parroquias, los movimientos y las instituciones de París. He pedido que reflexionen en lo que puede significar para ellos anunciar a Cristo a los habitantes de esta ciudad y en la manera en que lo pueden hacer.

No es una cuestión a la que haya que dar una respuesta teórica; es un llamamiento: «Haced lo que Dios os pida». Es como la consigna que dejó María en las Bodas de Caná: «Haced lo que él os diga». Y para ello escuchad lo que os dice. Desde que hemos lanzado esta perspectiva, a medida que pasan las semanas y los meses, me he quedado impresionado por el nacimiento de iniciativas, en ocasiones sumamente modestas, en ocasiones muy bellas, intensas y creativas. No se trata de algo espectacular: es una convergencia de personas que se despiertan, que reflexionan y actúan, que en ocasiones emprenden nuevas iniciativas o antiguas iniciativas.

Esto se está moviendo. Se está moviendo en el sentido de un acto de fe. También me impresiona que todo este hervidero no tiene lugar en la ansiedad o en la impaciencia, sino que se vive en un auténtico clima de oración, sin que sea necesario organizarlo. Creo que hay signos de una auténtica renovación interior que está teniendo lugar.

Ahora bien, no crea que se trata de una era paradisíaca: hay dificultades, personas que no comprenden, los dramas habituales de la vida, se mantiene la lejanía de los jóvenes. Pero todo esto se está moviendo, y algo está pasando. Doy gracias a Dios por el momento de gracia que nos da. Tengo que reconocer que ha sido verdaderamente iniciativa del Papa, que convocó las Jornadas Mundiales de la Juventud y el Jubileo del año 2000. Estos dos acontecimientos han sido una rampa de lanzamiento de algo que ya estaba madurando desde hace tiempo.

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ZENIT Staff

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