La ONU debe poner un límite a la «ideología del poder», exige la Santa Sede

No sólo al terrorismo, sino también a la carrera de armamentos, en particular nucleares

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

NUEVA YORK, jueves, 28 septiembre 2006 (ZENIT.org).- La Santa Sede sigue convencida de la necesidad de las Naciones Unidas, pues esta institución, si bien necesita una reorganización, sirve de contrapeso en la comunidad internacional ante la «ideología del poder».

Así lo explicó el arzobispo Giovanni Lajolo, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, al intervenir este miércoles en el debate de la asamblea general de la ONU, cuya sesión se está celebrando del 19 al 29 de septiembre.

Monseñor Lajolo, que hasta el 15 de septiembre había sido secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, explicó que la ideología del poder ha dado lugar al «nuevo barbarismo que amenaza a la paz mundial», el terrorismo.

«Los terroristas y sus organizaciones son la versión contemporánea del barbarismo, pues rechazan los mejores logros de nuestra civilización».

Ahora bien, añadió, «si bien con una naturaleza diferente, no se puede negar que también superpotencias, potencias regionales, potencias emergentes y pueblos oprimidos a veces sienten la tentación de creer, contra toda evidencia histórica, que sólo la fuerza puede garantizar un orden justo en las relaciones entre pueblos y naciones».

«La ideología del poder desprecia toda restricción al uso de la fuerza. Puede llegar incluso a considerar la posesión de armas nucleares como un elemento de orgullo nacional, y no excluye la vergonzosa posibilidad de emplear armas nucleares contra sus adversarios».

«Actualmente ocho países –y otros podrían sentir la tentación de unirse a sus filas– poseen armas nucleares, contando en su conjunto con unas 27.000 cabezas nucleares, que son suficientes para destruir nuestro planeta varias veces».

«Mientras tanto, la implementación del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares parece estancada y el Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares sigue sin ratificarse por algunos países para que pueda entrar en vigor».

En este contexto, aseguró, «la Santa Sede sigue siendo una abogada de las Naciones Unida y favorece su reforma en curso en los campos de la construcción de la paz, del desarrollo y de los derechos humanos».

«La responsabilidad fundamental de la autoridad política consiste en promover, y salvaguardar los derechos de su gente. Pero, con demasiada frecuencia –deploró–, los organismos internacionales actúan, en caso de que actúen, sólo cuando ya ha comenzado la guerra o cuando poblaciones inocentes ya han sido atacadas».

«Cuando los derechos de grupos enteros de personas son violados –podrían citarse dolorosos ejemplos en Europa, Asia y África– o cuando quedan desprotegidos por sus propios gobiernos, es plenamente justo y necesario que esta Organización intervenga a tiempo y de manera adecuada para restablecer la justicia».

Esto implica, dijo, «mejorar el sistema para garantizar intervenciones humanitarias efectivas en caso de catástrofes o de guerras, conflictos civiles y luchas étnicas».

Por este motivo, «fortalecer la capacidad de esta Organización para prever un conflicto o resolver los conflictos con la negociación» es un «objetivo de primera importancia en la renovación de la organización», recalcó.

En este sentido, denunció que la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, con la que acabó el 11 de agosto pasado la guerra en el Líbano, «podría haber sido adoptada con los mismos términos un mes antes».

«Si se hubieran escuchado los repetidos llamamientos al cese de la violencia lanzados por muchas personas, incluyendo al Papa Benedicto XVI, se habría evitado la muerte de miles de civiles y de numerosos jóvenes soldados, así como el desplazamiento de pueblos y una enorme devastación indiscriminada».

«Y sin embargo, dijo, ninguno de los objetivos que algunos gobiernos habían aducido como motivo para continuar con las hostilidades en el Líbano fueron alcanzados», constató con pesar.

«Nunca más la guerra», exclamó citando el magisterio de los Papas del siglo XX.

Derechos humanos
Al afrontar la cuestión de los derechos humanos, monseñor Lajolo subrayó que la Santa Sede considera su promoción como «una de las formas primordiales de servicio de la ONU al mundo».

En este contexto, recordó los tres derechos fundamentales más importantes: el derecho a la vida, el derecho a la libertad religiosa y el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, «que incluye la libertad para sostener opiniones sin interferencia y para intercambiar ideas e información y la consiguiente libertad de prensa».

La libertad religiosa contribuye a la paz
Por último, el pelado afrontó la cuestión de las reacciones musulmanas ante algunos pasajes del discurso del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre.

«La intención de Benedicto XVI –aclaró– era explicar que la religión no va con la violencia, sino que va de la mano de la razón, en el contexto de una visión crítica de una sociedad que trata de excluir a Dios de la vida pública».

«Todas las partes interesadas –sociedades civiles y Estados– deben promover la libertad religiosa y una tolerancia social sana que desarme a los extremistas incluso antes de que empiecen a corromper a otros con su odio a la vida y a la libertad. Esto será una importante contribución a la paz entre los pueblos, porque la paz sólo puede nacer de los corazones humanos».

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación