La oración es la clave para vivir estos momentos de la Iglesia, según el cardenal Arinze

Recuerda que el Papa predicaba sobre todo con su manera de celebrar misa

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 5 abril 2005 (ZENIT.org).- Este período sucesivo a la muerte de Juan Pablo II es un momento de profunda oración, considera el cardenal Francis Arinze.

El purpurado nigeriano, que ha sido prefecto de la Congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha compartido en esta entrevista sus sentimientos tras el fallecimiento de Juan Pablo II.

–¿Cuál ha sido su primera reacción tras la noticia y cuáles son sus pensamientos personales?

–Cardenal Arinze: Cuando recibí la noticia oficial de la muerte del Santo Padre, quedé conmocionado. Sentí como si me atravesara una corriente eléctrica de la cabeza hasta los pies.

Le recuerdo como un hombre de Dios que rezaba, tanto personalmente como a nivel de la oración oficial de la Iglesia. Por lo que se refiere a la oración oficial de la Iglesia, o Liturgia, el Santo Padre ha predicado sobre todo con su manera de celebrar la santa misa y los demás sacramentos.

Era algo sumamente evidente en la plaza de San Pedro, cuando visitaba los diferentes rincones del mundo, en las parroquias o en su capilla privada.

Me impresionó mucho también su atención y su preocupación por el documento sobre las normas litúrgicas que nuestra Congregación, en colaboración con la Congregación para la Doctrina de la Fe, emitió en marzo de 2004. El Santo Padre seguía y modificaba el documento para que fuera lo mejor posible. Esto me impresionó mucho.

–¿Cómo están respondiendo usted y su Congregación en estos momentos para promover esta enseñanza de vida de Juan Pablo II?

–Cardenal Arinze: Cuando el Santo Padre fallece, los responsables de los diferentes organismos decaen de sus encargos hasta que no llega el nuevo Papa y éste decide el puesto de cada uno. Por eso, lo que puedo decir ahora es que tanto el equipo de la Congregación, como yo mismo, sobre todo rezaremos a través de las misas, aunque no necesariamente juntos.

La oración de cada quien será como la persona: individual y única.

Ante un acontecimiento como éste la oración es vital. No hay nada que pueda reemplazar a la oración en nuestra fe, como respuesta a la llamada de Dios, de manera que no sea yo, sino Dios quien dirija mi oración, a través del Espíritu Santo: Dios es mi aspiración en este momento y él acogerá mis palabras.

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ZENIT Staff

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