La Orden Benedictina en fiesta con su nuevo santo

Bernardo Tolomei, canonizado este domingo

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ROMA, lunes, 27 abril 2009 (ZENIT.org).- Su nombre de pila era Giovanni Tolomei. Al comenzar con su vida monástica tomó el nombre de Bernardo, haciendo honor al también benedictino San Bernardo de Claraval (1090-1153).

Este domingo, Bernardo Tolomei, fundador del monasterio Santa María de Monte Oliveto, fue canonizado por el Papa Benedicto XVI junto con otros cuatro beatos.

Bernardo nació en Siena en 1272. Pertenecía a una familia noble. Después de una profunda crisis de fe, por intercesión de Santa María se curó de una enfermedad de la vista, aumentando profundamente su fe.

Así, en el año 1313, decidió dedicarse a la vida eremítica con dos amigos suyos que antes se habían dedicado al comercio: Patricio Patrizi y Ambrosio Piccolomini. Abandonaron Siena y se retiraron a Accona, a una propiedad de su familia.

«Enseñaba en la universidad, tenía una actividad pública, renunció a todo porque quiso servir únicamente a Dios», explica en diálogo con ZENIT, el postulador de su causa, el sacerdote Reginaldo Grégorie, miembro de la congregación benedictina Santa María de Monte Oliveto.

Estos tres hombres cambiaron sus nombres, se dedicaron a la oración, la penitencia y soledad eremítica. Realizaban trabajos manuales, hacían meditaciones bíblicas con el método de la lectio divina.

Almas dedicadas a Jesús y a María

Seis años más tarde, mientras oraba, Bernardo tuvo la visión de unos monjes vestidos de blanco que eran ayudados a subir por unas escalas, de la mano de Jesús y María. Luego se dirigió al obispo de Arezzo, monseñor Guido Tarlati, para obtener la autorización, canónica para crear una nueva comunidad.

Así nació en 1319 en el desierto de Accona, el monasterio de Santa María del Monte Oliveto. El nombre recuerda el Monte de los Olivos, donde Jesús oró y veló con sus discípulos antes de su pasión. Los monjes de esta nueva comunidad se guiaban bajo la regla de San Benito. Adoptaron el hábito blanco en honor a María.

«Nuestros monasterios son lugares de silencio absoluto. Son lugares de oración, estudio, soledad y renuncia que impresionan a los jóvenes», asegura el padre Reginaldo.

Actualmente esta rama de los benedictinos tiene comunidades en Brasil, Francia, Gran Bretaña, Guatemala, Irlanda, Israel, Italia, Corea del Sur y Estados Unidos.

A pesar de ser el fundador, Bernardo no quería ser el abad. El primero fue Patrizio Patrizi. Cada año el monasterio debería tener un abad diferente. Tres años después, Bernardo fue nombrado abad y los monjes le renovaron en este cargo durante 27 años, como constató Benedicto XVI en la homilía de la canonización.

«Tenía un gran sentido del gobierno, sabía guiar las almas, tenía gran autoridad moral», asegura su postulador.

El 21 de enero de 1344, Bernardo obtuvo del Papa Clemente VI, residente en ese entonces en Avignon, la aprobación pontificia. La nueva congregación contaba ya con 10 monasterios.

Una gran peste azotó a Italia en 1348 y durante ella, Bernardo dejó la vida eremítica para asistir a los monjes enfermos. Ese mismo año murió, contagiado de la misma enfermedad.

Bernardo fue sepultado junto con otros 82 monjes que fallecieron a causa de la misma peste, en una fosa común. Las excavaciones no han permitido que se reconocieran sus restos razón por la que en este momento no existe la tumba del futuro santo.

Un largo proceso de canonización

Bernardo Tolomei no fue propiamente beatificado. En 1644 el Papa Urbano VIII promulgó el culto «ab immemorabili», reconocimiento que equivale hoy a la beatificación. En 1768 un decreto pontificio declaró la heroicidad de sus virtudes.

La suspensión de algunas órdenes religiosas durante el Movimiento de Unificación Italiana llevó a que se retrasara su canonización. La solicitud para su este proceso fue retomada en 1968.

Se atribuían cuatro milagros atribuidos a la intercesión de Tolomei, pero según afirma su postulador, sus pruebas se perdieron a finales del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa.

Finalmente el milagro para que Bernardo fuera declarado santo, se realizó en 1946 con el joven Giuseppe Rigolin de 18 años, quien sufrió de peritonitis.

Sus familiares se encomendaron al beato Bernardo y a las pocas horas desaparecieron los síntomas sin ninguna intervención quirúrgica. Años después ingresó como monje de esta congregación con el nombre de Plácido.

Bernardo dejo varios escritos: 48 cartas y una homilía. Varios fragmentos fueron publicados este domingo con motivo de su canonización: «Estos escritos dan fe de su sabiduría espiritual y de una notable competencia administrativa y jurídica; revelan su temperamento y lo definen implícitamente como un monje que de la Regla de San Benito, había sido un sincero seguidor», asegura su postulador.

«Permiten percibir su humildad, su sensibilidad, su espíritu eclesial y comunitario, su conocimiento de las Sagradas Escrituras», dice el Padre Reginaldo Grègorie.

Por Carmen Elena Villa

 

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ZENIT Staff

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