La Palabra de Dios, guía segura para los cinco nuevos beatos; constata el Papa

Dos sacerdotes, dos religiosas y un laico –almas eucarísticas–, a los altares

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 octubre 2004 (ZENIT.org).- La Palabra de Dios fue el «faro luminoso y seguro» por el que se dejaron guiar los cinco nuevos beatos que desde este domingo tiene la Iglesia Universal, reconoció Juan Pablo II al elevar a los altares a Pedro Vigne, Joseph-Marie Cassant, Anna Katharina Emmerick, María Ludovica De Angelis y Carlos de Austria.

Tras pronunciar íntegramente, aunque fatigado, la fórmula de beatificación de los siervos de Dios, el Santo Padre subrayó en su homilía que «frente al paso del tiempo y a las continuas alteraciones de la historia, la revelación que Dios nos ha ofrecido en Cristo permanece estable para siempre y abre sobre nuestro camino terrenal un horizonte de eternidad».

Es lo que estos «siervos buenos y fieles del Evangelio» experimentaron «de manera singular», pues «se dejaron guiar por la Palabra de Dios como por un faro luminoso y seguro, que nunca dejó de alumbrar su camino», expresó el Papa ante la concurrida plaza de San Pedro (en el Vaticano) en la soleada mañana de este domingo.

A pocos días del inicio del Año Eucarístico, la devoción a la Eucaristía es otro aspecto que comparten los nuevos beatos, como es el caso del sacerdote francés Pedro Vigne (1670-1740) –fundador de la Congregación de las Religiosas del Santísimo Sacramento–, prosiguió la homilía, leída en sus párrafos en francés, español y alemán por colaboradores del Papa.

«Al contemplar a Cristo presente en la Eucaristía y en la Pasión salvífica», el beato Pedro Vigne «fue orientado a ser un auténtico discípulo y un misionero fiel a la Iglesia –expresó el Papa–. ¡Que su ejemplo dé a los fieles el deseo de sacar del amor a la Eucaristía (…) la audacia por la misión!».

«Que la Iglesia en Francia –exhortó– encuentre en el padre Vigne un modelo para que surjan nuevos sembradores del Evangelio».

También el sacerdote francés y monje trapense Joseph-Marie Cassant (1878-1903) «puso siempre su confianza en Dios, en la contemplación del misterio de la Pasión y en la unión con Cristo presente en la Eucaristía».

«¡Que nuestros contemporáneos, en particular los contemplativos y los enfermos, puedan descubrir, siguiendo su ejemplo, el misterio de la oración, que eleva el mundo a Dios y que da fuerza en las pruebas!», invitó el Papa.

La Eucaristía fue también la fuente de la firmeza en la fe, pese a numerosas pruebas y sufrimientos, de la monja y mística alemana Anna Katharina Emmerick (1774-1824), quien «experimentó en su propia piel “la amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”», subrayó Juan Pablo II.

«Su ejemplo abrió a la completa pasión amorosa hacia Jesucristo los corazones de los hombres pobres y ricos, de las personas cultas y humildes» y «aún hoy comunica a todos el mensaje salvífico: “Gracias a sus heridas hemos sido curados”» (Cf. 1 P 2, 24), admitió el Papa.

«En todo estuvo sostenida por la oración, haciendo de su vida una comunicación continua con el Señor», la religiosa italiana misionera en Argentina María Ludovica de Angelis (1880-1962).

«Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio» (2 Tm 1,7): son palabras de San Pablo que, como afirmó Juan Pablo II, «nos invitan a colaborar en la construcción del Reino de Dios, desde la perspectiva de la fe» y que «bien se pueden aplicar» a la nueva beata, «cuya existencia estuvo consagrada totalmente a la gloria de Dios y al servicio de sus semejantes».

La preocupación por el servicio a los demás también fue una constante en el nuevo beato Carlos de Austria (1887-1922) –emperador y rey–, desde su misión como hombre de Estado y como cristiano.

De hecho, para Carlos de Austria –«un amigo de la paz» en medio de la Primera Guerra Mundial– «su primera necesidad era seguir la llamada de los cristianos a la santidad en su conducta política» –«por esto consideraba importante la idea del amor social»– y buscaba «en todo la voluntad de Dios», recordó el Papa.

«¡Que sea siempre un modelo para todos nosotros –pidió–, en particular para quienes hoy tienen una responsabilidad política en Europa!».

El cardenal José Saraiva Martins –prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos— celebró la Eucaristía, que presidió el Papa. Juan Pablo II permaneció de rodillas durante la Consagración y la Comunión.

Al concluir la Santa Misa, antes de rezar la oración del Ángelus, el Santo Padre intervino –más descansado– en italiano, francés, alemán y español y saludó a los peregrinos presentes, entre ellos miembros de las familias religiosas a las que pertenecían algunos de los beatos.

Un saludo particular dirigió al hijo del beato Carlos de Austria, el archiduque Otto, presente en el sagrado –junto al altar– de la plaza de San Pedro junto a su numerosa familia.

Juan Pablo II ha proclamado en sus casi 26 años de pontificado a 1.338 beatos, junto a 482 santos.

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ZENIT Staff

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