La poesía, un medio para auscultar la voz interior del hombre y su relación con Dios

Habla el ganador del XXV Premio Mundial de Poesía mística «Fernando Rielo»

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MADRID, miércoles, 21 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Teodoro Rubio Martín, ganador del vigésimo quinto Premio Mundial de Poesía mística (Fernando Rielo, lamenta que en la Iglesia no se da suficiente atención a la poesía.

Este sacerdote y filólogo ha sido galardonado con el mayor premio dedicado a la poesía mística –valorado en 7.000 euros– por su obra «Tu mano todo el día».

El autor es especialista en la poesía religiosa de Gerardo Diego. Imparte clases en un instituto de educación secundaria en Madrid y es presidente la organización no gubernamental Candas (Comunidad de Ayuda a Niños De América del Sur).

Ha recibido entre otros el Premio Blas de Otero, de los premios Complutense de literatura y el Primer Premio Nacional de Poesía Mística «Martín Descalzo».

El poeta confiesa a Zenit que «araño la niebla hasta encontrar la luz».

–Ha ganado el premio de poesía mística con unos versos que muestran el amor de Dios, ¿cómo surgió este tema como hilo conductor?

–Rubio: A lo largo de muchos años he descubierto que Dios es la fuente de mi vida y de mi inspiración poética.

Las experiencias negativas que me han dejado huella: la muerte de un hermano en accidente de circulación, la muerte de mi madre tras un periodo largo de enfermedad (cáncer), el dolor, sobre todo psicológico y moral, acentuado por estos acontecimientos, y los grandes interrogantes sin respuesta, me han hecho experimentar la noche oscura.

Pero, en medio de esa noche, como poeta creyente, he reflexionado sobre la evidencia, porque en los momentos de oscuridad no puedo negar los momentos en los que he visto la luz, que me ha guiado; y enseguida he vislumbrado un rayo en el amanecer próximo.

Este es el hilo conductor del libro «Tu mano todo el día»: presencia de Dios, aparente ausencia ante el dolor y la muerte, encuentro definitivo con el Amado y fusión en Él.

Estos poemas son oraciones, soliloquios o monodiálogos con Dios, que me moldea con su misericordia. En este poemario, pues, hay un diálogo de tú a tú, de corazón a corazón. El Padre constantemente me dice al oído: «Hijo».

–Usted ha recibido muchos premios de poesía. La poesía, ¿es para usted una forma privilegiada de relacionarse con Dios?

–Rubio: Sí. La poesía es y seguirá siendo ese néctar que alimenta el alma. Me siento una persona que ha recibido el don de la inspiración, y que otros poetas han expresado tan maravillosamente: «Siempre la claridad viene del cielo» (Claudio Rodríguez).

He sido convocado a cantar no para imprimir mi nombre en vano entre los hombres, lo que es una manera de canalizar la vocación espiritual y estética. Estoy llamado a saber escuchar la voz que late en la lluvia, en la noche, en el costado del amor, saber rastrear la huella de Dios en lo humano y poder expresar el júbilo espiritual que brota en mis entrañas; ese es el misterio de la poesía.

La poesía alumbra los rincones del alma transformando la natural noche oscura del sentido y del espíritu, en la purificación más acrisolada. Araño la niebla hasta encontrar la luz.

–La mística parece, a priori, para unos cuantos elegidos, aunque desde el Concilio Vaticano II se recuerda que todo cristiano está llamado a la unión con Dios. Usted, cuando piensa en la mística, ¿qué tiene en la cabeza?

–Rubio: Creo de verdad que la mística aspira a la íntima unión del alma con Dios, que en la experiencia mística el amor humano se funde con el amor divino, que el hombre busca a Dios y lo encuentra, se deja empapar por su amor y empieza a ser mensajero.

Cuando pienso en la mística recreo los versos de San Juan de la Cruz: «los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados». Dibujo entrañado logrado por esa luz penetrante que vibra en el propio ser que ama.

Y cuando el amor llega a tener conciencia de solidaridad, de íntima unidad, la estética de la expresión enamorada se diseña entre la más ingenua libertad expresiva y la rígida fortaleza de la fidelidad que hace sacramento a todo signo.

El poeta trata de palpar el silencio en medio de la niebla, que es el mejor templo de la intimidad. La niebla es encarnadura de sueños y esperanzas y con ellos de verdades y destinos. Dios en la niebla, Dios en el silencio, Dios en el verso cincelado, Dios-Amor.

Y así llegamos desde la mística hasta la estética, desde la belleza al silencio, desde el grito herido a la intimidad ungida de ternura. El poeta sabe que la cumbre es ese rincón donde el amor revela todo y exige del silencio traducir su gozo.

–Como sacerdote, poeta y profesor de religión, ¿cree que se da suficiente atención a la poesía y a la literatura en la Iglesia?

–Rubio: Pienso que no hay suficiente atención a la poesía ni en la escuela (colegios, institutos, universidades) ni en la Iglesia.

La literatura, y en particular la poesía, es un medio para auscultar la voz interior del hombre y las cosas sintonizando la voz de Dios, su íntimo susurro, silente a veces. Es un medio para acercarse a los valores interiores, para emprender la búsqueda de estos valores permanentes (el amor, la empatía, la belleza, la paz, la verdad, la bondad) sintonizando lo originario, lo sagrado, el ritmo interior que se siente cuando captamos las armoniosas resonancias de la música que llevamos dentro.

Y es un medio para orar y alabar al Creador. La Iglesia está olvidando este medio tan fructífero de la palabra poética. El anterior papa Juan Pablo II se dirigía a los poetas con este deseo: «Que vuestros múltiples senderos, artistas del mundo, puedan conducir a todos hacia aquel Océano infinito de belleza donde el asombro se hace admiración, embriaguez, indecible alegría». Este es el reto de los que hemos recibido el don de la inspiración.

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ZENIT Staff

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