La primera Vigilia Pascual del milenio

Juan Pablo II administra el bautismo a cinco adultos y una niña

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CIUDAD DEL VATICANO, 15 abril 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II celebró la primera Vigilia Pascual del tercer milenio administrando el bautismo a varios catecúmenos procedentes de diferentes partes del mundo.

La «Vigilia, madre de todas las Vigilias» fue presidida por el pontífice al aire libre, en la plaza de San Pedro, a pesar del frío de la noche. De este modo, quiso permitir la presencia de los miles de peregrinos que habían pedido participar y que no hubieran podido entrar en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

El momento más emocionante tuvo lugar cuando el Papa confirió los sacramentos de la iniciación cristiana a cinco adultos y a una niña procedentes de Japón, Italia, China, Albania, Estados Unidos y Perú, en representación de la universalidad de la Iglesia.

Juan Pablo II les dirigió palabras de cariño y esperanza: «no temáis ante las pruebas, porque «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene poder sobre él»».

Ofrecemos a continuación las palabras que pronunció el Santo Padre durante la homilía.

* * *

1. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24, 5-6).

Estas palabras de dos hombres «con vestidos resplandecientes» refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor.

Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por las calles de Galilea y Judea hasta al Calvario.

¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

2. «Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro». (Lucas 24, 2).

Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que, «entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (24, 3). En un instante todo cambia. Jesús «no está aquí, ha resucitado». Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, en el curso de esta Vigilia pascual.

Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, madre de todas las Vigilias, durante la que la Iglesia entera permanece en espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la Cruz. La Iglesia espera y reza, escuchando las Escrituras que recorren de nuevo toda historia de la salvación.
Pero en esta noche no son las tinieblas las que dominan, sino el fulgor de una luz repentina, que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera y la oración se convierten entonces en un canto de alegría: «Exsultet iam angelica turba caelorum… Exulte el coro de los Ángeles!».

Se cambia totalmente la perspectiva de la historia: la muerte da paso a la vida. Vida que no muere más. Enseguida cantaremos en el Prefacio que Cristo «muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida». He aquí la verdad que nosotros proclamamos con palabras, pero sobre todo con nuestra existencia. Aquel que las mujeres creían muerto está vivo. Su experiencia se convierte en la nuestra.

3. ¡Oh Vigilia penetrada de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que manifiestas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Cristo resucitado.

Oh Cristo, ¿cómo no darte las gracias por el don inefable que nos regalas esta noche? El misterio de tu muerte y tu resurrección se infunde en el agua bautismal que acoge al hombre antiguo y carnal y lo hace puro con la misma juventud divina.

En tu misterio de muerte y resurrección nos sumergiremos enseguida, renovando las promesas bautismales; en él se sumergirán especialmente los seis catecúmenos, que recibirán el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.

4. Queridos Hermanos y Hermanas catecúmenos, os saludo con gran cordialidad, y en nombre de la Comunidad eclesial os acojo con fraterno afecto. Vosotros provenís de diversas naciones: del Japón, de Italia, de China, de Albania, de los Estados Unidos de América y del Perú.

Vuestra presencia expresa la multiplicidad de las culturas y los pueblos que han abierto su corazón al Evangelio. También para vosotros, como para cada bautizado, en esta noche la muerte cede el paso a la vida. El pecado es borrado y se inicia una existencia totalmente nueva. Perseverad hasta el final en la fidelidad y en el amor. Y no temáis ante las pruebas, porque «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene poder sobre él» (Romanos 6, 9).

5. Sí, queridos hermanos y hermanas, Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él. Para siempre. He aquí el regalo de esta noche, que ha revelado definitivamente al mundo el poder de Cristo, Hijo de la Virgen María, que nos fue dada como Madre a los pies de la Cruz.

Esta Vigilia nos introduce en un día que no conoce el ocaso. Día de la Pascua de Cristo, que inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.

«Haec dies quam fecit Dominus: exsultemus et laetemur en ea – Éste es el día que ha hecho el Señor: regocijémonos y exultemos de alegría». ¡Alleluya!

N.B.: Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

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ZENIT Staff

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