La profecía de los dominicos para un mundo en conflictos

Según el padre Carlos Azpiroz, maestro general de la Orden

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MADRID, miércoles, 15 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Según el maestro general de la Orden de los Predicadores (dominicos) la Iglesia alza en estos momentos gritos proféticos que responden a una concepción de la realidad iluminada por la Palabra de Dios y a una lectura de esa Palabra tomándole el pulso al tiempo actual.

«Gritos pidiendo paz, fidelidad, verdad, profundidad», afirma el padre Carlos Azpiroz, argentino, en estos pasajes de la entrevista concedida a la agencia Veritas.

–¿En qué situación se encuentra la Orden de los Predicadores? ¿Cómo se está adaptando a los nuevos tiempos una orden tan antigua?

–Carlos Azpiroz: A veces, los árboles que tienen raíces profundas son los más flexibles; hay árboles que tienen raíces superficiales y un viento los tira. No es un acto de presunción: el Señor nos ha dado lo que tenemos. Es verdad, somos una orden antigua, con ocho siglos de historia.

El panorama vocacional es muy grande: aproximadamente somos unos 6.500 frailes en el mundo, que tenemos que cuidar y hacer crecer hasta la muerte, porque nuestros votos duran hasta la muerte.

En cuanto a los jóvenes que entran en la orden, el mapa es muy polifacético. Ahora hay vocaciones en lugares donde antes no las había, como es el caso de Francia, Perú y Australia, donde tenemos cuatro al año. En otros países como Filipinas, Vietnam, Colombia o Polonia tenemos noviciados bastante numerosos.

Es una realidad muy variada, un misterio, pero lo estadístico no expresa más fidelidad o realidades profundas y Dios se fija en lo profundo y no en las apariencias.

En el Evangelio aparecen tres resurrecciones de personas que vuelven a su vida anterior. Pero la resurrección en la que creemos es la de Jesús. En el panorama vocacional, en España, una resurrección no significa volver a tener los conventos llenos de frailes que teníamos en los años 40. Quizás lo que se va a cosechar es algo nuevo.

Quizás esperamos una verdadera resurrección: una vida más sencilla, más fiel, más profética y no necesariamente llenar los conventos. Los conventos están medio vacíos pero la realidad eclesiástica es más rica hoy, como muestra, por ejemplo, la vitalidad de los movimientos.

En cuanto a los dominicos, hoy somos más vigentes que nunca, pero también hay muchas otras realidades. Vivimos en medio de la Iglesia y en medio de realidades muy ricas y bellas.

Nosotros tenemos presencia en lugares, como en el Cairo, con una biblioteca especializada en teología musulmana o del islam. Quizás nunca tengamos allí una vocación. Los frailes los ayudan a hacer sus tesis. Pero no por eso vamos a decir que no somos fecundos. La fecundidad del espíritu es diferente. Una empresa sí renuncia a un país si no vende lo suficiente, nosotros no estamos en eso.

Y con la adaptación a los tiempos actuales tiene mucho que ver nuestro sistema de gobierno: el sistema capitular, la rotación de funciones, etcétera, hacen que la orden tenga cierta versatilidad.

Acabamos de acabar un capítulo general en Polonia. Representantes de las provincias de todo el mundo nos hemos reunido para ver lo que está pasando, para tomarle el pulso a la historia, y eso rejuvenece mucho. Dios habla a través de los signos de los tiempos.

La Orden de los Predicadores es una orden floreciente, con vocaciones y entusiasmo. Estamos presentes allí donde hay dolor, como en Irak, a través de frailes y hermanas, que están sufriendo mucho, pero también hay que predicar allí con la palabra y con el dolor.

A veces, el signo de estar en medio de la guerra ya es predicar, como hizo nuestro fundador, santo Domingo de Guzmán, en medio de los cátaros o Francisco de Victoria en el siglo XVI al preguntarse sobre la dignidad de los indios.

Interesa la realidad de la gente y pensar teológicamente esa realidad que vivimos: el laboratorio es el mundo. Una palabra profética no es la que adivina el futuro. El profeta no adivina el futuro con ninguna bola de cristal, sino que mira la realidad iluminada por la palabra de Dios y también lee la palabra de Dios tomándole el pulso a la realidad.

Si a uno le llegan los signos de los tiempos sin la luz de la palabra de Dios, caeríamos en un relativismo tremendo. Pero si uno lee la palabra de Dios sin tomarle el pulso a la realidad, podríamos caer en un fundamentalismo muy fuerte.

–Y actualmente, en la Iglesia, ¿existe esa visión complementaria de la realidad y la Palabra?

–Carlos Azpiroz: Sí, esto se da en la Iglesia universal, más de lo que imaginamos y menos de lo que debiera. Es cierto que la Iglesia necesita renovación y ser cada vez todavía más profética, pero esa visión se da.

La ventaja de mi puesto es poder ver realidades tan distintas en poco tiempo. En tres años, he visitado frailes en más de cincuenta países y uno se da cuenta de que la verdad es sinfónica. Cada instrumento toca la misma partitura pero el conjunto ofrece una belleza que ningún solista podría ofrecer; lo policrómatico expresa una belleza que uno sólo no puede representar.

Y esa es la ventaja de los frailes y las hermanas de cada país: uno ve que las realidades son complejas, poseen la complejidad de la belleza, con la sencillez del Evangelio.

Y el conjunto de la Iglesia sí está ofreciendo la visión profética. Cada vez más, la realidad arranca a la Iglesia palabras proféticas, como el grito de paz del Papa Juan Pablo II, a veces alzado en una soledad muy grande. Toda la teología de la guerra justa se nos está haciendo añicos; y no es que Francisco de Victoria se equivocara, pero no imaginaba el dramatismo de las guerras del siglo XXI.

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ZENIT Staff

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