La puerta de la fe nos introduce en el Misterio de Dios (4º domingo de Adviento, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 4º domingo de adviento.

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Pedro Mendoza LC

«A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén». Rom 16,25-27

Comentario

Con el 4º domingo de adviento llegamos a la última etapa de nuestro camino de preparación a la Navidad. El pasaje propuesto como 2ª lectura para este día contiene la doxología final de la carta a los Romanos. Con estas palabras, provenientes de un ambiente litúrgico, san Pablo rinde gloria a Cristo e invita a los cristianos de Roma a hacer lo mismo. En esta expresión de alabanza quedan reflejadas las aspiraciones del apóstol: todo su anhelo es que sea llevada a cumplimiento la «revelación del Misterio», esto es del plan de salvación de Dios realizado en Cristo para suscitar «la obediencia de la fe».

Ante todo conviene tener presente que el «Evangelio» de san Pablo no es otro que el de la persona y el Misterio insondable de Cristo. En esta doxología podemos ver indicados brevemente los elementos de este Misterio que el apóstol proclama y que constituye un elemento distintivo de su «Evangelio», de su modo de anunciar la buena nueva: el origen, el contenido, el medio y los destinatarios. 

Al origen de la revelación de este Misterio está Dios, quien gobierna con amor y ternura a los hombres de todas las épocas. Ha sido Él quien en este «tiempo presente» ha hecho que su evangelio sea proclamado en todas las naciones. Por lo mismo es a Dios a quien san Pablo dirige su «doxología», es decir, su alabanza y adoración. Dios es la fuente de la revelación cristiana y el autor del plan salvífico llegado finalmente a su realización en la persona y en las obras de Cristo. El apóstol reconoce en Dios, además, la fuente de donde proviene la fuerza indomable y la perseverancia cristiana.

El contenido de la revelación es que Dios en su amor misericordioso ha querido hacernos partícipes de su plan de salvación que ha llevado a su realización completa en Cristo. Aquí está la esencia de la «buena nueva»: el don de la salvación que Dios nos ofrece a todos los hombres, sin excepción, como expresión de su amor misericordioso e infinito a nosotros. El contenido es al mismo tiempo motivo que impulsa a la sincera y desinteresada «doxología»: «¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén».

La manifestación del Misterio de Cristo nos ha sido comunicada desde antiguo a través de los «escritos proféticos». Ellos, junto con los escritos judeo-apocalípticos hablan insistentemente de este «Misterio», de las promesas y sus realizaciones paulatinas en la historia. Pero ahora, que ha llegado a su plenitud, ha sido desvelado y hecho conocer por medio del evangelio y de la predicación de Jesucristo. De este modo aparece la continuidad de la acción salvífica de Dios, desde el tiempo de la primera alianza y ahora en el tiempo presente en que ha estipulado con los hombres la nueva y definitiva alianza.

Finalmente, san Pablo señala, por una parte, que los destinatarios de esta revelación no son sólo los miembros de pueblo elegido sino que está destinada a todos los hombres. De ahí su invitación a que cada uno se sume a este «canto de gloria» a Dios que san Pablo entona, reconociendo su sabiduría y amor por medio de los cuales guía todos los acontecimientos a la realización de su designio salvífico. Por otra parte, el apóstol subraya al mismo tiempo el requisito fundamental para participar de la revelación de este Misterio: la «obediencia de la fe», esto es abrazar libre y por amor la fe en Jesucristo.

Aplicación

La puerta de la fe –como nos invitó el Papa Benedicto en su última carta–  nos introduce en el Misterio de Dios.

En la liturgia de la Palabra de este 4º domingo de adviento encontramos una clave fundamental para poder entrar en el Misterio de Dios que estamos a punto de vivir una vez más en la Navidad: la fe. Sin la fe, incluso el acontecimiento más grande de la historia: Dios que se hace uno como nosotros para salvarnos, queda vacío y sin eficacia en nuestra vida personal. La falta de fe empobrece y transforma la Navidad en una fiesta más de consumismo y de bienestar terreno, que una vez pasadas esas fechas no deja huella alguna duradera y espiritual. Por el contrario, quien se asoma a este Misterio desde la fe profunda y viva, descubre las maravillas del amor infinito de Dios que ha emprendido esta aventura de hacerse uno como nosotros para abrirnos las puertas del cielo, nuestro destino eterno y feliz.

La primera lectura (2Sam 7,1-5.8-11.16), que recoge la promesa mesiánica de tipo monárquico que Dios asegura a David y a su pueblo por medio del profeta Natán, busca suscitar, además de la fe, esa gran esperanza en los designios grandiosos de Dios. Pero, como aparece en el evangelio, la realización y el cumplimiento de sus promesas desborda toda imaginación, pues su generosidad no tiene límites. De este modo nos invita a alimentar en nuestro corazón una esperanza inquebrantable en Dios, que es fiel a sus promesas. Él quiere darnos con creces lo que más nos conviene, se nos da a sí mismo viniendo a nuestro encuentro en esta Navidad.

El evangelio de san Lucas (1,26-38) nos presenta el anuncio de la «buena nueva» de todos los tiempos: Dios que en su designio de amor quiere encarnarse y nacer para vivir entre nosotros. ¡Qué regalo más grande podríamos esperar de Dios, que su cercanía y solidaridad total con nosotros hasta hacerse uno como nosotros en todo, menos en el pecado! Un bebé, un infante. Sólo así lo podríamos abrazar. La descripción de este anuncio a la Santísima Virgen resplandece por las iniciativas desbordantes en generosidad por parte de Dios para con María y para con todos los hombres: quien nacerá de Ella será llamado «Hijo del Altísimo», pues es el mismo Hijo de Dios quien se encarna y toma nuestra forma humana. Como la Santísima Virgen cada uno de nosotros está llamado a responder a estas iniciativas de Dios con la actitud de profunda humildad y total docilidad: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra».

El apóstol san Pablo en la «doxología» de la carta a los Romanos (16,25-27), comentada anteriormente, ha insistido con razón en la necesidad de «la obediencia de la fe» para poder entrar y participar en el gran don de Dios revelado en Cristo. La fe está unida a esa esperanza en las promesas mesiánicas y a un amor divino que se deja tocar y abrazar en Cristo. Ayudados de la fe podemos apreciar todo lo que entraña de amor por parte Dios cada uno de sus pasos para llevar a cumplimiento su designio de salvación. La fe nos permite descubrir la realización puntual y concreta del Misterio salvífico de Dios, tanto en la historia de la humanidad como en la vida personal: un plan que está tejido de momentos gratos y felices como también de prueba y dificultades. Caminando en la fe podremos esta Navidad acoger a Dios con corazón humilde y agradecido y corresponderle con la entrega total de la propia vida en el cumplimiento de su designio sobre nosotros.

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ZENIT Staff

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