La relación con María a inicios del tercer milenio, según Juan Pablo II

Carta a Sicilia en el 150 aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 noviembre 2004 (ZENIT.org).- En medio de los vertiginosos cambios que caracterizan a la sociedad contemporánea, Juan Pablo II ha invitado a los católicos a mantener su relación con la Virgen María.

Así lo explica en la carta que ha enviado al cardenal Salvatore De Giorgi, arzobispo de Palermo, congratulándose por la celebración en Sicilia del 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María.

«En un mundo que cambia rápidamente –afirma el Papa–, hay algunas cosas que no deben cambiar. Entre estas se encuentra seguramente el lazo de amor filial entre los miembros de la Iglesia y la Virgen «llena de gracia» que Jesús, desde la Cruz, nos ha confiado como Madre».

«En medio de las alegrías y las esperanzas, las tristezas y los dolores de la vida, María es signo de consolación y de esperanza segura», asegura el pontífice.

«Lo es para los ancianos y jóvenes, las familias y las personas consagradas», concluye implorando «la materna protección de María Inmaculada».

En el mensaje, dado a conocer el 6 de noviembre en la Sala de Prensa vaticana, el Papa recuerda la historia de la devoción de Sicilia por la Inmaculada, que se remonta a la dominación bizantina, entre los siglos VI y IX.

La Madre de Cristo era especialmente venerada con el título de «Panaghia», «Toda Santa». Se empezó a celebrar litúrgicamente su «santa Concepción» y el culto se mantuvo y desarrolló en la isla sin interrupción.

En el siglo XV, como consecuencia de la predicación de los franciscanos, se declaró de precepto su fiesta, se multiplicaron las iglesias y capillas con esta advocación y se difundió la iconografía religiosa.

Tras el Concilio de Trento, surgieron en Sicilia numerosas cofradías de María Inmaculada, entre las que se cuenta la instituida en 1593 en la basílica de San Francisco de Asís de Palermo.

En el siglo XVII, por influencia española, el culto a la Inmaculada fue institucionalizado por las autoridades del Reino y la ciudad de Palermo pidió oficialmente a la Santa Sede la proclamación del dogma.

«La Inmaculada fue declarada principal patrona de toda Sicilia –subraya el Papa—, con el compromiso de los fieles de profesar y defender tal verdad hasta la muerte, un voto que sigue en vigor hasta hoy, superando los cambios de tiempos y regímenes”.

En 1850, el episcopado siciliano, ante la consulta realizada por el Papa Pío IX, se expresó con unanimidad en favor de la definición dogmática, afirmando que la fe en la Inmaculada Concepción de María era parte integrante e irrenunciable del patrimonio de fe y de piedad del pueblo cristiano de la isla.

El Santo Padre constata que, a distancia de un siglo y medio, la Sicilia de hoy ha cambiado mucho, así como toda la sociedad italiana pero, indica, «es importante más que nunca que las nuevas generaciones sepan conservar intacto aquél patrimonio de valores que ha hecho ilustre la historia de la isla».

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ZENIT Staff

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