La religión: ¿dañina para la sociedad?

Nuevos estudios dicen que sí, pero sus argumentos parecen pobres

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OMAHA, Nebraska, 22 de octubre de 2005 (ZENIT.org).- Un artículo reciente cuestiona los beneficios sociales de la religión en Estados Unidos. Su autor, Gregory Paul, sostiene que las regiones con mayores índices de práctica religiosa –el sur y el medio oeste- tienen «peores problemas de homicidio, mortalidad, STD, embarazos jóvenes, maritales y relacionados, que las del noreste, donde las condiciones sociales, la secularización, y la aceptación de la evolución les acercan a las normas europeas».

El artículo de Paul, «Correlaciones de Salud Social Cuantificable con Cruzadas a Nivel Nacional con la Religiosidad Popular y el Secularismo en las Democracias Prósperas: un Primer Vistazo», se publicó en el volumen siete de Journal of Religion and Society, una revista académica asociada a la Universidad Creighton, con sede en Omaha, Nebraska.

Los teístas, comienza observando Paul, «suelen afirmar que la creencia popular en un creador es un instrumento para proporcionar los fundamentos morales, éticos y otros necesarios para una sociedad sana y cohesiva».

El artículo hace referencia a una serie de datos referentes a creencias religiosas e indicadores sociales. Paul comenta que «Estados Unidos es la única nación próspera del primer mundo que conserva índices de religiosidad que suelen estar limitados a países del segundo y tercer mundos».

El artículo también dedica a un amplio espacio al tema de la evolución, y a los grupos que critican la teoría evolutiva en Estados Unidos. «La nación menos religiosa, Japón, presenta el acuerdo más alto con la teoría científica», observa Paul, mientras que «el nivel de aceptación más bajo se encuentra en la democracia desarrollada más religiosa, Estados Unidos».

El artículo sostiene que los países con bajos niveles de creyentes religiosos suelen ocuparse de modo más acertado con los problemas sociales como el homicidio, el aborto y las enfermedades de transmisión sexual. Paul incluso sostiene que sus datos contradicen la «cultura de la vida, tesis avanzada por el Papa Juan Pablo II, de que las culturas seculares agravan los índices de abortos.

Todos a criticar

El artículo de Paul atrajo mucha atención pública, tras ser mencionado el 27 de septiembre en el periódico londinense Times. Un artículo en el Times, «Las sociedades empeoran cuando tienen a Dios de su parte», fue tomado por otras fuentes y agencias de medios de comunicación.

Casi inmediatamente, algunos comentaristas aprovecharon la oportunidad de lanzar ataques contra la religión, basándose en el estudio. Rosa Brooks, escribiendo el 1 de octubre en el Los Angeles Times, sostenía: «Cuando se llega a los ‘valores’, si miras a los hechos en vez de a la mera retórica, los sustancialmente más seculares estados azules dejan por tierra al cinturón de la Biblia de los estados rojos».

Según Brooks, el estudio respalda la postura de quienes mantienen que la religión debería ser meramente privada, y de quienes se oponen a programas de asistencia social con «base religiosa». Además, sostiene: «no deberíamos descartar la posibilidad de que demasiada religión pueda ser socialmente peligrosa».

Emily Maguire, escribiendo el 4 de octubre en el Sydney Morning Herald, defendía que el estudio muestra que «es irracional confiar en la religión para afrontar los problemas sociales». Si queremos una sociedad mejor, insistía, los creyentes religiosos «necesitan dejar de sermonear, dejar de estar arrodillados, separar sus manos en oración y trabajar por cambios mensurables aquí y ahora».

George Monbiot, comentarista del periódico británico Guardian, en un artículo publicado el 11 de octubre, aprovechaba el estudio de Paul para acusar a la Iglesia católica de funcionar con un «Papa del siglo XIV con una red de comunicaciones del siglo XXI que mantiene su misión de Iglesia de perseguir a los gays y negar a las mujeres que la propiedad de sus cuerpos».

«Si quieres que la gente se comporte como dicen los cristianos», concluía Monbiot, «deberían decirles que Dios no existe».

¿Estadísticamente válido?

El propio Paul admite que su estudio sólo es «un primer y breve vistazo» al tema. También admite que no es «un estudio definitivo que establezca la relación causa efecto entre la religiosidad, el secularismo y la salud de la sociedad».

Estas advertencias, no obstante, aparecen brevemente al comienzo del estudio y en un artículo del mismo Paul con frecuencia salta a conclusiones y generalizaciones basadas en los datos.

A pesar de su hostilidad hacia la religión, el comentario de Monbiot proporciona la sospecha de que no está plenamente satisfecho con los datos. En el tema de religión y riqueza, observa que a Estados Unidos le gusta menos redistribuir la riqueza a través de impuestos del gobierno y asistencia, en comparación con las naciones más secularizadas. Pero, observa, el Reino Unido, uno de las naciones más secularizadas en el estudio, es similar a Estados Unidos en el tema de distribución de riqueza. No parece, por tanto, que exista un nexo entre desigualdad y religión.

David Quinn, un periodista del Irish Independent, planteaba críticas más detalladas. En un artículo publicado el 6 de octubre, Quinn concedía que es verdad la mayor incidencia de los problemas sociales en Estados Unidos, como lo es el mayor nivel de creencia religiosa.

Pero se preguntaba si los dos hechos están necesariamente conectados. Hay otras diferencias entre Europa y Estados Unidos, como el hecho de la segunda es una sociedad compuesta por inmigrantes, que puede muy bien ser más relevante a la hora de explicar las tendencias sociales. O quizá se debe a los mayores niveles de desigualdad económica, o a la relativa bisoñez de la sociedad americana comparada con la de Europa.

«El asunto es que podrían destacarse dos diferencias cualquiera entre América y Europa, y los diferentes índices de asesinato, aborto, embarazo adolescente, etc., podrían atribuirse a estas diferencias», sostenía Quinn.

Además, aunque Estados Unidos es más religioso que Europa, también es menos religioso de lo que era hace unas décadas. Y es precisamente en este periodo en el que muchos de los problemas sociales a los que hace referencia el estudio de Paul, como el aborto y las enfermedades de transmisión sexual, han aumentado de forma acusada.

Datos contradictorios

¿Y qué ocurre con Irlanda?, pregunta Quinn. Si la religión está ligada a problemas sociales, Irlanda debería mejorar socialmente, puesto que ahora se está volviendo más secularizada.

Sin embargo ha ocurrido lo contrario. «Conforme decaía la religión en Irlanda, subían el índice de asesinatos y el índice de crímenes», observaba Quinn. «El índice de rupturas matrimoniales ha aumentado también, así como la incidencia de enfermedades de transmisión sexual, nacimientos extramatrimoniales, suicidios, consumo de drogas, etc.».

Las conclusiones de Paul también se enfrentan con la situación de la altamente secularizada Gran Bretaña. Allí, la prensa publica una serie constante de artículos que lamentan los índices siempre más altos de infecciones por enfermedades de transmisión sexual.

«La sífilis está tras el aumento de enfermedades sexuales», anunciaba el 20 de marzo el Sunday Times. «La infecciones sexuales siguen aumentando», era el titular de un reportaje publicado el 30 de junio por la BBC. Y, en el otro lado del mundo, el Japan Times se lamentaba el 3 de diciembre de los altos índices de otra enfermedad venérea, la clamidia, observando que los índices de infecciones en Japón están entre los peores de los países avanzados.

Y lo más importante, el estudio de Paul, y el de la mayoría de los comentarios que lo utilizan para atacar la religión, pasan por alto la diferencia entre correlación y causalidad.

Este es un problema común cuando se utilizan las estadísticas para «probar» argumentos sociales, observa Joel Best en su libro del 2004, «More Damned Lies and Statistics» (University of California Press). «Sólo porque dos cosas parezcan relacionadas no significa que una sea causa de la otra», explica Best. Es posible que otro factor, completamente diferente, sea responsable del efecto.

Para comprobar la existencia de un efecto causal, observa Best, necesitamos verificar la relación entre los dos sistemas de datos. Y necesitamos identificar y eliminar otras variables antes de saltar a las conclusiones. Además, insiste, necesitamos ser especialmente cuidadosos cuando tratamos la causalidad en un cierto plazo. Es una falacia pensar que existe una relación causal, sólo porque una variable precede a la otra. Un buen consejo a tener en mente.

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ZENIT Staff

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