La religión en un mundo inestable

Los estudiosos prestan cada vez más atención al papel de la fe

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WASHINGTON, sábado, 2 julio 2005 (ZENIT.org).- Estimulados por los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, siguen saliendo nuevos libros que examinan los lazos entre religión y seguridad internacional. Una de estas obras, «Religion and Security: The New Nexus in International Relations» (Religión y Seguridad: el Nuevo Nexo en las Relaciones Internacionales), es una selección de aportaciones editada por Robert Seiple y Dennis Hoover (publicado por Rowman & Littlefield).

Los ensayos se basan en una conferencia del año 2003, que, según la introducción de Hoover, tenía como premisa: «Las naciones que no fomentan el respeto por la religión serán vulnerables a cierto número de amenazas a la estabilidad y a la seguridad». Aunque añadía que «la religión no es sólo parte del problema, es parte de la solución».

Pauletta Otis, profesora de estudios estratégicos en el Joint Military Intelligence College, apuntaba que, junto con el terrorismo, la religión ha sido un factor en juego en muchos de los conflictos recientes, desde Somalia a los Balcanes, y Afganistán.

Hasta hace poco, dentro de Estados Unidos, se combinaban muchos factores para excluir la religión de las consideraciones de política internacional, observaba Otis. Entre estos factores estaba el muro de separación entre iglesia y estado; el razonamiento de realpolitik de los analistas militares; y el temor a ofender sensibilidades.

Pero los analistas harían bien en tener en cuenta la religión en sus análisis, indicaba Otis. Cuando la religión está implicada, defendía, los conflictos tienden a ser más largos y más intensos. Y en los últimos tiempos la caída de otras ideologías, añadida a la descomposición de la autoridad estatal en algunos países, ha permitido a la religión jugar un papel más importante.

No obstante, Otis advertía que los líderes deberían tener cuidado cuando tratan el tema de la religión. Sería «engañoso y alarmista» postular un tipo de guerra entre las religiones, afirmaba. Asimismo, una hipérbole indebida sólo exacerbará las tensiones, añadía.

En su aportación, Philip Jenkins, profesor de historia y estudios religiosos en la Universidad Estatal de Pennsylvania, acentuaba la necesidad de prestar más atención a las minorías religiosas perseguidas. Al forzar a la clandestinidad a las minorías a través de la persecución, los estados crean un problema para el futuro. La persecución puede tener éxito en ocasiones, pero también crea el riesgo de robustecer las redes clandestinas, así como reforzar las tendencias más militantes dentro del grupo perseguido, incluso hasta el punto de fomentar el martirio.

Además, si la minoría perseguida es parte de una religión que está presente en otros países, puede convertirse en una especie de quinta columna en momentos de conflicto internacional. Y, dentro de una nación, la persecución religiosa suele dar como resultado un círculo vicioso de conflicto duradero.

¿Excluir o abrazar?
Manfred Brauch, profesor de teología bíblica en el Eastern Baptist Theological Seminary, se preguntaba si la religión, siguiendo el ejemplo de Dios hacia la humanidad, llevará a las personas a abrazarse unos a otros, o si puede reforzar las tendencias de excluir al otro, en ocasiones violentamente.

Las tres principales religiones abrahamíticas – judaísmo, cristianismo e islam – comparten algunos elementos teológicos comunes, pero han estado a menudo en conflicto durante siglos. Según Brauch, el desafío para los líderes religiosos de cada una de estas religiones es cultivar los elementos teológicos que sus religiones tienen en común, y no concentrarse en los puntos de división, como tan a menudo ocurrió en el pasado.

Sostenía que, en el pasado, los líderes y pensadores teológicos de estas religiones han ignorado, o incluso distorsionado, los elementos que en sus religiones darían dignidad espiritual a los miembros de otros credos. Así, se han favorecido los mensajes escriturísticos de exclusión sobre aquellos que promueven el abrazar a los demás.

Brauch cita numerosos textos de cada una de las religiones abrahamíticas que demuestran la existencia de elementos que favorecen una actitud más conciliadora. Estas fuentes teológicas, explica, proporcionan la base para una coexistencia pacífica que ni es «un ingenuo universalismo (ni) un ecumenismo vacuo», sino más bien un «robusto pluralismo» que operaría en el mundo real.

Siguiendo la misma línea argumental, Christopher May, decano del Templeton Honors College, se preguntaba si los miembros de la familia abrahamítica están condenados a un continuado conflicto, o pueden encontrar un camino que conduzca a la paz y a la seguridad. Insistía en la necesidad de una «diplomacia religiosa» que permita a los representantes de las tradiciones religiosas hablar sobre su comprensión de la verdad de una forma que sea aceptable a los seguidores de otras tradiciones.

Esta diplomacia implica la defensa de la verdad religiosa en la vida pública mundial, pero de forma que conduzca al respeto mutuo. Implica el compromiso de hablar de la verdad, y la voluntad de reconocer los pecados del pasado y del presente. En este contexto, observaba los pronunciamientos hechos por el Papa Juan Pablo II pidiendo perdón.

Además, los creyentes necesitan cultivar la actitud de escucha y una voluntad de implicarse en el diálogo con los demás, afirmaba May. Al mismo tiempo, este esfuerzo tiene que evitar la tentación «de generalizar las cosas en una concordancia vaporosa». La humildad es otro elemento necesario para las relaciones pacíficas interreligiosas, observaba.

Cultura y conflicto
Otro libro, publicado a principios de este año por Rowman & Littlefield, es «Religion, Culture, and International Conflict». Editado por Michael Cromartie, reúne el contenido de seis conferencias que tuvieron lugar desde 1999, y fueron organizadas por el Ethics and Public Policy Center, con sede en Washington, D. C.

Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, trató la cuestión de la religión, la cultura y los conflictos internacionales.

Observaba que en la última década algunos cambios han transformado la política mundial. A saber: la cultura ha reemplazado a la ideología como fuente de identidad, y conflictos; muchas sociedades han visto un resurgimiento de la religión; una estructura de poder más complicada, dominada por una superpotencia y algunas grandes potencias regionales, ha suplantado al conflicto bipolar Estados Unidos-Unión Soviética; actualmente hay menos guerras entre estados, y más conflictos internos, en los que la religión suele ser un factor importante.

Huntington sostenía que los conflictos resultan más difíciles de solucionar cuando la dimensión religiosa se vuelve más intensa. La religión también parece proporcionar una justificación a los niveles más extremos de violencia.

Bruce Hoffman, director de la oficina de Washington de la RAND Corporation, exploraba de modo más pormenorizado la relación entre terrorismo y religión. El terrorismo, especialmente las formas originarias de Oriente Medio y Asia, se ha hecho más religioso conforme se hacía más al azar y letal, observaba.

Hoffman distinguía entre el terrorismo en el que la religión juega un papel al proporcionar una justificación teológica para el uso de la violencia, como en los ataques al World Trade Center, y los conflictos donde la religión está implicada, pero no hay uso de la religión para justificar la agresión. Este segundo tipo de conflicto es típico de Irlanda del Norte y Sri Lanka.

En 1980, explicaba, había 64 grupos terroristas identificados, de los que sólo dos eran religiosos. En 1992 el número de grupos descendió hasta los 48, de los que 11 eran religiosos. En 1995 no menos de 26 de los 56 grupos terroristas tenían inspiración religiosa.

El cambio a un terrorismo de base religiosa trae consigo algunas consecuencias, reconocía Hoffman. Para empezar, estos grupos parece que logran adeptos más rápidamente. Muchos de los suicidas islámicos de la Jihad, por ejemplo, han sido reclutados sólo unas semanas o incluso días antes de llevar a cabo sus ataques.

El terrorismo religioso también favorece la violencia indiscriminada de masas, en parte porque minusvaloran a los que no son del grupo como no dignos de respeto. «En algunos casos, los terroristas religiosos se han convencido a sí mismos de que están haciendo a sus víctimas un favor», comentaba. Tal perspectiva anuncia un problema de no fácil solución.

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ZENIT Staff

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