«La samaritana de los pobres», María Merkert, beatificada en Polonia

Preside la celebración el cardenal José Saraiva Martins

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NYSA, lunes, 1 octubre 2007 (ZENIT.org).- Cofundadora y primera superiora general de la Congregación de las Hermanas de Santa Isabel, María Merkert (1817-1872) fue incluida el domingo en el catálogo de los beatos de la Iglesia Universal.

El prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, presidió la beatificación por delegación del Papa en Nysa (Opole, Polonia) –su localidad natal–, en la iglesia de Santiago y Santa Inés.

En su tiempo la llamaban «la samaritana de los pobres», recuerda en los micrófonos de «Radio Vaticana» Andrea Ambrosi, postulador de la causa de beatificación de María Merkert.

«Todos recurrían a ella seguros de ser acogidos y ayudados. Era incansable en su dedicación, dispuesta a atender a todos», ayudando con tal afabilidad de corazón que «la llamaban la querida madre de todos», describe.

Cuando murió su madre en 1842, María Merkert, ya huérfana de padre, decidió dedicase totalmente a los pobres, a los enfermos y a los abandonados.

Con el consejo del confesor, María, su hermana Matilde y Francesca Werner se unieron a Clara Wolf, quien ya se esforzaba en este servicio en Nysa. En 1842 se consagraron ellas mismas y esta obra de beneficencia al Sacratísimo Corazón de Jesús.

Comenzaron a servir a los «miembros dolientes del Cuerpo de Cristo» en la ciudad de Nysa, en Polonia; tenían como meta y programa de su apostolado las palabras de Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25, 40).

«Inspirándose en el ejemplo de Santa Isabel de Hungría, elegida como patrona de la naciente congregación, se dedicaron totalmente a los pobres y a los necesitados, contemplando en su rostro el del Redentor», recordaba Juan Pablo II a las capitulares hermanas de Santa Isabel el 15 de noviembre de 2004.

«La beata María Merkert vivió en un contexto histórico y geográfico, Silesia, particularmente golpeado por la guerra, y es precisamente allí donde dio las mejores pruebas de su santidad», apunta el postulador de su causa, Ambrosi.

Y es que «en un tiempo tan preñado de sufrimientos, dedicó su vida a las personas pobres, abandonadas, enfermas, a los heridos de guerra» –añade–; en todos los anteriores «veía la imagen de Cristo a quien había que servir y amar».

«Jamás perderá actualidad» el modelo que ofreció la nueva beata –subraya–: «acompañar generosa y desinteresadamente al Señor en los hermanos».

«La vocación primaria y fundamental de todo creyente es la de amar a Dios y al prójimo. El amor hacia los hermanos refleja el amor de Dios: de ello siempre fue consciente, y también testimonió con su vida, la beata María Merkert», explica el postulador de su causa, Andrea Ambrosi.

«Fue siempre consciente, de hecho, de que el amor por el prójimo llega a la plenitud sólo encarnando el amor de Dios», insiste.

De acuerdo con Ambrosi, la muerte de la nueva beata no disminuyó su dimensión apostólica. «Su figura y su obra siguen presentes en muchos países del mundo gracias a sus hijas espirituales, que perpetúan su carisma de una manera verdaderamente ideal», concluye.

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ZENIT Staff

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