La Santa Sede exige la eliminación de las bombas de fragmentación

Propuesta del arzobispo Tomasi, observador ante las Naciones Unidas en Ginebra

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 23 agosto 2005 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha pedido que la comunidad internacional establezca un tratado internacional para acabar con las bombas de fragmentación, también conocidas como «bombas de racimo», por sus desproporcionadas consecuencias a nivel humanitario.

La petición fue presentada el arzobispo Silvano Maria Tomasi, observador permanente ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, al participar en la sesión del grupo de expertos gubernamentales de los Estados que apoyan la Convención sobre la prohibición o limitación del uso de algunas armas convencionales que pueden producir efectos traumáticos o indiscriminados, celebrada en la ciudad suiza del 2 al 12 de agosto.

«Son miles los muertos, los heridos, los discapacitados, víctimas de las bombas de fragmentación y es posible constatar sin dificultad los obstáculos al regreso de refugiados, en varias regiones contaminadas por las bombas de fragmentación que no han estallado», denunció el arzobispo.

La utilización de buena parte de este tipo de armas, denunció el prelado, plantea «un problema humanitario grave y desproporcionado con respecto a las ventajas militares».

Estas bombas de fragmentación han sido utilizadas en conflictos recientes, como en la Guerra del Golfo de 1991, en la guerra de Kosovo (Yugoslavia) en 1999, en Afganistán (2001-2002) y especialmente al inicio de la guerra en Irak, en 2003.

«Se utilizaron bombas que, al caer esparce en un vasto territorio bombas más pequeñas que con frecuencia no estallan, al menos en un porcentaje bastante significativo», aclaró posteriormente monseñor Tomasi al explicar las razones de su propuesta.

«Por tanto, tienen consecuencias posteriores, cuando niños o trabajadores, por ejemplo campesinos, retoman la vida normal. En ese momento, esas bombas estallan, creando miles de víctimas o personas heridas, mutiladas», indicó.

Al tomar la palabra en Ginebra, el prelado reconoció que por estas razones «se impone una pausa de reflexión».

«Pero sería insuficiente e inadecuado limitar la reflexión a la cuestión de la mejora de la calidad de las bombas de fragmentación, sabiendo que estas armas, por su concepción, no son armas de precisión», añadió.

«Por el contrario, se dispersan en vastas superficies, lo que hace difícil, o imposible, respetar el principio de distinción entre objetivos militares y civiles, particularmente en las regiones de elevada densidad de población».

Como conclusión, la Santa Sede consideró que «son más que necesarias consultas en este terreno y que deberían entablarse sin demora, con la participación de los Estados, las organizaciones no gubernamentales, las Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, y de todos los que están implicados en la acción de desminamiento humanitario».

Mientras se esperan los resultados de estas consultas, la Santa Sede asegura que «la comunidad internacional no puede y no debería contentarse con contar las víctimas y las consecuencias de estas armas».

«Si por diferentes motivos no es posible encontrar un acuerdo inmediato sobre la prohibición definitiva de la producción y la utilización de esta categoría de armas, la Santa Sede apoya con vigor la idea de una moratoria de la utilización de las bombas de fragmentación durante el período de las consultas propuestas, en espera de llegar a la adopción de un acuerdo internacional adecuado», concluyó.

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ZENIT Staff

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