La Santa Sede recuerda que toda intervención militar exige condiciones éticas

Al intervenir ante la Asamblea General sobre la «Cultura de la paz»

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NUEVA YORK, 11 noviembre 2003 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha recordado ante las Naciones Unidas que todo recurso a una intervención militar debe cumplir rígidas condiciones morales para no provocar más daños de los que se pretenden evitar.

Al mismo tiempo, al tomar la palabra ante la Asamblea General este lunes, el arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, consideró que «la guerra y la proliferación de armas deben ser consideradas como los mayores enemigos del desarrollo de los pueblos».

El representante papal hizo estas consideraciones al afrontar el argument que reunía a la asamblea: la «Cultura de la paz».

«Los motivos que se dan para justificar los conflictos deben ser debidamente analizados, antes, durante y después de que tengan lugar», exigió el prelado.

«La necesidad de imponer una defensa armada para disuadir a la otra parte a no convertirse en un enemigo debería ser sopesada prudente y cuidadosamente con la equivalente necesidad de entrar en contacto con la otra parte, superando toda presunta enemistad, dejando las puertas abiertas a todas las soluciones pacíficas posibles», explicó.

«Consecuentemente –añadió–, cuando aquellos que tienen la responsabilidad y la obligación de defender la paz y el orden están llamados a decidir si tienen que recurrir o no a la legítima defensa, su decisión debe estar sometida a rigurosas condiciones, indicadas por el orden moral».

Para que se pueda dar «una legítima defensa mediante la fuerza militar» el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2309), presenta estas condiciones:

–Que la acción sea emprendida por una autoridad legítima.

–Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

–Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

–Que se reúnan las condiciones serias de éxito.

–Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.

«Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, entonces la guerra y la proliferación de armas deben ser consideradas como los mayores enemigos del desarrollo de los pueblos» dijo el arzobispo.

«Al acabar con la carrera de armamentos puede comenzar un proceso de auténtico desarme, con tratados basados en garantías auténticas y factibles», añadió.

Como medio para promover y fortalecer la paz, el arzobispo propuso «la reorientación de recursos económicos y de otro tipo que se destinan a la carrera de armamentos hacia otras necesidades, como la atención sanitaria básica, la educación para todos y el fortalecimiento de la familia».

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ZENIT Staff

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