La solidaridad no es una opción sino un deber

Monseñor Tomasi en Ginebra en la sesión ordinaria del Consejo de los Derechos del Hombre

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«Mientras los Estados y la sociedad civil realizan esfuerzos intensos para programar de forma estratégica el desarrollo futuro de nuestro planeta y de sus pueblos, en este momento de la historia continuamos llevando la carga de una crisis financiera a largo plazo».

Con estas palabras ha iniciado su intervención monseñor Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en la oficia de las Naciones Unidas e instituciones especializadas en Ginebra, durante la vigésimo sexta sesión ordinaria del Consejo de los Derechos del Hombre, sobre la solidaridad internacional y derechos del hombre, celebrada en Ginebra.

El arzobispo explicó que la crisis ha golpeado fuertemente no sólo las economías a alto nivel donde comenzó, sino también a aquellas en dificultad que dependen en gran parte de las oportunidades globales para salir de la opresión secular de la gran pobreza o de los vestigios del colonialismo, o también de las políticas comerciales más recientes que se vuelven injustas.

Asimismo, observó que teniendo en cuenta el agravarse de los conflictos internos entre diferentes Estados, «la familia humana a menudo parece incapaz de salvaguardar la paz y la armonía en nuestro mundo agitado».

Y advirtió que tampoco podemos ignorar los efectos destructivos de los cambios climáticos que causan tanto daño en el patrimonio natural de la tierra, como a todos los hombres y mujeres que se han hecho cuidadores de la creación.

Entre las diferentes causas del sufrimiento humano –agregó– debemos considerar también el rol de la avaricia personal, que lleva a una verdadera esclavitud de millones de mujeres, niños y hombres, en evidentes situaciones de abuso y de total desprecio de la persona humana. Así como es necesario tener en cuenta las situaciones laborales precarias de muchas personas, y «debemos reconocer una constante: los ciudadanos pobres y marginados de nuestro mundo sufren los efectos más negativos y encuentran cada vez más difícil salir de sus sufrimientos cotidianos».

Ante estas situaciones, el arzobispo propuso «el principio y la práctica de la solidaridad como único medio eficaz para salir del círculo vicioso de la pobreza, del aprovechamiento a costa de otros y de los conflictos el mundo». A propósito, recordó que la solidaridad no es un simple sentimiento de vaga compasión.

Por otro lado, reconoció que la solidaridad puede prevenir, o al menos mitigar, el impacto de los desafíos globales, que son muy conocidos en todos los sectores de la sociedad actual, exhortó monseñor Tomasi.

Al concuir su discurso, el prelado afirmó que «la solidaridad nace de una ética absolutamente vinculante; no es solamente una opción, sino un deber». Por tanto, «es urgente proseguir en los esfuerzos y alcanzar el pleno reconocimiento y la aplicación legal del principio de solidaridad».

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ZENIT Staff

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