La superación de las divisiones entre cristianos dará un impulso a la paz mundial

Entrevista con el obispo Brian Farrell, secretario del Consejo para la Unidad de los Cristianos

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PORTO ALEGRE, viernes, 3 marzo 2006 (ZENIT.org).- Con la finalidad de evitar un conflicto entre Oriente y Occidente, y también para responder a las inquietudes del mundo en general, «es ciertamente indispensable que los cristianos hablen y colaboren en un mismo idioma», considera el secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

En esta entrevista concedida a Zenit, el obispo Brian Farrell, L.C., afronta el tema del ecumenismo, tras haber representado a la Santa Sede en la IX Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias (WCC), celebrada en Puerto Alegre (Brasil).

–El Papa Benedicto XVI ha asumido como prioridad de su pontificado el trabajo a favor de la unidad de los cristianos. ¿Qué significa esto concretamente?

–Monseñor Farrell: Significa servir a Cristo, porque Él mismo, la noche antes de morir, rezó para que sus discípulos fueran una sola cosa, como Él y el Padre son una sola cosa. Por ello, hay que superar la división que existe actualmente en la Iglesia. Es una prioridad de la Iglesia, del Papa y de todos nosotros, porque no podemos considerarla como una tarea meramente secundaria; es esencial para la Iglesia que ha de dar testimonio de unidad para que, como dijo Cristo, «el mundo crea».

–El Papa se reunirá en Turquía en noviembre con el Patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I, quien le ha invitado a visitar su sede. ¿Qué significa esto desde el punto de vista ecuménico?

–Monseñor Farrell: Con el Patriarca ecuménico tenemos una relación muy positiva y muy cordial, desde hace ya bastante tiempo. En cierto sentido, es un gesto de reconocimiento y de amor fraterno el que el Papa vaya a encontrarlo a Constantinopla. El Patriarca vino a Roma en varias ocasiones para visitar al Papa Juan Pablo II. Ahora va el Papa Benedicto XVI, como también lo hizo Juan Pablo II en su primer año de pontificado.

–El Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos dedica actualmente una particular atención a promover la unión con las iglesias ortodoxas. ¿Qué es lo que falta aún para lograr esta unidad?

–Monseñor Farrell: Hay serias dificultades, frutos de mil años de división. Mil años son mucho tiempo. Y en mil años, Oriente y Occidente han tenido un desarrollo diverso, con percepciones distintas, con formulaciones doctrinales diferentes. Todas estas cosas deben ser examinadas en su conjunto, para mostrar que las diferencias son pocas, y lo que hoy nos divide es algo casi de percepción psicológica –diría yo–, culturales, más que de una razón teológica de fondo.

Ahora bien, tenemos un problema concreto, no digo que sea difícil, pero sí que requerirá de un enorme esfuerzo tanto por parte nuestra como por parte de los ortodoxos. Me refiero al modo de ejercer el primado del obispo de Roma. En un cierto sentido, los ortodoxos lo podrían reconocer, pero la manera en que se ha venido ejerciendo el primado de Pedro en Occidente no es exactamente la misma con la que se ejerció en Oriente durante el primer milenio. Por ello se debe buscar una modalidad. En su grandiosa encíclica «Ut unum sint», el Papa Juan Pablo II, en el número 95, invita a todas las Iglesias ortodoxas, a los teólogos católicos y a todos en general a pensar en el modo en que se puede ejercer este primado de una manera aceptable para ellos, en el servicio de la unidad y del amor.

–Constatamos una división entre Occidente y Oriente evidenciada por la ola de violencia escenificada por la publicación de las caricaturas del profeta Mahoma. La promoción de la unidad de los cristianos de Occidente y de Oriente, ¿puede ser un punto de partida para que no se profundice esta división del mundo en dos polos?

–Monseñor Farrell: Ciertamente es necesario que los cristianos hablen y colaboren en un solo idioma. De lo contrario no podrán dar testimonio común y no podrán responder a las inquietudes del mundo islámico y del mundo en general. Por ello, es necesario que nosotros los cristianos, esforzándonos por estar más unidos, podamos participar en el diálogo interreligioso sumando las fuerzas y posibilidades existentes para poder afrontar esta problemática, que consiste en evitar un conflicto de civilizaciones entre Oriente y Occidente.

–¿Cuál es el estado actual del ecumenismo en Europa? ¿Hay resultados de acercamiento entre los cristianos? En Brasil se dan muchas dificultades entre los hermanos separados…

–Monseñor Farrell: El ecumenismo no es una realidad única, es diversa en situaciones diversas, en diferentes partes del mundo. En Europa, el ecumenismo es muy importante, muy profundo y teológicamente muy motivado, pues en Europa nacieron todas estas divisiones, y en Europa se debe trabajar sobre todo a nivel teológico para su superación. No puedo hablar de Brasil, pero lo que he visto en estos pocos días en que he estado aquí es que la relación ecuménica en Brasil es muy diferente a la que tenemos en Europa. Aquí estamos hablando de comunidades recientes, comunidades carismáticas pentecostales y evangélicas, que provienen de tradiciones muy diversas a las de las iglesias históricas. Por lo mismo, estas nuevas formas de vida cristiana todavía deben encontrar una modalidad y una estructura que les permita entrar en un diálogo serio, teológico, basándose en sus creencias, como sucede entre las Iglesias históricas.

–¿Cómo deben los católicos entender y vivir el ecumenismo en Brasil y en América Latina, donde existe una gran cantidad de pequeñas sectas evangélicas?

–Monseñor Farrell: En primer lugar, en el ecumenismo vale el principio por el cual una persona debe dar testimonio de su propia fe. Los católicos, por lo mismo, se aproximan al diálogo con la fe de la Iglesia, buscando entender quién es el hermano separado de nosotros, cuál es la base de su fe, cuáles son los puntos que tenemos en común, cuáles son las diferencias y, en el diálogo, procurando encontrar las razones para alcanzar una convergencia por encima de estas diferencias.

El católico que se aproxima al ecumenismo, por tanto, debe ser una persona de fe, de conocimiento, de gran espiritualidad, porque el ecumenismo no es cuestión de acuerdos, de discusiones y de cuestiones tratadas por expertos. El ecumenismo es la vida de la Iglesia que busca la voluntad de Cristo en todos los demás hermanos unidos con nosotros a través del bautismo.

–En su homilía para la clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el pasado 25 de enero, el Papa afirmó que el esfuerzo ecuménico comienza con la conversión del corazón, como afirma claramente el Concilio Vaticano II: «No hay ecumenismo verdadero sin conversión interior». ¿Cómo definiría un corazón abierto a la unión, abierto a la unidad del amor?

–Monseñor Farrell: Significa que nunca estaremos unidos si no lo estamos en Cristo, y que vivir en Cristo y de Cristo es una cuestión de conversión. En el ecumenismo esto tiene una aplicación muy concreta en las situaciones reales en las cuales, según el curso de nuestra historia, algunos han sido perseguidos por otros, algunos han sufrido a manos de otros. Aun después de los siglos, sigue viva la memoria de cuestiones pasadas, dolorosas, difíciles. La conversión en el ecumenismo tiene mucho que ver con la purificación de la memoria, es decir, volver a ver estos eventos del pasado –que han provocado tanto sufrimiento y tantas divisiones– a la luz de Cristo. Cristo reconcilia a todos en uno. A través de Cristo, aproximándose a Cristo, viviendo de Cristo, obtendremos la inteligencia y la fuerza no digo para olvidar el pasado, sino para verlo a la luz de Dios, y en esto descubrir que, no obstante lo que ha pasado, no obstante las dificultades, somos y seremos siempre más, en Cristo, hermanos y hermanas.

–El cardenal Kasper
afirmó sobre el Consejo Mundial de las Iglesias: «no somos miembros, sino buenos socios». ¿Cómo se realiza esta labor en conjunto? ¿Por qué el diálogo de la Iglesia católica con las otras confesiones es bilateral y no multilateral?

–Monseñor Farrell: Con una confesión concreta, por ejemplo con los ortodoxos es bilateral. Nuestro diálogo con los anglicanos es bilateral. El Consejo Mundial de las Iglesias es como un foro global en el que muchas iglesias protestantes y ortodoxas se encuentran. Nosotros no somos miembros por muchas razones serias, y en el fondo no podemos ser miembros porque somos una Iglesia única, universal. Los miembros del Consejo son iglesias nacionales o grupos de iglesias regionales. Nosotros no encuadramos en este contexto, pero apreciamos la labor del Consejo Mundial de las Iglesias como una posibilidad magnífica de reunir a muchos cristianos y trabajar con ellos, y, colaborando con ellos, buscar en conjunto la unidad, y mientras buscamos la unidad trabajar para responder en modo cristiano a tantos problemas y dificultades sufridas en el mundo entero.

–¿Existe un consenso sobre el significado del ecumenismo por parte de quienes participan en el diálogo ecuménico? ¿Cuáles son los principales obstáculos a afrontar?

–Monseñor Farrell: En esta asamblea general había dos aspectos. En primer lugar se trataba de un encuentro de personas de todo el mundo, diversas entre sí, que pertenecen a iglesias muy diversas entre sí. Todos animados por una misma cuestión, que es la búsqueda de la unidad. En esta asamblea se vio la fe, la aspiración por la unidad, el deseo de trabajar por la unidad. Somos conscientes de los motivos profundos por los cuales estamos divididos. Cada iglesia tiene su conciencia del problema.

Naturalmente la Iglesia católica, como una Iglesia de dos mil años y de fuerte tradición, es fuertemente consciente y sabe exactamente qué creer y qué pensar sobre el ecumenismo. Para nosotros la finalidad del ecumenismo es la unidad plena y visible de todos los discípulos, de todos los seguidores de Cristo. Otras comunidades con frecuencia tienen una autoconciencia diversa, y pueden tener su propio objetivo en el trabajo ecuménico. Se trata de esto en el diálogo multilateral en el Consejo Mundial de las Iglesias, también se busca definir mejor la finalidad del trabajo ecuménico.

–¿Se han dado en la asamblea intentos de reconocimiento recíproco del bautismo o de establecer un día común para la Pascua, preocupación subrayada por el cardenal Walter Kasper?

–Monseñor Farrell: Estas preocupaciones han sido abordadas por muchas personas. Son problemas no sólo de esta asamblea, sino cuestiones que se tratan ya desde décadas pasadas. Muchos estudios y diálogos buscan aclarar las consecuencias del bautismo común entre los cristianos. Estamos todos incorporados a Cristo mediante el bautismo, aunque pertenezcamos a una u otra iglesia. Esto significa mucho, y es necesario descubrir qué significa esto.

En relación a la Pascua, la Iglesia católica se ha declarado con la disponibilidad de cambiar el modo de fijar el día para ponerse de acuerdo con las Iglesias ortodoxas y con los ortodoxos orientales sobre la fecha, si es que se puede encontrar una solución común. Estamos disponibles. Es una problemática muy difícil; en el sigo III de la Iglesia hubo discusiones sobre la fecha de la Pascua y todavía existen hoy. Es un punto sobre el que conversaremos y buscaremos alguna solución. Sería un magnífico testimonio de cara al mundo, que los cristianos celebrasen juntos, en el mismo día, la resurrección Cristo, el centro de nuestra fe.

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ZENIT Staff

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