La tormenta y el arco iris: dos momentos de una historia de amor

Juan Pablo II medita en «el Salmo de los siete truenos»

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CIUDAD DEL VATICANO, 13 junio 2001 (ZENIT.org).- Para Juan Pablo II la «fascinación» que Dios ejerce en el hombre constituye un auténtico duelo entre su tremenda fuerza y su serena ternura, en el que esta última acaba imponiéndose.

Al recibir en la audiencia general de este miércoles a miles de peregrinos, en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II les sorprendió con las poderosas imágenes del Salmo 28, conocido también como «el Salmo de los siete truenos».

De este modo, continuó con la serie de reflexiones que viene ofreciendo este año sobre los salmos y cánticos de la Biblia, que marcan el ritmo de la Liturgia de las Horas.

Se trata de un pasaje en el que se presenta el trueno «como un símbolo de la voz divina, que con su misterio transcendente e inalcanzable irrumpe en la realidad creada hasta conmocionarla y atemorizarla, pero que en su íntimo significado es palabra de paz y de armonía».

Las imágenes que utiliza el autor del Salmo para mostrar la potencia de Dios son sobrecogedoras. Los cedros altísimos del Monte Líbano se retuercen víctimas de los rayos y parecen saltar bajo los truenos como animales atemorizados.

Pero, cuando el temor parece apoderarse del creyente, el pasaje bíblico contrapone «la armonía del canto litúrgico» y, de este modo, «al terror le sustituye la certeza de la protección divina».

Se trata de la profunda experiencia de Dios que siente todo hombre que se acerca a él, explicó el Papa. Algo que como él mismo reconoció, quedó brillantemente ilustrado por el alemán Rudolph Otto (1869-1937), uno de los pensadores que más se detuvo a analizar la experiencia religiosa.

Por una parte, como decía Otto, se percibe el carácter «tremendum» de Dios, es decir, «su trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la humanidad». Por otra, se presenta su carácter «fascinosum», «es decir la fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se difunde en el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada al justo».

Esta experiencia hace que «incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la historia, y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se sienta en paz, envuelto en un manto de protección que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos», aclaró el Papa.

Por eso, Juan Pablo II concluyó: «tras la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se alza ahora el arco iris de la bendición divina, que recuerda «la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente»».

En el fondo, la catequesis del Papa no fue más que la descripción de la azarosa historia de amor que todo hombre está llamado a vivir con Dios.

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ZENIT Staff

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