La Unión Europea debe acabar con las divisiones de Yalta, afirma el Papa

Al recibir al nuevo embajador de Hungría ante la Santa Sede

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CIUDAD DEL VATICANO, 24 octubre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que la ampliación de la Unión Europea (UE) hacia los países del Este debe servir para superar definitivamente las divisiones surgidas tras la segunda guerra mundial.

El Santo Padre presentó su propuesta este jueves al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Hungría ante la Santa Sede, Gábor Erdödy (Budapest, 1951), fundador en 1989 de la revista católica para la juventud «Igen» (1989), catedrático de Historia alemana, y embajador húngaro ante Alemania entre 1992 y 1996.

El Papa recordó en su encuentro con el diplomático que Hungría, país de algo más de 10 millones de habitantes en el que los católicos bautizados son 6 millones 200 mil, es uno de los candidatos a formar parte de la UE.

«La Santa Sede –aseguró– se alegra ante la perspectiva de esta ampliación de la Unión, que debería permitir el restablecimiento progresivo de la unidad del continente europeo, rota con la división de Yalta y el cierre del bloque soviético».

En su saludo al Papa, Erdödy había observado poco antes que «según nuestras esperanzas, en el año 2004, con al ampliación al Este, las naciones de Europa central que estén listas podrán unirse finalmente a la familia de los pueblos libres».

Asimismo, reconoció que «en la realización de la integración europea, la Iglesia católica ha desempeñado un papel indispensable».

Al responder al embajador, el Papa señaló que «la libre circulación de personas y de bienes, así como el diálogo de culturas y el intercambio de las riquezas espirituales entre las naciones son los elementos capaces de vencer los miedos, la cerrazón, y las estrecheces nacionalistas que en un pasado incluso reciente han suscitado tantas hostilidades a escala europea y mundial».

El Papa, concluyó desando que Hungría, «testimoniando su historia y su rica identidad cultura, contribuya a que la Europa de mañana no sea sólo un gran mercado de bienes materiales, sino más bien la expresión viviente de las numerosas riquezas culturales y espirituales, propias de cada nación y puestas en común al servicio de la Unión».

«Es una responsabilidad importante de las naciones europeas –aclaró– con respecto a los pueblos de otros continentes, que desean a su vez unir sus riquezas y sus fuerzas para servir al desarrollo y la paz».

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ZENIT Staff

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