La vida consagrada femenina y la misión de suscitar esperanza (II)

Entrevista con sor Marcella Farina, Hija de María Auxiliadora

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

MADRID, viernes, 19 mayo 2006 (ZENIT.org).- Los miles de mujeres consagradas a Dios son un signo de esperanza para la humanidad, afirma sor Marcella Farina, salesiana.

Sor Marcella Farina es profesora de Teología Fundamental y de Teología Sistemática en la Facultad Pontificia de Ciencias de la Educacion, Auxilium, forma parte de la Academia Pontificia Teológica, de la Asociación Mariológica Interdisciplinar y es también miembro y socia fundadora de la Sociedad Italiana de Investigación Teológica.

Publicamos la segunda parte de la entrevista concedida a Zenit. La primera parte apareció en la edición de Zenit de este jueves, 18 de mayo de 2006.

–¿Cuál es el principal desafío de la vida religiosa femenina?

–Sor Farina: La pregunta exige un discernimiento enfocado a las diversas instancias, cuestiones, perspectivas que emergen de la vida religiosa femenina. Existen múltiples desafíos-posibilidades proféticos. Sin duda, la base es la transparencia de la radicalidad evangélica, es decir la fidelidad al Evangelio hecha legible con el testimonio, con un estilo de existencia en el que resplandece la belleza del seguimiento.

Es verdad que toda la Iglesia, y por tanto cada creyente, está llamado a pasar de la teología a la teofanía, del discurso sobre Dios a la revelación de Dios, de la cristología a la cristofanía, del discurso sobre Jesucristo a su revelación, del conocimiento de su persona al conocimiento de Él en persona.

La persona llamada a seguir a Jesús más de cerca, amándolo con corazón indiviso, está llamada a revelar la misericordia del Señor de modo especial. A la exigencia de radicalidad evangélica, se une el reto de traducir esta realidad en femenino.

–¿Qué significa hacer visible la radicalidad evangélica en femenino?

–Sor Farina: Hay algunas dimensiones que podemos ver en la historia. Partiría de la indicación que nos ofrece el evangelio de Lucas en el capítulo 8, versículo 1-3: « Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes». Aplicando a estos versículos la exégesis del silencio, es decir, situando estas escuetas indicaciones en el contexto sociorreligioso de aquella época, emerge que Jesús, libre de todo estereotipo misógino, admitió a mujeres entre sus seguidores. Por otra parte, dice que «habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades», que niega el estereotipo de la mujer «peligro moral», sin hacer ninguna referencia a la liberación espiritual de los Doce.

Estas mujeres habían captado en el mensaje de Jesús tal potencia de liberación y de autenticidad que esto las llevó a superar los prejuicios, límites, temores, y a correr el riesgo de ser juzgadas por los demás. Se sabe lo duras e injustas que eran las normas que mantenían atadas a las mujeres al poder masculino paterno y marital, por las que no podían decidir por sí mismas su propio proyecto de vida; en concreto, no podían disponer del propio cuerpo, por tanto de la propia sexualidad y del propio mundo afectivo, ni de sus recursos económicos. Éstas tuvieron la osadía de optar por Jesús y el Evangelio, afirmando con la vida que disponían libremente de su propio cuerpo y de sus bienes, según las exigencias del seguimiento de Cristo.

La historia del cristianismo, aunque todavía persistan hoy lecturas ideológicas que afirman lo contrario, da fe claramente de que las mujeres, en mayor medida que los hombres, encontraron en el Evangelio un espacio único de libertad y de autonomía, de realización propia y de servicio religioso y social, y por tanto de visibilidad histórica.

Pensemos en la época de las persecuciones: son numerosas las mujeres, desde las jovencitas hasta las mujeres casadas y las viudas, que dan testimonio de la fe en Jesucristo hasta el martirio. De manera que el «sexo débil» se presenta fortísimo, dejando asombrados a los perseguidores.

Pensemos en la acción evangelizadora realizada por las mujeres del mundo aristocrático imperial, a través de las relaciones domésticas. Pensemos en el monaquismo y en la socialización de los saberes, desde los culturales a los que se refieren a los oficios.

Pensemos en las congregaciones religiosas modernas y en el valor de las mujeres para estar en el mundo, superando el estereotipo de guardianas del hogar doméstico, con la pasión evangelizadora y socorredora de Cristo. La memoria histórica debería resultar un recurso profético efectivo para el futuro. En este sentido, señalaría algunos ámbitos en los que se debería ejercer esta profecía.

–¿Dónde están estos nuevos ámbitos?

–Sor Farina: Hoy, en un contexto de secularización y también de hostilidad más o menos latente hacia el Evangelio, nosotras mujeres consagradas deberíamos testimoniar la potencia emancipadora del seguimiento de Jesús, irradiando la belleza de entendernos a nosotras mismas a su luz y a la de su mensaje. En la escuela de María, Madre suya y nuestra, deberíamos volver a enmarcar nuestra existencia en las grandes obras de Dios, en su misericordia, como la Virgen en el Magnificat.

No es algo que se da por descontado. Exige valor, osadía y humildad. Es el coraje de ir hasta el final, hasta la entrega de la vida, sobre todo con el testimonio de fe valerosa, saliendo del ámbito privado, de la concepción típica de la Ilustración que persiste –a pesar de los desmentidos históricos– al considerar la dimensión religiosa como un hecho privado, por tanto invisible, sin incidencia en la construcción de la sociedad.

En una cultura que corre el riesgo de centrarse en lo tecnológico, estamos llamadas a dar testimonio de la relación, la síntesis entre razón y sentimiento, entre racionalidad y relacionalidad.

En un contexto en el que emerge la conflictividad y el interés individual, es una semilla de esperanza de singular fecundidad tener un estilo de vida solidaria, donde se realiza el intercambio de saberes y se da el «empowerment» (darse recíprocamente poder, reconocimiento, ánimo) entre mujeres por el bien de toda la humanidad.

Todo esto exige una capacidad de discernimiento y su ejercicio concreto, fundados en una visión teologal de la historia, por tanto en una visión abierta a la esperanza, confiada en la confianza anticipada que el Señor nos da constante y gratuitamente.

–Usted coordina cursos de formación. ¿Dónde ve las lagunas más grandes?

–Sor Farina: Hay que contar con que el panorama de la vida consagrada femenina ha cambiado, en relación a hace sólo un decenio. Hoy predomina el mundo asiático y africano respecto al europeo o americano. Lo constato concretamente en el «Curso anual de capacitación para formadoras y formadores en la vida consagrada».

Esta diversa proveniencia sociocultural y sociorreligiosa presenta nuevas urgencias educativas, al mismo tiempo que ofrece oportunidades y sensibilidades en una nueva comprensión de la experiencia evangélica y carismática. La reflexión teológica, también la relativa a la vida consagrada y a los carismas de cada instituto, hasta el Vaticano II, se elaboró en gran parte en Occidente, con categorías conceptuales, acentuaciones, tradiciones y traducciones prácticas ligadas a este contexto. Los institutos mismos surgieron en su mayoría en Occidente, sobre todo en Europa y, en concreto en Italia.

La consecuencia de esto es que, antes, a la hora de transmitir contenidos teológicos y carismáticos, se podían presuponer elementos culturales y religiosos, experiencias y compor
tamientos (doctrina, historia, filosofía, arte, literatura, estilos de vida y sabiduría popular) que hoy ya no se pueden dar por descontados.

Puede suceder que las mismas palabras transmitan conceptos y modos de sentir diversos que tal vez no coincidan con el mensaje evangélico y carismático.

Por lo tanto, en los itinerarios formativos hay que asegurar las condiciones de posibilidad fundamental para una correcta inculturación y nueva expresión de la fe y de la vida consagrada, sin dejarse engañar por fáciles traducciones.

No basta transmitir contenidos informativos sino que hay que favorecer la asimilación de los valores en una elaboración existencial de síntesis evangélica y carismática que hace posible el discernimiento personal y comunitario.

Es esta una urgencia fundamental a la que hay que responder de modo adecuado.

Sobre las eventuales lagunas, se puede señalar que éstas a menudo repiten los mismos límites que encontramos en la sociocultura actual. La mentalidad del «todo y ahora» se traduce a veces en los institutos religiosos en la elección de itinerarios de estudio breves, quizá con aplicaciones prácticas inmediatas. Esto no dispone el espíritu a ese «silencio interior», a esa paciencia-paz, a esa perseverancia, a ese «estudiosidad» que forman el humus de la humilde y apasionada búsqueda de la verdad.

–¿Pero es buena la formación de las religiosas?

–Sor Farina: En general noto una forma latente de analfabetismo religioso: los contenidos de la fe a veces se aprenden de modo superficial y aproximado. No por falta de empeño de los profesores o de los estudiantes sino por una cierta prisa «psicológica», provocada también por la cultura informática, que si, por una parte, proporciona muchas informaciones e instrumentos, por otra parece favorece la acumulación de material sin una verdadera asimilación, sin un genuino metabolismo espiritual.

El efecto es el saber «más o menos», que no puede llevar a esa sabiduría existencial que orienta en el discernimiento entre verdadero y falso, entre bien y mal. El peligro es la regresión a nivel cultural con el efecto de confusión o el yo como único referente, cerrazón y defensa en la seguridad de la propia isla.

La sociedad compleja y globalizada exige personas profundas y solidarias, capaces de confrontación constructiva y de proyectos solidarios. Estamos llamadas a invertir en la formación, también en la formación cultural y profesional, para poder vivir y actuar con la carga de recursos evangélicos y responder a los retos de la historia.

Hay que seguir detrás de las opciones valientes hechas por las mujeres consagradas tras el Concilio Vaticano II, valorando las grandes oportunidades formativas que se nos ofrecen, no temiendo iniciar itinerarios de estudio largos, sobre todo en el campo de las ciencias teológicas y en el de las ciencias de la educación, en las que deberíamos ser cada vez más expertas. Deberíamos concretamente alimentar la conciencia de la formación continua.

Otro aspecto que hay que reforzar es el sentido de la verdad que se hace fidelidad, por tanto el sentido proyectivo de la vida, encarnando el ideal en lo cotidiano y reduciendo la distancia entre el ideal y las opciones concretas de cada día.

El discurso no es teorético, abstracto: es la opción fundamental por Cristo que hay que traducir en la vida, en sus múltiples expresiones, confiando con gratitud en la gracia que El nos da siempre con abundancia.

Es el crecimiento en la identidad evangélica y carismática, dentro de una sociedad en cambio que exige de la persona y de la comunidad una constante y profunda nueva comprensión del propio ser y de la propia misión.

–¿Hay necesidad de más acompañamiento espiritual?

–Sor Farina: En este sentido, se advierte la exigencia del acompañamiento del que hoy a veces carecemos. Hay muchos profesores, personas que ofrecen conocimientos, quizá incluso consejos, ayudas varias, pero las nuevas generaciones –e incluso no las más recientes- sienten a menudo una profunda soledad, sienten la necesidad de que se les ayude concretamente a traducir en la historia los valores evangélicos.

Hace algunos años no se hablaba de acompañamiento espiritual pero había sacerdotes que guiaban en el discernimiento vocacional y animaban a elegir confiando en la Providencia Divina. El acompañamiento es urgente incluso como lugar de esperanza. En él se pueden crear oportunidades y ocasiones para que la persona se ejercite en el discernimiento, haciendo opciones coherentes con audacia y humildad.

En este acompañamiento, hay que dar atención a la asimilación verdadera de los contenidos de la fe y de la espiritualidad del propio instituto, con un sano metabolismo espiritual.

Otro aspecto sobre el que deseo llamar la atención es la maduración en el sentido de la propia condición de ser creado.

Hay algunos elementos de la cultura actual que orientan a considerar la perfección humana como infalibilidad, que alimentan el complejo de omnipotencia y omnisciencia, por tanto no favorecen la conciencia del límite, de la propia precariedad.

En tal sentido, hay una llamada a dar testimonio del sentido de trascendencia, del primado de Dios, el abandono en la Providencia, superando las formas de miedo que llevan a la posesión, la manipulación, la postura de autosalvación.

En una sociedad que se cierra en lo inmediato y terrestre, la vida consagrada está llamada a recordar el Más Allá y al Otro, la realidad de los valores escatológicos. No significa simplemente alimentar la tensión hacia el futuro, sino cultivar la aspiración al Paraíso, a la patria futura, adquirida trabajando por la ciudad terrestre según el proyecto de Dios.

Me parece muy iluminador recordar a este propósito el mensaje que Pablo VI dirigió a la III Asamblea General de los obispos italianos, el 22 de febrero de 1968. Decía: «Que no se diga que así orientados y libres de aspiraciones temporales nos convertimos en extranjeros en esta tierra, en la que la Providencia nos ha permitido vivir; ni que somos incapaces de diálogo con el mundo profano, orientado hacia las realidades terrenas que se han convertido hoy en muy fecundas y seductoras. Toda la constitución conciliar “Gaudium et Spes” está ahí para demostrar lo contrario y para resolver el problema de las relaciones del cristianismo con el humanismo».

–¿Entonces, cuál sería la misión?

–Sor Farina: Sigue Pablo V: «Nuestra misión, justo en esta hora inquieta y confusa, es la de proporcionar esperanzas buenas, esperanzas verdaderas, esperanzas nuevas a los hombres a los que se dirige nuestro ministerio; y esto –dicho con cautela– vale también para la vida temporal de nuestros hermanos (tales son en efecto para nosotros los hombres, que la vida vivida nos hace cercanos)».

«Nos toca a nosotros, creyentes, que esperan y aman, llevar, según nuestra habilidad, continuamente la luz al hombre ciego, el pan al hombre hambriento, la paz al hombre airado, al hombre cansado el apoyo, al hombre que sufre el consuelo, al hombre desesperado la esperanza, al niño la alegría de la bondad, al joven la energía del bien».

«Si hay una crisis hoy en el mundo es la de la esperanza, la de la ignorancia de los fines por los que vale la pena emplear la enorme riqueza de medios, con los que la civilización se ha enriquecido pero también ha endurecido la vida humana. Nosotros somos los guías. Somos aquellos que tienen la ciencia de los fines».

«Debemos ser maestros de la esperanza. Y esto va dicho por vosotros, pastores, a los que ha sido dado conducir al rebaño humano a los pastos de la verdadera vida; va dicho por vosotros, laicos católicos, que con los pastores aportáis a la Iglesia y al mundo el pensamiento y la obra de la salvación cristiana».

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación