Las diferencias entre ricos y pobres son una afrenta a la dignidad de la persona humana

Intervención del observador vaticano ante la ONU, monseñor Tomasi

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GINEBRA, lunes 25 junio 2012 (ZENIT.org).- El observador permanente de la Santa Sede ante la ONU y otras Organizaciones Internacionales en Ginebra, monseñor Silvano Maria Tomasi realizó una intervención en la 20 Sesión del Consejo de Derechos Humanos en materia de deuda externa y derechos humanos. En ella subrayó la necesidad de reconsiderar la deuda externa y las diferencias enormes entre ricos y pobres que ofenden a la dignidad humana.

Monseñor Tomasi afirmó que «la Santa Sede apoya con fuerza la aserción del Informe de que los derechos humanos así como las reglas de justicia y ética deben aplicarse a todas las relaciones económicas y sociales, incluyendo las obligaciones de la deuda externa».

«El criterio de los derechos humanos para evaluar la deuda externa –añadió- puede ser un importante instrumento para mover el desarrollo de la estrecha comprensión ‘económica’ o material a otra basada en el desarrollo humano integral, que promueve ‘el desarrollo de cada hombre y de todo el hombre'».

Así mismo, dijo, «reconoce el ‘derecho al desarrollo’, basado en la humanidad de cada persona, desde la concepción hasta la muerte ntural, independientemente de su edad, nacionalidad, raza, religión, etnia, sexo y situación de minusvalía».

Al mismo tiempo, añadió el observador permanente «reconocemos el papel que la corrupción ha jugado y sigue jugando en agravar el problema de las obligaciones de deuda en muchos de los países menos desarrollados».

Monseñor Tomasi afirmó que «una ética centrada en la gente se funda en una visión de la persona humana que subraya la dignidad humana. Toda actividad económica justa respeta la dignidad humana. La riqueza y la deuda deben servir al bien común. Si se viola la justicia, la riqueza y la deuda se convierten en instrumentos de explotación, especialmente de los pobres y marginados».

Según el observador vaticano, «la deuda externa es un síntoma de la falta de justicia en el flujo de capital en el mundo». Y puso de relieve que «la cuestión de la deuda es parte de un problema más amplio: el de la persistencia de la pobreza, a veces incluso extrema, y la emergencia de nuevas desigualdades que están acompañando el proceso de globalización».

«Si el objetivo es globalización sin marginación –afirmó–, no podemos tolerar por más tiempo un mundo en el que viven al lado unos de otros los inmensamente ricos y los pobres miserables, los privados incluso de lo esencial y gente que gasta despreocupadamente lo que otros necesitan desesperadamente. Tales contrastes son una afrenta a la dignidad de la persona humana».

De acuerdo con el informe, y los observadores más objetivos, la Santa Sede «reconoce que los préstamos a los países en vías de desarrollo en un tiempo promovieron la desigualdad y se convirtieron en barreras al desarrollo en lugar de servir como instrumentos para promover el dasrrollo».

La Santa Sede «apoya el nuevo principio de transparencia en los préstamos externos a todos los niveles y por todos los actores en orden a disminuir el riesgo de los graves errores que se hicieron en el pasado, cuando la corrupción llevó a préstamos secretos para propósitos dudosos, tomados por líderes no interesados en el bien común, con los pobres en países en vías de desarrollo teniendo que cargar con ese peso. Apoyamos esta reforma y animamos los esfuerzos para corregir las injusticias de los préstamos pasados con más agresivas condinaciones de la deuda».

La Santa Sede espera que «el proceso de cancelación y reducción de la deuda para los países más pobres continuará y se acelerará».

«Una mayor transparencia también ayudará a evitar la construcción de niveles de deuda insostenibles para las naciones en vías de desarrollo. Tanto en los países en desarrollo como los desarrollados la falta de transparencia en la acumulación de la deuda ha añadido una incerteza económica en el sistema financiero mundial. Los Principios Guía de la Deuda Externa y Derechos Humanos se mueven en la dirección de una solución concreta. La deuda soberana no puede ser vista como un problema exclsuivamente económico. Afecta a las futuras generaciones así como a las condiciones sociales que permiten el disfrute de los derechos humanos de amplios números de personas que tienen derecho a la solidaridad de toda la familia humana», concluyó el observador vaticano.

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ZENIT Staff

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