Las dificultades en el ecumenismo no disminuyen su urgencia

Entrevista a la teóloga Jutta Burggraf

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PAMPLONA, jueves, 25 noviembre 2004 (ZENIT.org).- La dificultad del camino ecuménico ha hecho disminuir el entusiasmo que se experimentó tras el Concilio Vaticano II, pero de todos modos, «han mejorado las relaciones entre los cristianos de distintas confesiones», constata la profesora Jutta Burggraf.

Profesora en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, la teóloga alemana es especialista en ecumenismo y mariología.

Cuarenta años después del decreto ecuménico «Unitatis Redintegratio», Burggraf traza para Zenit algunas líneas para entender en qué estado se encuentra el camino hacia la unidad entre los cristianos.

Jutta Burggraf ha escrito «Conocerse y comprenderse. Una introducción al ecumenismo», de (Editorial Rialp

–¿La relación entre cristianos de distintas confesiones ha mejorado 40 años después del decreto conciliar sobre el ecumenismo «Unitatis Redintegratio»?

–Burggraf: Sin duda han mejorado las relaciones entre los cristianos de distintas confesiones. En la actualidad, hay diálogos –a niveles muy diferentes- entre la mayoría de las innumerables comunidades cristianas, y podemos ver con alegría muchos frutos concretos en todo el mundo. Baste recordar, por ejemplo, el «Documento de Balamand» (Líbano), de 1993, que expresó el acuerdo entre católicos y ortodoxos en dar una sólida formación ecuménica a los futuros sacerdotes, en evitar rigurosamente los ataques recíprocos en los medios de comunicación, y en honrar juntos a todos aquellos que han sufrido la persecución en nombre de la fe cristiana. Juan Pablo II describió este documento como un “nuevo paso” en el camino ecuménico. Otro acontecimiento importante fue la Declaración conjunta de católicos y luteranos sobre la doctrina de la justificación, firmado en Augsburgo (Alemania) en 1999. A este respecto, el obispo evangélico Knuth comentó que, en medio del humano toma y daca, en medio de las nebulosas de la diplomacia, el Espíritu Santo ha querido dar una señal.

Ciertamente, hay quienes no aceptan estos nuevos desarrollos. El entusiasmo ecuménico de los tiempos posteriores al Concilio ya no existe. Se ha perdido la ilusión de que las diferencias entre las diversas comunidades cristianas desaparecerían con relativa facilidad. Hemos experimentado que el camino del ecumenismo es duro y largo. Pero no estamos en una crisis, sino en una situación de mayor madurez: vemos hoy más claramente lo que nos une y lo que no separa.

–En su libro «Conocerse y comprenderse» afirma que «la preocupación por la unidad de los cristianos no es un capricho de unos teólogos modernos, responde a la oración de Cristo “Que todos sean uno”». ¿Piensa que el cristiano común es consciente de ello?

–Burggraf: Pienso que somos mucho más conscientes de ello que en los tiempos anteriores al Concilio. Sobre todo en los países en los que conviven cristianos de distintas confesiones, se ha extendido la costumbre de unirse para rezar juntos (especialmente durante la Semana de oración por la unidad que se celebra cada año del 18 al 25 de enero), y de trabajar unos con otros para el bien de la sociedad.

En Padua nació, hace algún tiempo, un «Fórum de cristianos comprometidos en el mundo del espectáculo» que busca contribuir a la formación cristiana de los profesionales del circo y de los parques de atracciones. La institución tiene por objetivo favorecer las relaciones entre católicos, protestantes y ortodoxos así como llenar con la luz del Evangelio este mundo tan peculiar. Quiere hacer más alegre la convivencia cristiana. En fin, hay conciencia de que Dios nos llama a realizar juntos su voluntad.

–¿Todavía se habla de hermanos separados, o es una formulación superada?

–Burggraf: Refiriéndose a los ortodoxos, el papa Juan Pablo II habló repetidas veces de «nuestros hermanos reencontrados». Es una expresión feliz; subraya que no sólo nos encontramos en la misma casa de Cristo –siendo hermanos–, sino que tenemos también la voluntad de aprender «el arte de vivir juntos».

Sólo cuando tratamos de comprendernos mutuamente, podemos crear un clima de confianza. Y sólo cuando nos mostramos abiertos hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan otras lenguas, que creen, rezan y celebran los misterios de la fe de modo diferente, podemos preparar un acercamiento mutuo. El respeto se refleja, no en último lugar, en el vocabulario. Lleva a eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los demás.

–La Iglesia insiste mucho en el llamado «ecumenismo espiritual»: ¿de qué se trata?

–Burggraf: La labor ecuménica no se define únicamente por una preocupación por los demás, sino también por nosotros mismos. Cada cristiano ha de preguntarse, ante todo: ¿qué testimonio de Cristo doy al mundo? Si no transparenta el amor misericordioso de Dios, nadie podrá descubrir la fe a través de él. Una existencia desarrollada plenamente según el Evangelio siempre es atractiva y fomenta por sí sola la unidad entre los hombres.

¿Cómo puede un católico atreverse a decir que en su Iglesia se encuentra la «plenitud de la verdad y de los valores», si su vida personal está llena de mentiras y de egocentrismo? ¿O cómo puede hablar con un mínimo de autoridad sobre la «plenitud de gracia», si todos en su alrededor se sienten encogidos y paralizados, lejos de experimentar la alegría de la redención? Según atestiguan los Evangelios, en la compañía de Jesucristo todos se encontraban cómodos y se sabían acogidos y protegidos. Podían dejar sus cargas, descansar y recuperar la alegría de vivir.

En efecto, «no se da verdadero ecumenismo sin conversión interior», afirma el Concilio Vaticano II. Hace falta mirar a Cristo y aprender de Él. No podemos contentarnos con algunos cambios superficiales en nuestra vida personal o en nuestra relación con los demás. Dios nos pide la audacia de realizar una sincera renovación interior, y su ayuda no nos faltará. Nos pide una auténtica conversión del corazón, que no exige exclusivamente cualidades «morales», sino también un nuevo modo de ver, de apreciar y de juzgar, es decir, una nueva «visión de fe».

Con relación a los cristianos de otras confesiones, ésta consiste en olvidar rencores históricos, en liberarnos de determinados prejuicios o planteamientos estrechos y soportar, por otro lado, serenamente la incomprensión y la desconfianza que siempre pueden darse mientras existan hombres sobre la tierra.

Así, el ecumenismo no es, en primer lugar, una cuestión de doctrina teológica ni de colaboración pastoral, sino de oración y caridad. Según unas famosas palabras de San Agustín, «la soberbia engendra división, y la caridad es la madre de la unidad». Estamos llamados a realizar el «diálogo de amor».

–Usted viene de Alemania, país donde claramente se vive el ecumenismo día a día: ¿qué aprendió en el ambiente alemán que pueda ahora aplicar a una realidad de mayoría católica, como puede ser la española, en la que ahora vive?

–Burggraf: He aprendido a querer a nuestros hermanos luteranos. A veces podemos, inconscientemente y por falta de formación, contristar e incluso herirles haciendo juicios generales e injustos sobre ellos. Por ejemplo, la piedad de los luteranos nos puede parecer «fría», porque no vemos ninguna imagen de la Virgen, de los ángeles o de los santos en sus templos ni en sus casas; pero, en realidad, este juicio nuestro se debe al desconocimiento de su espiritualidad cristocéntrica, que puede ser, en un caso concreto, mucho más profunda y «calurosa» que la de muchos católicos.

Los luteranos, además, poseen otros símbolos cristianos, como las cruces, los epígrafes ornamentales y las inscripci
ones grabadas en madera, que abundan en los hogares e incluso en las calles de algunas ciudades del Norte de Alemania. Esta relativa falta de imágenes es compensada abundantemente por una rica tradición musical, como si lo que no han expresado plásticamente, lo expresaran a través de la música religiosa, coral e instrumental.

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ZENIT Staff

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