Las grandes preguntas de la vida explicadas a los niños por el Abbé Pierre

Publicado un libro en el que el fundador de Emaús dialoga con los pequeños

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, 23 nov (ZENIT.org).- «¿Qué cosa es la vida? ¿Y por qué se muere?… Explicado a los niños», esta es la traducción del título del libro en italiano publicado por Ediciones Piemme y escrito por un «gran abuelo», el Abbé Pierre.

El anciano sacerdote francés, el personaje más popular en Francia, según concluyen todos los sondeos, fundador de las comunidades de «Emaús» para los mendigos y vagabundos, en el umbral de los 88 años, responde a los niños con palabras sencillas a las grandes preguntas sobre el más allá, el dolor, el cielo, la vejez, la reencarnación, el suicidio y la visión de Dios.

De este diálogo, ofrecemos aquí una síntesis significativa.

–¿La primera vez que viste a un muerto, qué hiciste?

–Abbé Pierre: Es algo que sucedió hace mucho tiempo. Debía tener más o menos tu edad, entre los 10 y los 11 años. Te voy a hacer una confidencia. Todavía hoy, en nuestra familia, se ríen de ello. Ahora comprenderás por qué. La primera vez que vi un muerto, era mi abuelo. Yo le quería mucho. Cuando murió, mis padres, preocupados por mi reacción, me anunciaron lo sucedido con mucho tacto: «El abuelo se ha ido para estar con el Buen Dios». Bien. Luego ¡me dijeron que fuera a abrazarlo! Yo no entendía nada: «Si está aquí, no está con el buen Dios… entonces, ¿porque ponéis todos esa cara? El abuelo era muy bueno y seguramente será bien acogido en el cielo. Así no le dolerán más los dientes». Como puedes ver, no me impresionó este primer encuentro con la muerte. Pero creo que desde entonces tengo un deseo que no me ha dejado nunca, el de no tardar en ir a encontrarlo. La muerte para mí no era ya angustiosa.

–Incluso si no tienes miedo de la muerte, me parece duro ver morir a la gente que se ama. No siempre es justo, ¿Crees que es posible impedir la muerte de alguien?

–Abbé Pierre: También yo, ante ciertas muertes, he experimentado una cierta rebeldía y, en nombre de mi amor por los hombres y por el de Dios-Amor, cuando sucede lo inaceptable, sigo gritando con todas las fuerzas que me quedan: «¡No puedo estar de acuerdo!». Sabes, desde siempre lucho por los más débiles, por los excluidos de la sociedad, por quienes tienen sólo la calle por domicilio. Me vuelve a la mente un triste suceso. La noche del 3 de enero de 1954, continuaba el debate para votar una financiación a favor de casas baratas. El invierno había sido terrible y hacía falta
encontrar una solución inmediatamente para alojar a quienes tenían necesidad. Eran altas horas de la noche y los senadores estaban cansados. No pensaban en otra cosa que en volver a casa de modo que la aprobación de nuestro proyecto fue retrasada.

Por la mañana supe la terrible noticia. Esa misma noche, mientras el senado parlamentaba, un niño había muerto de frío. Y en esos momentos la muerte resulta inaceptable y se tienen deseos de gritar. Nadie hizo nada para evitar la muerte de aquél niño. Francia estaba de luto, un luto nacional, pero para mí se trataba de una vergüenza nacional. Y tras aquél drama, gracias a la movilización de los medios de comunicación, de los franceses y también de los políticos, se organizó un servicio socorro. Aquel inmenso apoyo nacional marcaba el inicio de una larga
historia, de una larga lucha, la de Emaús. Empezaba a nacer una esperanza.

–Aquél niño pequeño que se ha ido al cielo ¿crees que comenzó una nueva vida?

–Abbé Pierre: Sí, pero no la comenzó, simplemente la continuó. Tras la muerte de mi abuelo y de quienes he acompañado, estoy convencido de que todos reposan en paz, como me sucederá a mí cuando llegue mi hora. Nunca he experimentado un sentido de aniquilamiento ante la muerte. He tenido el privilegio, raro, de quedarme solo acompañando a mi padre, a mi madre y más tarde a la señorita Coutaz, en sus últimos momentos de vida, cogiéndoles la mano, sintiendo su pulso hasta el último latido. Por ninguno de ellos he vertido una lágrima.

Han muerto, sí, pero están más allá. La ausencia de aquellos a los que he amado es dolorosa y el vivirla como un adiós definitivo no hace sino acentuar esta pena. Prefiero hablar de «hasta luego», como el que se dice a un amigo cuando prepara un largo viaje.

–Entonces, ¿tú no crees en la reencarnación?

–Abbé Pierre: Verdaderamente no veo ninguna necesidad y no deseo para nada «revivir todo esto» otra vez. He tenido una vida verdaderamente llena y creo merecerme un poco de reposo. Para volver a tu problema, efectivamente no tengo miedo de la muerte. Muchos viven la muerte como una separación. Esto es verdad para los que se quedan. Pero para el que muere, lo que se anuncia es un gran viaje. Nos deja para descubrir el más fantástico encuentro que sea posible imaginar con Dios Amor. No sé cómo pero estoy convencido de que este ser que nos deja va a encontrar a los noventa mil millones de seres humanos que han vivido antes que nosotros. Desde cuando sé que se han calculado miles de millones de galaxias, cada una de las cuales tiene más de diez mil millones de soles, la inmensidad no me crea ningún problema. Espero la muerte con toda serenidad.

–¿El encuentro con Dios puede acabar mal?

–Abbé Pierre: Es una buena pregunta. Acompañando a quien se dispone a morir, tenía la costumbre de recitar un Avemaría pero cambiaba las últimas palabras «en la hora de nuestra muerte» por «ahora y en la hora de nuestro encuentro». Hice esta confidencia a un periodista y algún día después recibí una carta de un viejo sacerdote muy enfadado. Me acusaba de osar hablar del encuentro con Dios-Amor usando aquellas palabras «como si estuvieras seguro de que este encuentro acabe bien». Habría debido responderle: «Tanto si va bien como mal, de todos modos se trata del encuentro más importante».

–¿Y el infierno y todo eso?

–Abbé Pierre: No sé qué pensar del impensable infierno. No ha habido nunca una declaración de la Iglesia que entre en detalle sobre cómo es, ni siquiera a propósito de Judas, que como quizá sabes se condenó por traicionar a Jesús. Para mí, ser condenado no consiste en sufrir penas raras. Sino que se trata, saliendo de la sombra, en poderse ver según lo que se ha hecho: «Has querido contentarte sólo contigo mismo, entonces conténtate contigo mismo para siempre».

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación