Las Jornadas Mundiales de la Juventud, don que compromete a toda la Iglesia

Por el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

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MADRID, sábado, 24 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la conferencia que dictó en la Conferencia Episcopal Española el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, el 22 de abril.

 

 

* * *

1. Un kairós especial para la Iglesia en España

      Saludo cordialmente a los Eminentísimos Cardenales y a los Excelentísimos Arzobispos y Obispos miembros de la Conferencia Episcopal Española y a su Presidente, Su Eminencia el Cardenal Antonio Rouco Varela, a quien agradezco la invitación para intervenir ante esta ilustre asamblea sobre el importante tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid en el año 2011. Tenemos aún viva en nuestra memoria la explosión de alegría de los jóvenes españoles cuando Benedicto XVI, al concluir las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, dio cita a los jóvenes del mundo en Madrid. En aquel momento el año 2011 parecía muy lejano. Sin embargo, el camino de preparación hacia esta cita ha adquirido un ritmo acelerado. Verdaderamente falta ahora muy poco. No es exagerado decir que la Iglesia en España está experimentando un kairós especial, porque si cada Jornada Mundial de la Juventud es un regalo para toda la Iglesia, lo es en primer lugar para la Iglesia local que la recibe, un don que debe ser acogido con espíritu de gratitud y que requiere un gran compromiso. Los frutos de la Jornada Mundial de la Juventud dependen, en efecto, de la generosidad del cultivo pastoral realizado antes y durante su desarrollo, y de la calidad de la atención que se dedica al cultivo cuando se regrese de la fiesta a la cotidianidad. Por tanto, estoy muy contento al constatar que la Iglesia que vive en España toma con gran seriedad este compromiso y se lo agradezco a ustedes en nombre del Santo Padre. Su dedicación es, sin duda, un buen augurio de una abundante siembra y cosecha en agosto del próximo año.

      Por primera vez la Jornada Mundial de la Juventud – vale la pena recordarlo – regresa a un país en que ya ha sido acogida anteriormente y será también la primera vez que dará la bienvenida al Santo Padre el mismo pastor, el Cardenal Antonio Rouco Varela, ahora arzobispo de Madrid. ¿Cómo no evocar en este momento la inolvidable Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Santiago de Compostela en 1989 y la pregunta que el Papa hacía a los jóvenes: «¿Qué buscáis jóvenes peregrinos?»1. Ha sido precisamente en Santiago de Compostela que se ha delineado la estructura base que la Jornada Mundial de la Juventud conserva hasta el día de hoy: triduo de catequesis, vigilia de oración, celebración eucarística. Ante la tumba del Apóstol nos ha quedado claro que el camino de los jóvenes del mundo sobre las huellas del Sucesor de Pedro debe tener un carácter de peregrinación. La experiencia de Santiago de Compostela fue determinante para el futuro de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Un semejante legado para todos es motivo de gran confianza en la acogida que la Iglesia en España sabrá dar a este evento también en el año 2011. Los más de veinte años que nos separan de 1989 evidentemente no han debilitado el recuerdo de la Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, pero se han caracterizado por muchos cambios, tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad, y especialmente en el dinamismo del mundo de los jóvenes. Los nuevos desafíos pastorales requieren respuestas oportunas. Y además, cada Jornada Mundial de la Juventud nos obliga, de alguna manera, a comprobar nuestra capacidad  propositiva en relación a las jóvenes generaciones. Es cierto, en todo caso, que la nueva generación de jóvenes nacida como fruto de las Jornadas Mundiales de la Juventud necesita una nueva generación de agentes de pastoral, que sean persuasivos y auténticos testigos de Cristo y de su Evangelio. También en este caso se aplica la regla evangélica que para el vino nuevo se necesitan odres nuevos (cf. Mt 9, 17). Por ello, cada edición de la Jornada Mundial de la Juventud es una provocación lanzada no solo a nuestra capacidad de resolver cuestiones logísticas sino, también, a nuestra creatividad pastoral y fantasía misionera.  

2. Un camino que ha durado un cuarto de siglo

      La institución de las Jornadas Mundiales de la Juventud en la Iglesia ha sido indiscutiblemente una de las grandes opciones proféticas del venerable siervo de Dios Juan Pablo II. De esta manera, él emprendió una aventura espiritual en la que han participado millones de jóvenes de todos los continentes. El vigésimo quinto aniversario de la inauguración de estos eventos de los jóvenes del mundo con el Sucesor de Pedro, que celebramos este año, me parece una buena oportunidad para hacer una breve reseña de los frutos obtenidos. ¡Cuántos cambios se han realizado en la vida de los jóvenes! ¡Cuántos descubrimientos importantes han hecho! El descubrimiento de Cristo: Camino, Verdad y Vida; el descubrimiento de la Iglesia como madre y maestra, y como «compañía de amigos» (Benedicto XVI) que sostiene en el camino de la existencia; el descubrimiento del Sucesor de Pedro como guía seguro y amigo en quien confiarse. Para muchos jóvenes la Jornada Mundial de la Juventud se ha convertido en una especie de «laboratorio de la fe», como le gustaba definirla al Papa Wojtyła, el lugar del redescubrimiento de una religiosidad que no está en contraste con el ser joven. ¡Cuántas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa! Hay quienes afirman que en el mundo de los jóvenes se está produciendo una «revolución silenciosa», cuyo potente motor propulsor es la Jornada Mundial de la Juventud2. Es gracias a las Jornadas Mundiales de la Juventud que la Iglesia, en el umbral del tercer milenio, ha encontrado su rostro joven, el rostro del entusiasmo y de una audacia renovada. La historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la fascinante historia del nacimiento de una nueva generación de jóvenes, la «generación de Juan Pablo II»3, los jóvenes que hoy con igual entusiasmo siguen a su sucesor Benedicto XVI. Son jóvenes del «sí» a Cristo y de la adhesión convencida a la Iglesia y al Papa. Juan Pablo II los llamó «centinelas de la mañana» (Roma 2000), «pueblo de las bienaventuranzas» (Toronto 2002), y Benedicto XVI, «profetas de una nueva era», «mensajeros del amor de Dios» (Sydney 2008).

      Existe una pregunta habitual que surge en cada nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud: la pregunta sobre cuál es el «secreto» de este sorprendente fenómeno que reveló al mundo un rostro completamente inesperado, no sólo de la Iglesia sino de los mismos jóvenes de hoy. Las Jornadas Mundiales de la Juventud son un don que sigue sorprendiendo dentro y fuera de la Iglesia. Y son la fotografía de una juventud muy diversa a la que nos han puesto como estereotipo los medios de comunicación, una juventud sedienta de valores y en búsqueda del significado más profundo de la vida. Dejándose a las espaldas ideologías de diversas connotaciones y falsos maestros que presentan ilusiones de una felicidad rebajada, estos jóvenes buscan una respuesta a las preguntas fundamentales sobre la vida, y la buscan en Cristo y la Iglesia. A lo largo de los últimos veinticinco años, las Jornadas Mundiales de la Juventud se han convertido en un poderoso instrumento de evangelización del mundo de los jóvenes y de diálogo con las jóvenes generaciones, como lo escribió el papa Wojtyła, «la Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes, y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia»4. Cada Jornada Mundial de la Juventud es una gran celebración de la fe joven, la epifanía de una Iglesia que no envejece, que es siempre joven, porque Cristo es siempre joven y joven para siempre es su Evangelio. La epifanía de una Iglesia que, suscitando estupor, encuentra una y otra vez su extrao
rdinario poder de atracción y agregación en relación con las generaciones más jóvenes. El proyecto pastoral fundamental de la Jornada Mundial de la Juventud no sólo implica a los jóvenes, sino a todo el pueblo de Dios que constantemente necesita ser estimulado y fortalecido por el entusiasmo e impulso de su fe joven. Las Jornadas Mundiales de la Juventud, preciosa herencia espiritual del venerable siervo de Dios Juan Pablo II, son verdaderamente un don providencial del Espíritu para toda la Iglesia, un nuevo soplo de esperanza.  

3. El origen de la Jornada Mundial de la Juventud  

      Para entender en su totalidad la trayectoria evangelizadora y la asombrosa novedad de este don es necesario volver a los inicios. El primero de los eventos que preparó el terreno para la institución de la Jornada Mundial de la Juventud fue el Jubileo de los jóvenes en 1984. Por invitación de Juan Pablo II llegaron a Roma miles y miles de jóvenes de todo el mundo. El asombro de muchos fue grande. Después del turbulento período de la «contestación» de los años sesenta y setenta, en el mundo de los jóvenes se estaba verificando algo nuevo como lo demostraba la multitud de jóvenes que se acercaban a la fe y a la Iglesia. Al año siguiente, el Año Internacional de la Juventud establecido por la Organización de las Naciones Unidas, fue ocasión para otro gran encuentro del Papa con los jóvenes del mundo y para la publicación de un documento sin precedentes: la Carta Apostólica a los jóvenes y las jóvenes del mundo en la que, de una manera muy personal y directa, Juan Pablo II habló con ellos – como amigo y como padre – sobre el valor y el sentido de la juventud. Es un texto extraordinario al que hay que volver a menudo, porque con los años no ha disminuido en modo alguno su actualidad y frescura. Para el papa Wojtyła, sensible a la lectura de los signos de los tiempos, aquellos dos acontecimientos fueron una oportunidad providencial que la Iglesia tenía que coger al vuelo. Hace veinticinco años, en diciembre de 1985, anunciando la creación de la Jornada Mundial de la Juventud, explicaba las razones de su decisión: «Todos los jóvenes deben sentirse acompañados por la Iglesia: es por ello que toda la Iglesia, en unión con el Sucesor de Pedro, se siente más comprometida, a nivel mundial, a favor de la juventud, de sus preocupaciones y peticiones, de su apertura y esperanzas, para corresponder a sus aspiraciones, comunicando la certeza que es Cristo, la Verdad que es Cristo, el amor que es Cristo, a través de una apropiada formación – que es la forma necesaria y actual de la evangelización»5. Con estas palabras concisas, el Papa expresó el núcleo mismo del proyecto de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Y varios años más tarde, volviendo a su origen, dijo: «Nadie ha inventado las jornadas mundiales de los jóvenes. Fueron ellos  quienes las crearon. Esas jornadas, esos encuentros, se convirtieron desde entonces en una necesidad de los jóvenes en todos los lugares del mundo. Las más de las veces han sido una gran sorpresa para los sacerdotes, e incluso para los obispos. Superaron todo lo que ellos mismos se esperaban»6.

      La decisión del papa Wojtyła no sólo fue una decisión que cogió a todos por sorpresa, sino que en algunos ambientes también suscitó cierta perplejidad y resistencia. No es fácil seguir los senderos de los profetas. Ellos miran a distancia y ven más que los demás. Se necesita tiempo para entender cabalmente sus opciones, sus proyectos. Juan Pablo II no fue la excepción. Ciertamente es de aquí que surge aquella capacidad de sorprender que parece ser una constante de las Jornadas Mundiales de la Juventud; es un desafío lanzado a nuestras reiteradas tentaciones de minusvalorar no solamente las potencialidades positivas radicadas en los jóvenes de hoy, sino también la fuerza transformadora de la gracia. Como ha dicho el difunto cardenal Jean-Marie Lustiger, refiriéndose a las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud en París en 1997: «En este caso nuestra sorpresa no deriva del número de jóvenes, que ha superado nuestras expectativas, sino de nuestra «poca fe» cuando el Señor obra en medio de nosotros»7. Y un año más tarde, volviendo sobre el mismo tema, usó palabras que van al fondo del fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud y del carisma de Juan Pablo II: «En ocasiones hay eventos que surgen de repente, causando un asombro general. En realidad, esos eventos  expresan un movimiento de fondo que no se había querido o sabido ver, ante el cual estábamos ciegos. Éste es el caso de la Jornada Mundial de la Juventud en París, gracias a la llegada de Juan Pablo II. Nos ha sorprendido, nos ha maravillado que una generación – compuesta en la inmensa mayoría no de adolescentes sino de jóvenes –  participara con alegría, en vez de irse de diversiones, en momentos de intenso recogimiento, escucha atenta,  intercambio y  oración». Y en cuanto a la relación peculiar de los jóvenes con el Papa, añadió: «Decir al Papa que lo aman es el modo con que los jóvenes están en la Iglesia; este grito establece una relación con la institución muy distinto de lo que expresan ante sus padres o en las encuestas […] Amando al Papa, los jóvenes aman, en él y a través de él, a la Iglesia que en el fondo desean y que Juan Pablo II les da la posibilidad de expresar y  vivir. Su presencia catalizadora es una garantía de ello»8.  

4. Las grandes apuestas del papa Wojtyła  

      Volvemos ahora a la persistente pregunta que mencioné al inicio: ¿cuál es el secreto de las Jornadas Mundiales de la Juventud? Para responder debemos detenernos sobre tres opciones «estratégicas» que están a la raíz de este fenómeno. La primera se refiere a los jóvenes como tal. Juan Pablo II ha sido el Papa que en su proyecto pastoral para la Iglesia universal tuvo el valor de apostar por los jóvenes, a quienes consideraba protagonistas importantes e irremplazables de la vida y de la misión de la Iglesia: «Vosotros sois el futuro del mundo, la esperanza de la Iglesia. Vosotros sois mi esperanza», les dijo con un apasionado vigor al inicio de su pontificado9. Y en aquellas palabras estaba encerrado un programa pastoral preciso, que llevó adelante hasta su muerte con extraordinario celo y amor. El papa Wojtyła vio a los jóvenes como especial «camino de la Iglesia». Al respecto, escribió: «Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Vosotros sois también la juventud de la Iglesia. […] Por eso, vuestra juventud no es sólo algo vuestro, algo personal o de una generación: es […] a la vez un bien especial de todos. Un bien de la humanidad misma»10. La juventud es, en sí misma, un gran valor y un precioso tesoro que no se debe despreciar. A continuación, para enfatizar el vínculo que existe entre los jóvenes y la Iglesia, el Papa escribió: «La Iglesia mira a los jóvenes; es más, la Iglesia de manera especial se mira a sí misma en los jóvenes, en todos vosotros y a la vez en cada una y cada uno de vosotros»11. De hecho, es en los jóvenes que la Iglesia encuentra sin cesar la capacidad de asombro ante el misterio y el entusiasmo que nos lleva a objetivos siempre nuevos. «Tenemos necesidad del entusiasmo de los jóvenes», decía Juan Pablo II, «tenemos necesidad de la alegría de vivir que tienen los jóvenes. En ella se refleja algo de la alegría original que Dios tuvo al crear al hombre. Esta alegría es la que experimentan los jóvenes en sí mismos. Es igual en cada lugar, pero es también siempre nueva, original»12.

      Karol Wojtyła nunca dudó de los jóvenes, incluso en los difíciles años sesenta y setenta. A pesar de estudios y encuestas sociológicas de los que salió una juventud pintada con oscuros colores, escribió: «En los jóvenes hay un inmenso potencial de bien, y de posibilidades creativas»13. Él siempre tuvo confianza en los jóvenes y ellos lo notaron,
se sintieron valorizados, reconocidos y, por encima de todo, amados. Juan Pablo II vio toda la fuerza propulsora de la juventud, la edad por excelencia de la búsqueda de la verdad, el bien, la belleza, la justicia y la solidaridad. Y señalándoles constantemente a los jóvenes estos altos ideales, les dijo: «Confirmo mi convicción: a los jóvenes les corresponde [la] difícil, pero excitante tarea [de] transformar los «mecanismos» fundamentales que, en las relaciones entre individuos y naciones, favorecen el egoísmo y el abuso, y hacer nacer estructuras nuevas inspiradas en la verdad, en la solidaridad y en la paz»14. La primera opción estratégica sobre la cual se basa el fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud es, por lo tanto, la valiente apuesta del papa Wojtyła por los jóvenes, cuyo éxito se confirma en cada Jornada Mundial de la Juventud.

      El segundo reto es la modalidad elegida para dialogar con los jóvenes y anunciarles a Jesucristo. En tiempos en que en los ambientes eclesiásticos se veía este tipo de manifestaciones con cierta aprehensión y desconfianza, Karol Wojtyła optó por un encuentro masivo (aunque el término «masa» no le gustaba para nada y prefirió decididamente la palabra «pueblo»: un pueblo de Dios joven). Y fue una opción atinada. A la cita con el Papa, los jóvenes llegaron en masa, sí, pero no como una masa amorfa y anónima, sino como pueblo, como Iglesia. ¡Y esto es lo que hace la diferencia! Esta dimensión de las Jornadas Mundiales de la Juventud fue descrita en este modo: «La fascinación de un encuentro masivo, en el que al mismo tiempo cada uno, aunque atraído por momentos de fusión colectiva, mantiene viva su pregunta personal por el sentido de su vida y exige ser interpelado y reconocido personalmente»15.Un encuentro masivo, pues, pero no de masificación. Incluso más, ¡es un acontecimiento que cambia la vida de las personas individualmente, como confirman muchos testimonios! Para los jóvenes cristianos de hoy, que a menudo se encuentran viviendo la fe en soledad, es una experiencia de extraordinaria importancia, una «fuente de coraje», como muchos sostienen. La Jornada Mundial de la Juventud alimenta en ellos la conciencia de ser parte integrante de la Iglesia, les hace sentirse protagonistas de su vida, apoyados por la certeza de no estar solos. El alcance y la intensidad del acontecimiento – fascinadora experiencia de la Iglesia universal – hacen descubrir el «carácter global de la fe y el sentido universal de la pertenencia religiosa»16. Además, están los grandes números por los que los medios de comunicación, generalmente cerrados metódicamente a la información religiosa, dan al evento una visibilidad mundial . Pero, sobre todo, hacen hincapié en la vitalidad de la Iglesia y su extraordinaria capacidad de movilizar y unir a las jóvenes generaciones también en la sociedad postmoderna, aunque ampliamente secularizada. Las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido para los jóvenes una escuela donde aprender a vincularse a la fe con serena adhesión; de hecho, actualmente los jóvenes no se sienten incómodos manifestando públicamente su fe. Más aún, es el entusiasmo de su participación en eventos religiosos, el impulso de sus testimonios, lo que les recuerda – como subraya Tony Anatrella – que el hecho religioso es un hecho social que no se puede reducir a la vida privada. Anatrella escribe que «durante las Jornadas Mundiales de la Juventud los jóvenes, con su comportamiento, han expresado un «no» masivo a la privatización forzada de la fe»17. La Jornadas Mundiales de la Juventud son un acontecimiento que va contracorriente también en este sentido. Además, el pueblo de las Jornadas Mundiales de la Juventud – como quiso Juan Pablo II  – es un pueblo en movimiento, en camino, en peregrinación por los continentes. La dimensión de la peregrinación da a este encuentro de masa un valor pedagógico particular, habla de la vida como un «caminar juntos», como una continua búsqueda de sentido, enseña a los jóvenes a superarse a sí mismos afrontando las dificultades que se presentan a lo largo del camino.

      En este punto quisiera abrir un paréntesis para señalar un hecho importante. Somos conscientes de que la evangelización de los jóvenes depende de las Jornadas Mundiales de la Juventud, pero por ello mismo no son una realidad que basta por sí sola. Deben estar orgánicamente integradas en la pastoral juvenil ordinaria, comprendida como un esfuerzo paciente y perseverante de iniciación cristiana y de educación de las jóvenes generaciones en la fe. Detrás de cada Jornada Mundial de la Juventud existe y siempre debe existir un trabajo pastoral de las diócesis y parroquias, así como una obra educativa de asociaciones y movimientos eclesiales. Las Jornadas Mundiales de la Juventud deben prepararse y  tener un seguimiento en las comunidades cristianas. Juntos tenemos que dar continuidad al evento en la vida ordinaria de los jóvenes, ayudándoles a «digerir» los contenidos de la Jornada Mundial de la Juventud para que sea alimento para sus vidas. La experiencia del Consejo Pontificio para los Laicos confirma que, en los últimos años, los responsables de la pastoral juvenil y los mismos jóvenes han ido madurando con mayor conciencia esta necesidad. Este signo es muy reconfortante.

      Volvamos ahora a nuestro discurso. La tercera opción de Juan Pablo II – y esto es un gran desafío – es la decisión de poner al centro de la Jornada Mundial de la Juventud la cruz de Cristo. Él entendió enseguida que es a Jesucristo a quien los jóvenes buscan, y al Señor se le encuentra sobre todo en el corazón del misterio pascual, es decir, en su muerte y  resurrección. No es casualidad que la fecha de la celebración anual de las Jornadas Mundiales de la Juventud sea el Domingo de Ramos, que abre la Semana Santa. Ni es casualidad que al inicio de las Jornadas Mundiales de la Juventud se encuentre el gesto fuertemente simbólico de la entrega de la Cruz del Jubileo del año 1984 a los jóvenes. En esa ocasión el Papa, al entregar la Cruz, pronunció estas conmovedoras palabras: «Queridísimos jóvenes, al clausurar el Año Santo os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención»18. Y así ha ocurrido: la Cruz ha peregrinado por el mundo. ¡Cuántas conversiones, cuántos radicales cambios de vida se han dado! ¡Cuántas opciones importantes de vida han hecho innumerables jóvenes que la han encontrado! ¡Han sido innumerables jóvenes que, encontrándola, la han querido tocar con las manos. Juan Pablo II no tuvo miedo de poner a los jóvenes delante del misterio de la Cruz; nunca temió plantearles todas las exigencias de la fe. Él les decía: «Cristo es exigente con sus discípulos, y la Iglesia no duda en volver a proponeros también a vosotros su Evangelio «sin descuentos». Los que quieren seguir al divino Maestro abrazan con amor su cruz, que lleva a la plenitud de la vida y de la felicidad. ¿No es precisamente la cruz la que guía […] la peregrinación de los jóvenes con ocasión de las Jornadas Mundiales de la Juventud?»19. Hasta en su último mensaje, cuando el Santo Padre, ya sin voz, confió la lectura del mismo al Sustituto de la Secretaría de Estado, el entonces arzobispo Leonardo Sandri, les quiso transmitir lo que hoy se escucha como su testamento espiritual a los jóvenes: «Proseguid sin cansaros el camino emprendido para ser por doquier testigos de la cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que María santísima esté siempre a vuestro lado»20. Desde hace veinticinco años esta Cruz es la gran protagonista y el corazón palpitante de las Jornadas Mundiales de la Juventud21.

      En base a estas tres grandes opciones de Juan Pablo II se ha ido delineando progresivamente la estructura fundamental
de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que refleja en cierto modo el esquema clásico de la traditio-redditio: anuncio de Cristo (las catequesis), celebración de Cristo (la reconciliación sacramental y la eucaristía), envío misionero. La persona clave de las Jornadas Mundiales de la Juventud es el Papa («persona faro», como dicen los sociólogos), sucesor de Pedro, testigo y maestro de la fe, catequista por excelencia. En efecto, las catequesis son un elemento importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud y siempre confirman la sed que tienen los jóvenes de la palabra de Dios; muchos obispos catequistas los definen «esponjas sedientas del anuncio evangélico».  

5. Una saludable provocación…  

      Pero ¿quiénes son los jóvenes de hoy y qué es lo que les distingue de las generaciones precedentes? Tony Anatrella ha trazado un sintético pero incisivo identikit de la juventud contemporánea22. Como en cada época, también los jóvenes de hoy quieren ser ellos mismos, desean afirmar su propia identidad, buscan razones para vivir. Si han sido  motivados en modo adecuado, son capaces de vivir con generosidad, solidaridad y dedicación, pero – a diferencia del pasado – tienen menos puntos de referencia y menor sentido de pertenencia. Son fuertemente individualistas, exigen el derecho a construir su vida  prescindiendo de valores y normas comúnmente aceptadas. Los caracteriza una grave carencia de raíces culturales, religiosas y morales. A diferencia de la generación precedente, son sin duda menos permeables a las influencias ideológicas, pero en su vida predomina la dimensión emotiva y sensorial, en detrimento de la razón, la memoria, la reflexión. En una sociedad que promueve y cultiva la duda, la inmadurez y el infantilismo, estos jóvenes tienen dificultades para crecer, e incluso, parecen tener pocas ganas de ello. En sus vidas se acorta drásticamente la infancia y se prolonga excesivamente el periodo de la adolescencia. Erróneamente convencidos de que ello les privaría de su libertad, tienen miedo de asumir compromisos estables y por lo tanto rehuyen compromisos definitivos (matrimonio, sacerdocio, vida religiosa). Representan un tipo de personalidad muy frágil e inconsistente. En resumen, son hijos de una cultura en profunda crisis que ha perdido la capacidad de educar verdaderamente a las jóvenes generaciones, es decir, ayudarles a «ser» más y no sólo a «tener» más23.

      El mundo juvenil es un mundo en continua y rápida transformación y las Jornadas Mundiales de la Juventud se han convertido en una especie de sismógrafo sensible que registra las tendencias emergentes en este complejo y colorido «planeta» en general y entre los jóvenes cristianos en particular. En lo que se refiere a estos últimos, se trata de tendencias que van valientemente contracorriente respecto a la cultura secularizada de nuestros días. De alguna manera, el pueblo de la Jornada Mundial de la Juventud parece encarnar  las características de esas «minorías creativas» que, según Arnold Toynbee, son cruciales para el futuro de la humanidad. No es casualidad que Juan Pablo II haya llamado a los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud, los «centinelas de la mañana» del tercer milenio (Roma 2000). Alguien señala que hoy «es la Iglesia universal que parece haber asumido el papel de intérprete de las aspiraciones profundas de los jóvenes creyentes a través de la función desempeñada por personalidades faro como el mismo Papa»24. Hay quien afirma que en este campo la Iglesia universal, gracias a la Jornada Mundial de la Juventud, parece moverse más rápidamente que la Iglesia local25. En definitiva, la Jornada Mundial de la Juventud es una saludable provocación para la pastoral. Como dice alguien, la experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que interrumpe las prácticas educativas y pastorales establecidas y que con frecuencia toma por sorpresa y sin preparación a los sacerdotes, pone positivamente en crisis la pastoral juvenil ordinaria26. Este servicio que la Jornada Mundial de la Juventud ofrece a la obra de la evangelización juvenil es de suma importancia. Las Jornadas Mundiales de la Juventud, obviamente, no ofrecen recetas confeccionadas para cada ocasión. La experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud interpela más bien a los responsables de la pastoral juvenil y a todos los educadores para que se replanteen continuamente el tema y no se detengan nunca en la búsqueda de formas nuevas y cada vez más efectivas para educar a las generaciones jóvenes, y en particular para comunicarles el Evangelio. Es una experiencia que les ayuda a re-descubrir la dimensión profética de la labor pastoral de la Iglesia y les enseña a osar, a no tener miedo de ofrecer a los jóvenes opciones y actitudes que van contracorriente, como la adoración eucarística en Colonia y Sydney. Los jóvenes responden positivamente. Y las Jornadas Mundiales de la Juventud son por excelencia la expresión de la necesidad que ellos tienen de pastores y educadores que puedan hacerse cargo de sus preocupaciones y sean capaces de responder a su sed espiritual y a la búsqueda del significado de la vida. En este sentido, la figura carismática del venerable siervo de Dios Juan Pablo II es un modelo atractivo que se puede todavía mirar por mucho tiempo como un eficaz punto de referencia y guía para la nueva generación de agentes de pastoral juvenil (sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos), que necesitan las nuevas generaciones de jóvenes nacidos de las Jornadas Mundiales de la Juventud.  

6. Benedicto XVI: una nueva etapa del mismo camino.  

      El papa Benedicto XVI recibió el legado de su predecesor sólo tres meses después de su elección a la cátedra de Pedro. En julio de 2005, encontró a los jóvenes del mundo en Colonia y los conquistó con su sonrisa llena de amor, con el gesto de los brazos extendidos y con palabras claras y profundas que penetraron en lo más íntimo de sus almas. Un nuevo Papa, pero siempre el mismo corazón de padre. Los jóvenes lo captaron de inmediato y a su vez quisieron expresar su adhesión personal al Sucesor de Pedro con aplausos entusiastas en cada intervención. En uno de los discursos en Sydney, el Papa confesaba: «Es para mí una alegría estar con ellos, rezar con ellos y celebrar la Eucaristía junto con ellos. La Jornada Mundial de la Juventud me llena de confianza ante el futuro de la Iglesia y el futuro de nuestro mundo»27. Benedicto XVI evoca a menudo al Papa Wojtyła como «genial iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud, una intuición – afirmó – que yo considero una inspiración»28. No oculta su asombro por el don providencial de las Jornadas Mundiales de la Juventud, un verdadero don de Dios «simplemente porque nadie puede crear el entusiasmo de los jóvenes, nadie puede crear durante días esta unión en la fe y en la alegría de la fe»29.

      Por lo tanto, para las Jornadas Mundiales de la Juventud ha iniciado una nueva etapa. Es natural. Así como es natural que cada nuevo Pontífice, en el futuro, deje su sello personal en ella. En Colonia, en 2005, y en Sydney, en el 2008, hemos observado que la esencia de este evento sigue siendo la misma. Y, sin duda alguna, la Jornada Mundial de la Juventud representará también en el futuro un fuerte estímulo en el proceso de evangelización de las generaciones jóvenes. De hecho, a pesar de que han pasado veinticinco años, no se ha revelado aún todo su potencial misionero. En su discurso a los obispos alemanes en Colonia, refiriéndose a los jóvenes, el Papa expresó su esperanza y su deseo que «con su fe y su alegría en la fe sigan siendo para nosotros un estímulo a vencer la pusilanimidad y el cansancio, y nos impulsen a indicarles el camino […] de forma que su entusiasmo encuentre también un justo orden». Y más adelante: «Debemos aceptar la provocación de los jóvenes», de manera que la Jornada Mundial de la Juventud pueda ser siempre «un nuevo comienzo para la pastoral j
uvenil»30.

      Benedicto XVI insiste en que la Jornada Mundial de la Juventud no se puede reducir a los momentos festivos. La preparación de estos grandes acontecimientos y las medidas que deben adoptarse en la pastoral ordinaria constituyen una parte integrante y decisiva. La fiesta, el evento, tiene lugar como una especie de catalizador que facilita el proceso educativo ya en marcha. Y así, en el viaje hacia Sydney, hablando con los periodistas en el avión, explicaba: «Una Jornada Mundial de la Juventud no es simplemente un acontecimiento de este momento: se prepara a lo largo de un largo camino con la cruz y con el icono de la Virgen […] Por tanto, estos días son sólo el momento culminante de un largo camino precedente. Todo es fruto de un camino, de ponernos juntos en camino hacia Cristo. La Jornada Mundial de la Juventud, además, crea una historia, es decir, se crean amistades, se crean nuevas inspiraciones: así la Jornada Mundial de la Juventud continúa. Esto me parece muy importante: no sólo hay que ver estos tres o cuatro días; hay que ver todo el camino que precede y el que sigue»31. El Papa hace constantemente referencia a que este evento – en su trascurso – no pierda nunca de vista su objetivo final, y advierte a los organizadores, a los responsables y a los participantes, los riesgos reales de que se convierta en una «variante de la cultura juvenil moderna, como una especie de festival de rock modificado en sentido eclesial», en un «grande espectáculo, incluso hermoso, pero de poca importancia en relación con la cuestión de la fe y la presencia del Evangelio en nuestro tiempo», un «éxtasis  festivo» que [después] deja todo como antes32. Estas palabras de Benedicto XVI deberían hacer reflexionar seriamente a los responsables de la pastoral juvenil sobre la manera de preparar a nuestros jóvenes para participar en tales eventos. Y la fuerza con la que en 2005 en Colonia, insistió en que «sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo»33, me hace pensar que de esta manera el Papa quería dar a los jóvenes la importante y exigente consigna de ser protagonistas de aquella «revolución de Dios» que el mundo necesita con urgencia y de la cual las Jornadas Mundiales de la Juventud realmente pueden ser la «mecha», siempre y cuando se preparen adecuadamente desde el punto de vista pastoral.  

7. ¿Qué nos enseñan las Jornadas Mundiales de la Juventud?  

      Sobre la base de la experiencia de estos 25 años, ¿cuáles son las prioridades de la pastoral juvenil y de la evangelización de las nuevas generaciones? Articularé mi respuesta a esta pregunta en cuatro puntos.

      • En primer lugar, el centro de cada acción evangelizadora debe ser la persona de Jesucristo. Parece una afirmación obvia pero de hecho no lo es. El Papa Wojtyła escribió: «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!»34.Y Benedicto XVI le hace eco afirmando: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»35. No sólo esto. También al inicio de su pontificado, dirigiéndose a los jóvenes, les decía: «Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida»36. Por lo tanto la labor propia de los que evangelizan a los jóvenes es anunciarles a Jesucristo. Y los jóvenes esperan sobre todo esto. No aceptan moralismos ni están dispuestos a dejarse suministrar píldoras de pseudo-sabiduría humana o réplicas de los doctos discursos socio-culturales que llenan en la actualidad las páginas de los periódicos. Cristo no debe ser nunca una excusa para hablar a los jóvenes de otra cosa, de cosas que se cree que pueden ser más interesantes y atractivas para ellos. ¡Cristo debe estar al centro! La tarea de la evangelización es ayudar a cada joven a encontrarse con Cristo Redentor – Maestro bueno, guía y amigo – y a comenzar un diálogo personal con Él: «¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» (Lc 10, 25). De ese encuentro nace siempre un impulso misionero: «¡Id… seréis mis testigos!» (traditio – redditio). Y en este campo específico, los carismas de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades han creado itinerarios pedagógicos de extraordinaria fuerza persuasiva. En Denver, en 1993, Juan Pablo II exhortaba a gran voz: «No tengáis miedo de salir a las calles y a los lugares públicos, como los primeros Apóstoles que predicaban a Cristo y la buena nueva de la salvación en las plazas de las ciudades, de los pueblos y de las aldeas. No es tiempo de avergonzarse del Evangelio (cf. Rm 1, 16). Es tiempo de predicarlo desde los terrados (cf. Mt 10, 27). No tengáis miedo de romper con los estilos de vida confortables y rutinarios, para aceptar el reto de dar a conocer a Cristo en la «metrópoli» moderna»37. Palabras fuertes y conmovedoras que comprometen no sólo a los jóvenes, sino también a quien los evangeliza. Además, el encuentro personal con Cristo es inseparable del encuentro con su Iglesia. El papa Wojtyła insistía mucho en este punto afirmando que los jóvenes «en esta búsqueda [y descubrimiento de Cristo] no pueden dejar de encontrar a la Iglesia. Y tampoco la Iglesia  puede dejar de encontrar a los jóvenes. Solamente hace falta que la Iglesia posea una profunda comprensión de lo que es la juventud, de la importancia que reviste para todo hombre»38. Más adelante volveremos sobre este punto.

      • La segunda prioridad pastoral que surge de las Jornadas Mundiales de la Juventud es ayudar a los jóvenes a descubrir la racionalidad de la fe y su belleza. Para el papa Ratzinger el diálogo entre fe y razón es fundamental en la vida del cristiano: «El deseo de la verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. Por eso, en la educación de las nuevas generaciones, ciertamente no puede evitarse la cuestión de la verdad; más aún, debe ocupar un lugar central. En efecto, al interrogarnos por la verdad ensanchamos el horizonte de nuestra racionalidad, comenzamos a liberar la razón de los límites demasiado estrechos dentro de los cuales queda confinada cuando se considera racional sólo lo que puede ser objeto de experimento y cálculo. Es precisamente aquí donde tiene lugar el encuentro de la razón con la fe […]el diálogo entre la fe y la razón, si se realiza con sinceridad y rigor, brinda la posibilidad de percibir de modo más eficaz y convincente la racionalidad de la fe en Dios»39. El tema de la verdad está íntimamente ligado al de la belleza. Ya durante la solemne apertura de su pontificado, Benedicto XVI afirmaba: «Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él»40. Y unos días antes de la celebración la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, un periodista le preguntó: «Santidad, ¿qué le gustaría trasmitir de manera especial a los jóvenes que están llegando de todas partes del mundo?», Respondió: «¡Me gustaría convencer a estos jóvenes de que ser cristiano es hermoso!». La belleza de la fe es una cuestión que viene a menudo en los discursos del Papa: «nuestros muchachos, adolescentes y jóvenes, necesitan vivir la fe como alegría, gustar la serenidad profunda que brota del encuentro con el Señor […] La fuente de la alegría cristiana es esta certeza de ser amados por Dios»41. Con frecuencia, el cristianismo se considera actualmente como un conjunto de prohibiciones que restringe la libertad y el deseo de felicidad. Pero es justamente lo contrario: el Evangelio – y el Santo Padre lo recuerda continuamente – es u
n programa de vida totalmente positivo. Más aún, fascinante. El cristianismo no se reduce a un árido moralismo, a una yugo pesado de «debes» y «no debes». El Evangelio nos descubre un horizonte apasionante por el que merece la pena jugarse la vida. He aquí, pues, el reto fundamental de la pastoral juvenil: la capacidad de revelar a los jóvenes el rostro de Cristo y su Evangelio, la capacidad de convencerlos de que vale la pena apostar por Cristo, y convencerlos de que ser cristianos es hermoso. Éste es, pues, el objetivo de la pastoral juvenil: dar a conocer a los jóvenes la belleza de la fe en Jesucristo.

      • La tercera lección que surge de las Jornadas Mundiales de la Juventud se refiere a las opciones fundamentales de vida que los jóvenes están llamados a hacer y a la búsqueda del sentido último de su existencia. En su plan pastoral para los jóvenes, Juan Pablo II concedía una importancia primordial a la concepción de la vida como vocación. Así escribía: «En este contexto el «proyecto» [de vida] adquiere el significado de «vocación de vida», como algo que es confiado al hombre por Dios como tarea. Una persona joven, al entrar dentro de sí y a la vez al iniciar el coloquio con Cristo en la oración, desea casi leer aquel pensamiento eterno que Dios creador y padre tiene con ella»42. Vivir la vida significa vivirla en la perspectiva de la entrega. Por lo tanto, debemos ayudar a los jóvenes a descubrir la dimensión de la vida como un don que no se debe desperdiciar sino vivir de manera responsable delante de Aquél del cual proviene. Vivir la vida plenamente y no vivir «al día», mediocremente, vegetando (decía el beato Piergiorgio Frassati «vivere, non vivacchiare»).  Situarse en la perspectiva de la entrega significa reconocer el valor de la propia vida y de cada vida humana, quiere decir también saber hacer de la existencia un don para los demás, y no ceder a la tentación del egoísmo y el individualismo exasperado actualmente dictado por la cultura dominante. Se trata, pues, de dar a los jóvenes la capacidad de tomar decisiones vocacionales, opciones de vida, sea orientadas al sacerdocio, a la vida consagrada, o sea al matrimonio. Hoy en día -el papa Benedicto XVI no se cansa de sostenerlo así – es realmente urgente educar a los jóvenes en la verdadera libertad: «Una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas, que hoy se consideran un vínculo que limita nuestra libertad, pero que en realidad son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, especialmente para que madure el amor en toda su belleza; por consiguiente, para dar consistencia y significado a nuestra libertad»43. Las Jornadas Mundiales de la Juventud confirman que la pastoral juvenil es siempre, en sentido amplio, una pastoral vocacional.

      • Por último, el cuarto pilar del proyecto pastoral que nace de la experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, es la premisa fundamental de toda la actividad evangelizadora en este campo concreto: el responsable de la pastoral juvenil, el educador, debe tener un conocimiento profundo de la esencia y de la importancia de la juventud en la vida de cada persona, y nunca perderla de vista. ¡Aunque esto parezca obvio, no se puede dar por descontado! El papa Wojtyła escribió líneas estupendas al respecto: «¿Qué es la juventud? No es sólamente un período de vida  correspondiente a un determinado número  de años, sino que es, a la vez, un tiempo dado por la Providencia a cada hombre, tiempo que se le ha dado como tarea, durante el cual busca, como el joven del Evangelio, la respuesta a los interrogantes fundamentales; no sólo el sentido de la vida, sino también un plan concreto para comenzar a construir su vida. Ésta es la característica esencial de la juventud. Además del sacerdote, cada educador, empezando por los padres, debe conocer bien esta característica, y debe saberla reconocer en cada muchacho o muchacha; digo más, debe amar lo que es esencial para la juventud»44. Creo que aquí se encuentra el punto central de la formación de quienes trabajan en la pastoral juvenil. De hecho, sólo aquellos que han desarrollado esta sensibilidad especial podrán trabajar con pasión con los jóvenes, sin escatimar esfuerzos, poniendo a disposición de los jóvenes todas sus energías, buscándolos por todos los medios posibles, acompañándolos como educadores y, como amigos, escuchándolos. El conocimiento del ser de los jóvenes en la labor pastoral debe ir acompañado por el reconocimiento del deseo de auto-afirmación que todo joven tiene en su interior. Esto significa caridad pastoral, esperanza, confianza. Porque si no existe una relación de confianza no se puede establecer una verdadera relación educativa. También en esto Juan Pablo II fue un gran maestro: confiaba en los jóvenes, conocía sus problemas, creía firmemente en el potencial de bien inherente en sus corazones. Y su optimismo no era ingenuo y sin experiencia, sino un optimismo basado en la gracia que supera siempre todas las miserias humanas. Decía el Papa: «Si en cada época de su vida el hombre desea afirmarse, encontrar el amor, en esta lo desea de un modo aún más intenso. El deseo de afirmación, sin embrago, no debe ser entendido como una legitimación de todo, sin excepciones. Los jóvenes no quieren eso: están también dispuestos a ser reprendidos, quieren que se les diga sí o no. Tienen necesidad de un guía, y quieren tenerlo muy cerca»45. El deseo de afirmación del joven, debe entonces situarse en el amor y en la verdad. El maestro, el pastor, o quien evangeliza, no puede censurar o diluir las exigencias del Evangelio – adaptándolos a modas pasajeras o a ideologías antiguas y nuevas – en la creencia errónea de hacer el mensaje más atractivo y apetecible. No deben tener miedo de anunciar el Evangelio a los jóvenes en toda su integridad, sin reducciones ambiguas.

      Estas son pues las coordenadas generales de la evangelización del mundo para los jóvenes surgidas de la experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Se trata de una brújula segura para ser guiados hacia la cita de Madrid 2011. La Jornada Mundial de la Juventud sigue siendo un don providencial para la Iglesia en el umbral del tercer milenio, un signo de esperanza en medio de muchos desafíos graves que la post-modernidad lanza a su misión evangelizadora también aquí en España. Demuestran que en la juventud de hoy – a pesar de las apariencias amplificadas por los medios de comunicación – se esconde un enorme potencial de bien, mucha generosidad, una profunda sed de verdaderos valores y de altos ideales. Basta encontrar la clave para hacerlos emerger. Y la clave es la persona de Jesucristo, que «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8).

      Concluyo con la esperanza de la bendición del Señor sobre el camino de la Iglesia de España para la gran cita de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Madrid en 2011. Quiera Él hacerlo fecundo y concederle copiosos frutos espirituales según las palabras de Dios al profeta Isaías : «He aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?» (Is 43, 19). Y que sea Madrid un lugar de verdadera epifanía de la Iglesia joven, arraigada y edificada en Cristo, firme en la fe (cf. Col 2, 7).

1 Consejo Pontificio para los Laicos (ed.), ¿Qué buscáis jóvenes peregrinos?, «Servicio de documentación» n. 22, Ciudad del Vaticano 1991, p. 48.

2 Cf. F. Garelli, La sensibilità religiosa emergente, en: F. Garelli-R. Ferrero Camoletto (ed.), Una spiritualità in movimento, Messaggero di S. Antonio Editrice, Padova 2003, p. 267.

3 Cf. M. Muolo, Generazione Giovanni Paolo II. La storia della Giornata Mondiale della Gioventù, Ancora, Milano 2005.

4 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles Laici, n. 46.

5 Juan
Pablo II, Allocuzione al Collegio dei cardinali, alla Curia e alla Prelatura romana per gli auguri natalizi, «Insegnamenti» VIII, 2 (1985), pp. 1559-1560.

6 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Plaza & Janes Editores, Barcelona 1994, p. 134.

7 L’eco della XII Giornata mondiale della gioventù. Intervista al card. Jean-Marie Lustiger, Arcivescovo di Parigi, «L’Osservatore Romano», 1̊ ottobre 1997, p. 8.

8 J.-M- Lustiger, Parigi 1997: qualcosa di profondo sta cambiando nel cuore delle giovani generazioni, «L’Osservatore Romano», 21 agosto 1998, pp. 6-7.

9 Juan Pablo II, Angelus, «L’Osservatore Romano», 22-23 ottobre 1978, p. 2.

10 Juan Pablo II, Carta apostólica a los jóvenes y a las jóvenes del mundo Dilecti Amici, n. 1.

11 Ibidem, n. 15.

12 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, ob. cit., p. 134.

13 Ibidem.

14 Juan Pablo II, Messaggio alla «Città e al mondo» nella Domenica di Pasqua, «Insegnamenti» VIII, 1 (1985), p. 936.

15 R. Ricucci, Giovani e Gmg. La «memoria» di un’esperienza, en: F. Garelli-R. Ferrero Camoletto (ed.), Una spiritualità in movimento, ob. cit., p. 48.

16 F. Garelli, La sensibilità religiosa emergente, ob. cit., p. 277.

17 T. Anatrella, Le monde des jeunes: qui sont-ils, que cherchent-ils?, «Bulletin du Secrétariat de la Conférence des Evêques de France», n. 7 (mai 2003), p. 20.

18 Juan Pablo II, Consegna ai giovani della Croce dell’Anno Santo, «Insegnamenti» VII, 1 (1984), p. 1105.

19 Juan Pablo II, Angelus, «Insegnamenti» XXIV, 1 (2001), p. 646.

20 Juan Pablo II, Meditazione per l’Angelus della Domenica delle Palme, «Insegnamenti» XXVIII (2005), p. 236.

21 La extraordinaria aventura de la Cruz de los jóvenes es contada en cinco lenguas en el DVD y en el álbum fotográfico Juan Pablo II y la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, publicados por le Consejo Pontificio para los Laicos en el 2005.

22 Cf. T. Anatrella, Le monde des jeunes: qui sont-ils, que cherchent-ils?, cit.

23 Un punto neurálgico de la cultura contemporánea es esta incapacidad de educar que amenaza una auténtica solidaridad inter-generacional. Alguien da la alarma: «Está en crisis la capacidad de una generación de adultos para educar a sus hijos. Por muchos años se ha predicado desde los nuevos púlpitos – escuelas y universidades, periódicos y televisión – que la libertad es la ausencia de vínculos y de historia, que uno puede hacerse adulto sin pertenecer a nada ni a nadie, siguiendo simplemente su propio gusto o placer. Se ha hecho normal pensar que todo es igual, que en el fondo nada tiene valor, sino el dinero, el poder y la posición social. Se vive como si la verdad no existiese, come si el deseo de felicidad del cual está hecho el corazón del hombre estuviese destinado a permanecer sin respuesta» (Se ci fosse una educazione del popolo tutti starebbero meglio. Appello, «Atlantide» n. 4/12/2005, p. 119).

24 F. Garelli, La sensibilit<i>à religiosa emergente, ob. cit., p. 269.

25 Cf. R. Ferrero Camoletto, La Gmg e la pastorale giovanile ordinaria, en: F. Garelli-R. Ferrero Camoletto (ed.), Una spiritualità in movimento, ob. cit., p. 143.

26 Cf. Ibidem, pp. 141-143.

27 Benedicto XVI, Cerimonia di benvenuto alla Government House, «Insegnamenti» IV, 2 (2008), p. 41.

28 Benedicto XVI, Ai membri della Conferenza episcopale tedesca, «Insegnamenti» I (2005), p. 467.

29 Ibidem.

30 Ibidem.

31 Benedicto XVI, Intervista concessa ai giornalisti durante il volo per l’Australia, «Insegnamenti» IV, 2 (2008), p. 33.

32 Benedicto XVI, Ai cardinali, agli arcivescovi, ai vescovi e ai prelati della Curia romana per la presentazione degli auguri natalizi, «Insegnamenti» IV, 2 (2008), p. 914.

33 Benedicto XVI, Veglia di preghiera nella spianata di Marienfeld «Insegnamenti» I (2005), p. 452.

34 Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, n. 29.

35 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus Caritas Est, n. 1.

36 Benedicto XVI, Omelia durante la solenne concelebrazione eucaristica per l’assunzione del ministero petrino, «Insegnamenti» I (2005), p. 26.

37 Juan Pablo II, Omelia nella solennità dell’Assunta durante la Messa celebrata a conclusione della Giornata mondiale della gioventù, «Insegnamenti» XVI, 2 (1993), p. 500.

38 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, ob. cit., p. 135.

39 Benedicto XVI, Ai partecipanti al Convegno ecclesiale della diocesi di Roma, «Insegnamenti» II, 1 (2006), pp. 777-778.

40 Benedicto XVI, Omelia durante la solenne concelebrazione eucaristica per l’assunzione del ministero petrino, «Insegnamenti» I (2005), p. 25.

41 Benedicto XVI, Ai partecipanti al Convegno ecclesiale della diocesi di Roma, «Insegnamenti» II, 1 (2006), p. 775.

42 Juan Pablo II, Carta apostólica a los jóvenes y las jóvenes del mundo Dilecti Amici, n. 9.

43 Benedicto XVI, Ai partecipanti al IV Convegno ecclesiale nazionale della Chiesa che è in Italia, «Insegnamenti» II, 2 (2006), pp. 473-474.

44 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, ob. cit., p. 131.

45 Ibidem.

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ZENIT Staff

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