Las palabras del Papa en el ángelus de la Jornada del Emigrante y el Refugiado

Texto completo. Ante una plaza repleta, Francisco denuncia a ‘los mercaderes de carne humana, que quieren esclavizar a los migrantes’. Y explica que la misión de Jesús es liberar al mundo del pecado

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Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el pontífice argentino les dijo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el pasado domingo, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado “ordinario”. En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, cerca del rio Jordán. Quien la describe es el testigo ocular, Juan Evangelista, que antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto con el hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado del alto, reconoce en Èl al enviado de Dios, por esto lo indica con estas palabras: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Jn 1,29).

El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4), hasta morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el rio de nuestro pecado, para purificarnos.

El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan oprimente. La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier ataque, sino soporta y es remisivo. ¡Y así es Jesús! Así es Jesús: como un cordero.

¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Es un buen trabajo, ¿eh? Nosotros, los cristianos, debemos hacer esto: poner en lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio.

Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.

Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:

Queridos hermanos y hermanas,

hoy celebramos la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, con el tema «Los migrantes y los refugiados: hacia un mundo mejor», que he desarrollado en el Mensaje publicado hace tiempo. Dirijo un saludo especial a los representantes de diferentes comunidades étnicas que se encuentran aquí reunidas, en particular a las comunidades católicas de Roma.

Queridos amigos, estáis cerca del corazón de la Iglesia, porque la Iglesia es un pueblo en camino hacia el Reino de Dios, que Cristo Jesús ha traído en medio nuestro. ¡No perdáis la esperanza de un mundo mejor! Os deseo que viváis  en paz en los países que os acogen, custodiando los valores de vuestras culturas de origen.

Quisiera agradecer a aquellos que trabajan con los migrantes para acogerles y acompañarles en sus momentos difíciles, para defenderles de aquellos que el beato Scalabrini definía como ‘los mercaderes de carne humana’, que quieren esclavizar a los migrantes. De manera particular deseo agradecer a la Congregación de los Misioneros de San Carlos, los padres y las monjas Scalabrinianos, que tanto bien hacen a la Iglesia y se hacen  migrantes con los migrantes.

En este momento pensemos en tantos migrantes… tantos… y en los refugiados, en sus sufrimientos, en su vida, tantas veces sin trabajo, sin documentos, con tanto dolor. Y podemos, todos juntos, dirigir una oración por los migrantes y los refugiados que viven en las situaciones más graves y más difíciles: Dios te salve María…

Después de rezar un Avemaría, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el pontífice:

Saludo con afecto a todos vosotros, queridos fieles provenientes de diferentes parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y grupos diversos. En particular, saludo a los peregrinos españoles de Pontevedra, La Coruña, Murcia y a los estudiantes de Badajoz. Saludo a los ex alumnos de la Obra Don Orione, la Asociación de Laicos Amor Misericordioso y la Coral «San Francisco» de Montelupone. 

Y concluyó, como de costumbre:

«A tutti auguro una buona domenica e buon pranzo. Arrivederci!» (Deseo a todos un buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!)

(RED/IV)

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ZENIT Staff

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