Limitar la libertad religiosa, «síntoma alarmante de la falta de paz»

Dijo el observador vaticano Migliore ante la Asamblea General de la ONU

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NUEVA YORK, lunes, 5 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Las limitaciones a la libertad religiosa presentes todavía hoy en varios países son para la Santa Sede un síntoma de la «falta de paz».

Lo afirmó el arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas, tomando la palabra el pasado día 30 de octubre en la 62 Asamblea General de la organización internacional, sobre «La cultura de la paz».

El derecho a la libertad religiosa, explicó, «no puede ser sujeto al capricho humano».

«Las dificultades que muchos seguidores de varias religiones encuentran todavía frecuentemente al ejercer libremente el propio derecho a la libertad religiosa, son un síntoma alarmante de la falta de paz», denunció.

«No sólo son obstáculos en el ejercicio público de este derecho –añadió–; en algunos lugares son perseguidos y sujetos a violencias».

El prelado observó que «se viola un derecho humano fundamental, con serias repercusiones para la coexistencia pacífica, cuando un estado impone una religión a todos y prohíbe todas las demás, o cuando un sistema secular denigra las creencias religiosas y niega el espacio público a la religión».

Por su parte, las religiones «están llamadas a trabajar por la paz y a promover la reconciliación entre los pueblos».

«Frente a un mundo lacerado por el conflicto, las religiones no deben convertirse nunca en vehículo de odio, y no pueden nunca justificar el mal y la violencia, invocando el nombre de Dios».

El representante del Papa lanzó también un llamamiento a defender toda vida humana, «en sus fases más vulnerables».

Y «la abolición de la pena de muerte hay que considerarla en el contexto del respeto a la vida», añadió, subrayando que «incluso en plena guerra, todos deben respetar el derecho humanitario internacional».

«Cuando, a pesar de todo el esfuerzo, estalla el conflicto, al menos los principios fundamentales de la humanidad deben salvaguardarse y hay que establecer normas de conducta para limitar los daños lo más posible, y aliviar los sufrimientos de los civiles y de todas las víctimas».

El prelado recordó el «estrechísimo vínculo entre la paz y el respeto a los derechos humanos fundamentales».

Los éxitos obtenidos en el campo de los derechos humanos, observó, «indican que la inseparabilidad entre la paz y el respeto a los derechos y la dignidad de la persona es ahora aceptada como evidente, universal e inalienable».

El respeto de la dignidad humana es «la más profunda base ética de nuestra búsqueda de la paz y de la construcción de relaciones internacionales que correspondan a los requisitos de nuestra común humanidad».

El hecho de olvidar o aceptar de modo parcial y selectivo este principio de fondo, recordó el arzobispo, está en la base de los conflictos, de la degradación ambiental y de las injusticias sociales y económicas.

Dado que los derechos humanos «se basan en requisitos objetivos de la naturaleza dada al hombre», «las leyes contrarias a la dignidad no pueden nunca ser aceptadas y el progreso en cada campo no puede ser medido por lo que es posible, sino por su compatibilidad con la dignidad humana».

La Carta de la ONU, recordó, exhorta a la organización a ejercer el liderazgo en la promoción de los derechos humanos.

«Al hacerlo, no debe perder de vista el principio por el que estos derechos se consideran justos», no por quienes tomaron la decisión, «sino porque derivan de la dignidad inalienable de cada persona humana».

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ZENIT Staff

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