Llamamiento de Aquisgrán

Proclamado por más de quinientos líderes religiosos

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AQUISGRÁN, 10 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el llamamiento final que proclamaron este martes los más de quinientos líderes religiosos que participaron en el Encuentro Internacional «Hombres y Religiones», celebrado en la ciudad alemana de Aquisgrán, del 7 al 9 de septiembre.

* * *

Al inicio de este Milenio, abierto con el signo de la esperanza y al mismo tiempo del miedo, nosotros, hombres y mujeres de religiones distintas, provenientes de tantas partes del mundo, nos hemos reunido en Aquisgrán para invocar de Dios el gran don de la paz, esa paz que la humanidad con frecuencia no sabe darse.

En el corazón de Europa, hemos contemplado las esperanzas de paz y de justicia del mundo. Nos hemos interrogado sobre nuestras responsabilidades; nos hemos encontrado con el dolor del sur del mundo, de las guerras olvidadas, de las víctimas del terror y del miedo que genera violencia, de un planeta empobrecido y violado por una explotación que lo consume todo, hasta el futuro común.

Nos han llegado preguntas de prisioneros, de quien de niño sólo ha conocido violencia y guerras que no terminan nunca. Hemos sentido todo el pesimismo que viene de lo más profundo de este nuevo siglo. Han llegado hasta nosotros los gritos y las lamentaciones, a veces silenciadas, de millones de pobres sin medicinas y sin tratamientos, sin seguridad, sin libertad, sin tierra, sin agua, sin derechos humanos fundamentales.

Nos hemos arrodillado sobre nuestras tradiciones religiosas, sobre nuestros libros santos, en la escucha de Dios. Dios habla de paz. Hemos sentido la necesidad de mejorarnos, de realizar en nosotros la paz. Para los creyentes, la paz no es sólo un compromiso en el mundo, sino también un don que se debe buscar en el corazón.

La paz está en lo más profundo de nuestras tradiciones. La paz es un nombre de Dios. Hemos tratado de escuchar no sólo nuestro dolor, sino también el dolor del otro. Por este motivo, hoy escogemos nuevamente, con fuerza y compromiso, la senda difícil del diálogo en un mundo que parece preferir el enfrentamiento.

El diálogo lleva a la paz. Es un arte que saca del pesimismo miope de quien dice que no es posible vivir junto al otro y que las heridas de las injusticias sufridas son una condena al odio para siempre. El diálogo es la senda que puede salvar al mundo de la guerra.

Hemos redescubierto el orgullo del diálogo. Y el diálogo es un arte que deben cultivar las religiones, las culturas, quien tiene más fuerza y poder en el mundo. El diálogo no es la opción de los que tienen miedo, de los que tienen miedo a combatir. No debilita la identidad de nadie. Lleva a cada hombre y mujer a ver lo mejor del otro y a dar lo mejor de sí mismo.

El diálogo es una medicina que cura las heridas y que abre al único destino posible, para los pueblos y para las religiones: vivir juntos en este planeta que debemos defender y hacer más digno que hoy para las generaciones futuras.

A quien cree que el choque de civilizaciones es inevitable decimos: liberaos de este pesimismo opresor, que crea un mundo de muros y de enemigos, donde se hace imposible vivir seguros y en paz. El arte del diálogo vacía, con el pasar del tiempo, incluso las razones del terror y gana terreno a la injusticia, que crea resentimiento y violencia.

A quien cree que el nombre de Dios puede ser usado para odiar y hacer la guerra, le decimos que el nombre de Dios es paz. Las religiones no justifican nunca el odio y la violencia. El fundamentalismo es la enfermedad infantil de todas las religiones y las culturas, porque nos convierte en prisioneros de una cultura del enemigo, separa de los demás y valora más la violencia que la paz.

A quien sigue matando, y siembra el terrorismo o hace la guerra en nombre de Dios, repetimos: «¡Deteneos! ¡La violencia es un fracaso para todos! Discutamos y Dios nos iluminará».

En Aquisgrán, hemos sentido la necesidad de una Europa capaz de ser más abierta al Espíritu. Hemos sentido la necesidad de una Europa capaz de vivir con el sur del mundo, de ser expresión de una democracia atenta a los derechos humanos, para ofrecer su contribución decisiva en el Tercer Milenio.

Desde Aquisgrán hemos dirigido a Dios una oración profunda y concorde por la paz. Que Dios conceda a todo hombre y a toda mujer, a todo gobernante, la paciencia del diálogo, de amplias miras y al mismo tiempo realista: que libere a cada quien de la ilusión de la guerra purificadora. Dios es más fuerte que quien quiere la guerra, más fuerte que quien cultiva el odio, más fuerte que quien vive de violencia.

Que Dios conceda finalmente a nuestro siglo el don maravilloso de la paz.

Aquisgrán, 9 de septiembre de 2003

[El manifiesto puede firmarse en http://www.santegidio.org/en/ecumenismo/uer/2003/form_appel.htm].

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ZENIT Staff

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