Lo que la prensa no dice de la tragedia de Nueva York

El cardenal Egan explica cómo los atentados han cambiado la ciudad

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NUEVA YORK, 2 diciembre 2001 (ZENIT.orgAvvenire).- A los ochenta días de los atentados de las torres gemelas de Nueva York, apagadas las últimas brasas, la vida de la ciudad ha cambiado inevitablemente. Un cambio moral y civil, según explica el cardenal Edward Egan, 69 años, arzobispo de Nueva York, en esta entrevista.

«Toda situación, todo drama, todo evento vivido a través del dolor es una experiencia espiritual para todos –explica el cardenal–. En el fondo, este dolor nuestro es la demostración de que la sangre, como la esperanza, no hace distinción de raza o nacionalidad».

Y añade: «Es una lástima que la prensa internacional se haya dejado escapar en estos tres meses de crónica los ejemplos de fe y los símbolos de esperanza más auténticos de la gente de Nueva York».

–¿Durante el Sínodo usted habló de un examen de conciencia por parte de todos los estadounidenses?

–Cardenal Egan: Cuando me preguntaron si los estadounidenses habían hecho un examen de conciencia, respondí que seguramente lo estaban haciendo, pero dije también que el verdadero examen de conciencia no debe hacerse sólo en casos extraordinarios como éstos, sino que debe ser una práctica constante para todos los hombres de cada nación.

–Usted ha pasado de una tranquila diócesis de Connecticut a guiar la Iglesia en Nueva York en uno de los momentos más difíciles de su historia. ¿Cómo ha vivido esta experiencia?

–Cardenal Egan: Apenas hace un año, fui enviado por el Papa a guiar la Iglesia neoyorquina, pasando de la tranquila diócesis de Bridgeport a la más complicada y multiétnica de Nueva York. Pensé que sería sólo un paso institucional que pronto me habría llevado a asumir las costumbres de la gran ciudad, dada mi experiencia pasada en otras partes del mundo, como los veinte años transcurridos en Italia.

En cambio, nunca hubiera pensado poder ser un testigo ocular de aquella tragedia que ha cambiado la suerte de miles de personas. Una lección de vida que ciertamente será imposible olvidar.

–A ochenta días del desastre ¿cuáles son los recuerdos más claros?

–Cardenal Egan: E aquellos días, en las diversas visitas entre aquellas ruinas, observando el trabajo de nuestra gente entre aquellos cascotes he visto muchas veces la santidad. Tras aquellos hechos trágicos he entrado en contacto con muchas familias golpeadas por la pérdida de uno o más familiares: hombres honestos que trabajaban para llevar a casa el pan a sus familias. Episodios sencillos, íntimos y personales que bastan para ofrecer una idea del dolor y sentimiento profundo de estas personas, demasiado a menudo disminuidas por descripciones económicas o consumistas.

Sólo hace algunos días celebré un memorial de uno de los tantos bomberos desaparecidos y nunca encontrados. Ha dejado cinco hijas y dos hijos adoptivos, dos huérfanos llegados de Irlanda. Vivía la vida normal de un padre de familia que por sí solo alimentaba cinco bocas y acogía a dos hijos adoptivos. De él ahora no quedan sino cenizas, pero esto no importa a quien sólo quiere hablar de las estrellas de Hollywood o de los políticos.

–¿Cómo es entonces Estados Unidos hoy?

–Cardenal Egan: Es otro Estados Unidos del que no se quiere hablar nunca: lo vemos en las iglesias, entre las paredes de casa o en los confesionarios. Es gente que quiere seguir esperando con la ayuda de la oración. Todo esto lo pueden confirmar los muchos sacerdotes empeñados en las diversas iglesias de Nueva York, en las calles o en las diversas comunidades.

–¿Qué ha cambiado en usted esta experiencia humana y pastoral, dado que fue uno de los primeros en llegar al lugar del desastre?

–Cardenal Egan: Mi experiencia en estos tres interminables meses es rica de grandes y pequeños gestos cotidianos que me traen constantemente a la memoria aquellas indelebles horas pasadas a pocos metros de las torres gemelas. Aquél día llegué casi inmediatamente con la ayuda de un policía a la zona del World Trade Center: allí el caos era total. Me dijeron que corriera al hospital de San Vicente para acoger a los muertos.

Fui y me encontré junto a un grupo de médicos empeñados en socorrer a los primeros heridos. Uno de ellos tenía a su padre en el piso 104 de una de las Torres. Le dije que fuera a buscarlo pero la respuesta fue decidida: «no». El médico me dijo: «tengo que quedarme aquí». Días después el mismo médico me escribió una carta llena de sentimiento y fe, en la que me decía que su padre era un desaparecido, uno de los cuatro mil muertos nunca encontrados.

–En esta tragedia, usted ha subrayado el nacimiento de un nuevo modelo de santidad ¿Cuál?

–Cardenal Egan: En este periodo he visto numerosísimos ejemplos de santidad. Santidad laica, pero con un impulso hacia lo sobrenatural. Recordemos que el dolor es igual en todas partes del mundo. Nuestra gente lo ha demostrado y lo está demostrando con un empeño humano que requiere todavía un precio alto a pagar en materia de seguridad. Sé, por ejemplo, que en muchos casos hay personas que han trabajado como bomberos, pero también como obreros en el «Ground Zero». Por este motivo, están sometidos a un estricto control médico por culpa de los efectos colaterales causados del mortífero polvo que han respirado. No sabemos todavía lo que nos espera en el futuro.

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ZENIT Staff

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