Los desafíos de Brasil, según Benedicto XVI

Discurso al nuevo embajador del país

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 9 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto del discurso pronunciado este lunes por el Papa Benedicto XVI al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de la República Federal de Brasil, Luiz Felipe de Seixas Corrêa.

* * *

Excelencia:

Con grata satisfacción le doy la bienvenida al recibirle aquí en el Vaticano, en el acto de presentación de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Federal de Brasil ante la Santa Sede.

<p>Esta feliz circunstancia me ofrece la oportunidad de comprobar una vez más los sentimientos de proximidad espiritual que el pueblo brasileño nutre hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo me da ocasión de reiterar la expresión de mi sincero afecto y gran estima por su noble nación.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, agradezco los pensamientos deferentes y el saludo que el Presidente de la República, señor Luiz Inácio Lula da Silva, a querido enviarme. Ruego a su Excelencia que tenga la bondad de devolver de mi parte este saludo, con mis mejores votos de felicidad, y que le transmita la seguridad de mis oraciones por su país y por su pueblo.

Me es grato aprovechar la ocasión para recordar con aprecio la Visita Pastoral que la Providencia me permitió realizar a Brasil en 2007, para presidir la V Conferencia General del Episcopado Latino Americano y el Caribe, así como los encuentros celebrados el más alto mandatario de la nación, tanto en São Paulo, como más recientemente aquí en Roma. Estas circunstancias pueden atestiguar, una vez más, los estrechos lazos de amistad y fructífera colaboración entre su país y la Santa Sede.

Los objetivos, el de la Iglesia, en su misión de naturaleza religiosa y espiritual, y el del Estado, aunque son distintos, confluyen en un punto de convergencia: el bien de la persona humana y el bien común de a nación. Pero, como mi venerable Predecesor el Papa Juan Pablo II afirmó en cierta ocasión, «el entendimiento respetuoso, la preocupación por la independencia mutua y el principio de servir mejor al hombre, dentro de una concepción cristiana, serán factores de concordia cuyo beneficiario será el propio pueblo» (Discurso al Presidente de Brasil, 14 de octubre de 1991, 2). Brasil es un país que conserva en su gran mayoría la fe cristiana unida, desde los orígenes de su pueblo, por la evangelización que tuvo lugar hace más de cinco siglos.

De esta manera, me complace considerar la convergencia de principios, tanto de la Sede Apostólica como de su gobierno, con respecto a las amenazas a la paz en el mundo, cuando se ve afectada por la falta de visión del respeto al prójimo en su dignidad humana. El reciente conflicto en Oriente Medio demuestra la necesidad de apoyar todas las iniciativas destinadas a resolver pacíficamente las divergencias, y hago votos por que su Gobierno prosiga en esta dirección. Por otro lado, deseo reiterar aquí la esperanza de que, en conformidad con los principios que velan por la dignidad humana, de los cuales Brasil ha sido siempre paladín, continúen fomentándose y extendiéndose los valores humanos fundamentales, sobre todo cuando se trata de reconocer de forma explícita la santidad de la vida familiar y la salvaguarda del no nacido, desde el momento de su concepción hasta el de su término natural. De la misma forma, en lo que respecta a los experimentos biológicos, la Santa Sede sigue promoviendo incansable la defensa de una ética que no distorsione y proteja la existencia del embrión y su derecho a nacer.

Veo con satisfacción que la nación brasileña se está convirtiendo, en un clima de acentuada prosperidad, en un factor de estímulo al desarrollo en áreas limítrofes y en varios países del continente africano. En clima de solidaridad y mutuo entendimiento, el Gobierno procura apoyar iniciativas destinadas a favorecer la lucha contra la pobreza y el retraso tecnológico, tanto a nivel nacional como internacional.

Por otro lado, la política de redistribución de la renta interna ha facilitado un mayor bienestar entre la población; en este sentido, hago votos por que siga estimulándose una mejor distribución de la renta, y se refuerce una mayor justicia social para el bien de la población. Cabe destacar, sin embargo, que, además de la pobreza material, incide de manera relevante la pobreza moral que impregna el mundo, incluso donde no hay falta de bienes materiales. De hecho, el peligro del consumismo y del hedonismo, aliado a la falta de sólidos principios morales que guían la vida de los ciudadanos sencillos, vuelve vulnerable la estructura de la sociedad y de la familia brasileña. Por eso, nunca está de más insistir en la urgencia de una formación moral sólida a todos los niveles, incluyendo el ámbito político, ante las constantes amenazas generadas por las ideologías materialistas hoy reinantes y, particularmente, la tentación de la corrupción en la gestión del dinero público y privado. Con este fin, el cristianismo puede proporcionar una contribución válida -como dije recientemente- por ser «una religión de libertad y de paz y está al servicio del verdadero bien de la humanidad» (Audiencia al Cuerpo Diplomático, 8 de enero de 2009). Es a raíz de estos valores que la Iglesia sigue ofreciendo el servicio de gran valor evangélico que favorece el logro de la paz y la justicia entre todos los pueblos.

El reciente Acuerdo en el que se define el estatuto jurídico civil de la Iglesia Católica en Brasil y se regulan las materias de interés mutuo entre ambas partes son señales significativas de esta colaboración sincera que la Iglesia desea mantener, dentro de su propia misión, con su Gobierno. Expreso en este sentido la esperanza porque ese Acuerdo, como ya tuve ocasión de señalar, «facilite el libre ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y fortalezca aún más su colaboración como las instituciones civiles para el desarrollo integral de la persona (Audiencia cit.). La fe y la adhesión a Jesucristo obliga a los fieles católicos, también en Brasil, a ser instrumentos de reconciliación y de fraternidad, en la verdad, la justicia y el amor. Siendo así, hago votos porque este Documento solemne sea ratificado, a fin de que la organización eclesiástica de la vida entre los católicos se agilice y alcance un alto grado de eficiencia.

Señor Embajador:

antes de concluir este encuentro, reitero mi ruego de que transmita al Señor Presidente de la República mis mejores votos de felicidad y de paz. Y quiero decir a Vuestra Excelencia que pude contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede Apostólica en el desempeño de su misión, que se deseo feliz y fecunda en frutos y alegrías. Mi pensamiento se dirige, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían sus destinos. A todos deseo felicidad, en progreso y armonía crecientes. Estoy seguro de que el Señor se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas míos junto al más alto mandatario de la Nación. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para su persona,. Para su gobierno y para sus familiares, así como para todos los amados brasileños, las copiosas bendiciones de Dios Todopoderoso.

[Traducción del original portugués por Inma Álvarez

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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