Los desafíos de la fe en Europa, según el nuevo presidente de su Consejo episcopal

Habla el cardenal Péter Erdő

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ROMA, lunes, 16 octubre 2006 (ZENIT.org).- Se acaba de celebrar, del 5 al 8 de octubre, por primera vez en San Petersburgo, Rusia, la Plenaria de los presidentes del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE).

Ha sido elegido el cardenal más joven del mundo, Péter Erdő, primado de Hungría, como nuevo presidente del Consejo de las 34 conferencias episcopales de Europa. Fueron elegidos también los vicepresidentes, el cardenal Josip Bozanić, arzobispo de Zagreb en Croacia, reconfirmado por otros cinco años; y el cardenal Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos, Francia.

Con este motivo, nuestra colaboradora Viktória Somogyi le ha realizado esta entrevista al flamante presidente del CCEE para Zenit.

–En la reunión plenaria recién clausurada se ha dado especial relevancia a los temas de familia, vocaciones y formación sacerdotal. ¿Cuál ha sido en su opinión el mayor resultado alcanzado?

–Cardenal Erdő: Antes que nada, uno de los resultados mayores ha sido el haber podido celebrar esta asamblea plenaria en Rusia y en el marco del Seminario de San Petersburgo. Hablando de las vocaciones sacerdotales, estábamos en un ambiente en el que se ve el verdadero peso y la verdadera importancia del trabajo y del ser sacerdote. Estoy convencido de que bajo este aspecto el mundo ex comunista tiene todavía mucho que decir a la otra parte del continente.

Evidentemente también la ayuda mutua, la presencia de los movimientos y de las pequeñas comunidades de religiosos provenientes de todas las partes del continente era un hecho que nos impresionaba también como experiencia vivida, pero incluso como posibilidad teórica y práctica.

Ha quedado claro también que es muy importante el contenido de la enseñanza teológica y, por tanto, también el desarrollo de las facultades, del trabajo de los seminarios.

Por lo que se refiere al matrimonio y la familia, uno de los puntos delicados era la crisis de los conceptos más naturales, más fundamentales del matrimonio, de la vida familiar de nuestra cultura europea. Es importante que estos valores humanos sean no sólo defendidos sino también presentados atractiva y convincentemente por todos los cristianos.

Y en este campo del trabajo por los valores fundamentales tenemos muchísimas tareas comunes con las iglesias ortodoxas. Esto ha sido un descubrimiento gozoso compartido por todos los presentes.

–En el mensaje de Benedicto XVI para el encuentro de San Petersburgo, el Santo Padre expresó su esperanza de que «esta reunión plenaria anime el testimonio y la aportación que la Iglesia católica, en fraterna colaboración con las otras confesiones cristianas, ofrece a la identidad y al bien común de Europa». A la luz de este deseo, ¿cuál puede ser la aportación del CCEE en materia de crecimiento moral e integración de Europa?

–Cardenal Erdő: En primer lugar, la colaboración en el campo de la transmisión de nuestra fe. Hemos hablado también de la catequesis, de la enseñanza de la religión y de la enseñanza cristiana en general, la colaboración entre las diversas comunidades cristianas en este campo, con respeto naturalmente de la identidad de los otros que participan en este tipo de educación.

Se ha subrayado el desafío de buscar relaciones con los elementos políticamente importantes y responsables de nuestra sociedad para hacer valer también estos valores fundamentales y humanos de los que depende la existencia de estos pueblos nuestros. Sabemos que la realidad debe ser respetada, de lo contrario la comunidad se destruye a sí misma. Por esto tenemos que buscar relaciones tanto ecuménicas como con las diversas sociedades de nuestro continente.

–Piensa que los valores de los que la Iglesia se hace portadora podrán obtener una justa afirmación en el proceso de integración política que los países de Europa están lentamente reanudando?

–Cardenal Erdő: La pregunta tiene un calado, muy grande. No sabría decir cuál será la relación entre la integración y estos valores. Ciertamente había también informaciones preocupantes de ciertas recomendaciones, sobre todo del Consejo de Europa. El Consejo de Europa ha redactado recomendaciones que a veces parecen tratar de introducir los llamaos «nuevos» derechos fundamentales, que no tienen nada que ver con el elenco clásico de los derechos fundamentales o de los derechos humanos.

Por ejemplo, el sentido forzado de la categoría de la igualdad que trata de marginar la identidad de las comunidades religiosas o la autonomía de las iglesias, u otras tendencias que parecen hacer difícil el desarrollo de la legislación de cada nación.

Por tanto hay que subrayar seguramente la autonomía de cada país en el campo legislativo, también en lo que se refiere a los valores fundamentales, humanos. Luego es importante que por ejemplo en el Consejo de Europa también Rusia y Turquía están representadas y justo sus diputados han contribuido últimamente varias veces a la defensa de estos valores humanos más centrales de nuestra herencia común.

–El encuentro de San Petersburgo ha sido un momento de acercamiento con el «pequeño rebaño» de los católicos rusos. La importancia de este acontecimiento ha sido subrayada por el arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz en su homilía en la santa misa de clausura. ¿Cómo se sitúa el CCEE ante la necesidad de ayudar a las Iglesias católicas del ex bloque soviético?

–Cardenal Erdő: Por lo que se refiere al apoyo económico, tenemos ya una larga historia, sobre todo la historia de la generosidad de las iglesias de la parte occidental del continente. Pero está también el apoyo de tipo cultural, que implica compartir las experiencias pastorales y el hecho mismo de la presencia física.

Por ejemplo de tantos obispos en un lugar: era la primera vez en la historia de Rusia que tantos presidentes de conferencias episcopales católicas estaban presentes. También la opinión pública de aquél país se ha dado cuenta de este fenómeno, de este encuentro. Creo que ya este hecho visible constituye un cierto consuelo para la comunidad católica en Rusia.

Por lo demás, ese rebaño no parece tan pequeño. Por ejemplo en la ciudad de San Petersburgo antes de la revolución de octubre, el 7% de la población era católica. Y hoy de nuevo un porcentaje casi similar de la ciudad parece estar en algún modo conectado con la Iglesia católica. Celebramos una bellísima misa en la renovada iglesia parroquial que ha sido la iglesia madre, la iglesia parroquial católica más antigua de San Petersburgo, la de Santa Catalina de Alejandría, construida en tiempos de la emperatriz Catalina.

La iglesia estaba atestada, la gente era de todas las generaciones por tanto había también muchos jóvenes. Se cantaba, se sabían muy bien los textos litúrgicos. Nos hemos encontrado con una comunidad muy dinámica, muy viva. En este sentido podemos recibir también inspiraciones de la Iglesia católica en Rusia.

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ZENIT Staff

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