Los Focolares recuerdan a un promotor de los jóvenes en el Movimiento

40 años de la muerte en accidente de «Eletto» (elegido) Vincenzo Folonari

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TREVIGNANO, jueves, 22 julio 2004 (ZENIT.org).- En el 40º aniversario de su muerte, con un encuentro y una Eucaristía en la localidad de Trevignano –a orillas del lago de Bracciano (al noroeste de Roma)– se recordó el pasado 12 de julio a Vincenzo Folonari, a quien la fundadora de los Focolares había encomendado los niños y jóvenes del Movimiento.

Vincenzo era el cuarto de los ocho hijos de la familia Folonari, productores de vino. En el verano de 1951, junto a dos de sus hermanas, al terminar el curso se fue de vacaciones a la montaña.

Chiara Lubich se encontraba en ese período en Tonadico, en la montañas Dolomitas. Se había vuelto habitual para los miembros del entonces naciente Movimiento de los Focolares esa cita en las montañas trentinas, que había tomado el nombre de «Mariápolis».

Fue en 1943 cuando Lubich inició una corriente de espiritualidad centrada en el amor, expresado en el Evangelio, que suscitó un Movimiento de renovación espiritual y social: la espiritualidad de la unidad, típicamente comunitaria.

Los chicos Folonari, que habían conocido el Movimiento en Brescia, su ciudad natal, tuvieron permiso de sus padres para pasar las vacaciones allí cerca, en San Martín de Castrozza.

No faltaron a las frecuentes citas en Tonadico. Por la noche, de regreso en el autobús. Vincenzo no tenía palabras, estaba feliz: «Bellísimo, bellísimo!». «Era como si hubiese encontrado algo que le saciaba profundamente, un ideal por el cual vivir», recuerda una nota difundida por el Movimiento.

Meses después, Vincenzo se trasladó a Roma para matricularse en la Universidad; enseguida se puso en contacto con los Focolares. Durante la vigilia de Pentecostés fue al santuario de la Virgen del Divino Amor para pedirle un signo que le hiciera entender su vocación.

Al día siguiente, cuando Chiara lo encontró, le recordó una frase de Jesús: «¡No sois vosotros los que Me habéis elegido, sino Yo quien os ha elegido a vosotros!». Desde entonces todo le llamaron «Eletto» (elegido).

En una carta a Chiara, Eletto escribió: «He elegido a Dios para siempre, ¡sólo a Él! Ninguna otra cosa». También le comunicó que quería dar al Movimiento de los Focolares todos los bienes que había recibido en herencia.

Entre ellos había un amplio terreno a treinta kilómetros de Florencia, donde se pudo levantar la actual ciudadela de los Focolares de Loppiano.

Una de las características de Eletto era su relación con los niños y los jóvenes del Movimiento, que Chiara le había confiado. En las Mariápolis de Fiera de Primiero estaba siempre rodeado de ellos y les organizaba múltiples actividades.

Hablando con su hermana Virgo, quien a su vez tenía confiadas las muchachas, acostumbraba decirle: «Te imaginas si este ideal de la unidad llegara a todos los muchachos, a todos los jóvenes… ¡lo que surgiría!».

El domingo 12 de julio de 1964, estaba con él uno de estos muchachos, Gabriele, y Eletto le invitó a dar un paseo. Fueron al lago de Bracciano y decidieron dar una vuelta en barca. Eletto –deportista y nadador— entró en el agua sujetándose con ambas manos. «Está muy fría» –dijo a Gabriele— y palideció.

El lago estaba agitado y una ola le arrancó de la barca, que se alejó repentinamente. Eletto pidió enseguida a Gabriele que se acercara, pero éste, que no sabía ni remar ni nadar, no lo conseguía. La fuerte corriente alejaba la embarcación cada vez más.

«A duras penas lograba divisar su rostro en medio de las olas, lo llamaba, pedía ayuda, le grité que no lograba alcanzarlo», relata Gabriele. Prosigue: «Me gritó: “Voy a la orilla”, y luego se dio vuelta. Le vi aún un segundo: su rostro estaba iluminado por una sonrisa radiante». Después desapareció en las aguas del lago. Su cuerpo nunca se encontró. Tenía 33 años.

Cuatro días después, Chiara Lubich escribía: «Eletto era tan bueno, tan humilde, que pertenecía más a Dios que a nosotros y Él, quizás por esto, le ha llamado. Ahora está con Jesús a quien ha amado, con María y con los nuestros que están en el Paraíso y, después de que se sentía el último, se ha convertido en el primero».

«Dios mío, ¡qué abismo es esta vida y esta muerte que cada uno debe afrontar! –añadía–. Permítenos vivir en el amor para poder morir en el amor».

Su repentina muerte dejó desconcertados no sólo a los adultos, sino también a los niños y jóvenes que él atendía.

«También ellos han tenido su prueba tremenda e irremediable –escribió Lubich–. Esperemos que sobre este dolor nazca algo para ellos en el seno del Movimiento, para la gloria de Dios, para embellecer la Iglesia. Por otra parte, Eletto no habría deseado nada mejor».

Pocos años después, nació el Movimiento Gen, que actualmente cuenta con miles de jóvenes, adolescentes y niños de todo el mundo.

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ZENIT Staff

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