Los Heraldos del Evangelio, nuevo carisma eclesial

Entrevista a Juan Clá Díaz, presidente general

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MADRID, 12 noviembre 2003 (ZENIT.orgVeritas).- Los Heraldos del Evangelio es una Asociación Internacional de Derecho Pontificio que ya está extendida por 47 países. Comenzaron a organizarse a partir de 1956 en Brasil, cuando un grupo de católicos empezó a reunirse para orar, alabar a Dios y estudiar el canto gregoriano de la Iglesia.

Se transformaron en asociación privada de fieles en 1999, y el 22 de febrero de 2001 fueron reconocidos por la Santa Sede como asociación de Derecho Pontificio. Actualmente los Heraldos del Evangelio reúnen a su alrededor a casi dos millones de católicos en el mundo entero, realizando una enorme variedad de actividades evangelizadoras.

El presidente general de los Heraldos, Juan Clá Díaz, ha estado durante un mes en España, Portugal e Italia. El motivo de su viaje a esos países era clausurar solemnemente el año del Rosario y promover ceremonias y misas cantadas, con motivo de 25 aniversario del pontificado de Juan Pablo II. Además, tomó oficialmente posesión de la iglesia de San Benedetto in Piscinula, que fue concedida por Juan Pablo II, por primera vez en la historia en el vicariato de Roma, a un movimiento laico.

Clá Díaz ha explicado a ZENIT.orgVeritas los principales rasgos de la asociación.

–El carisma de los Heraldos del Evangelio es «dar testimonio de la belleza, del esplendor, de la verdad y la virtud; ser símbolo de la bondad y grandeza infinitas de Dios». ¿Cómo lo llevan a cabo?

–Juan Clá: Con el aumento de las aflicciones, los dramas, las guerras, las angustias, la inseguridad, se dio una apagamiento, una evaporación de los símbolos y la juventud fue, poco a poco, perdiendo el rumbo, de tal manera que hoy en día ya no sabe hacia dónde caminar.

El hecho que nosotros hemos notado, en todos los países donde estamos actuando, es que cuando aparece un ideal firme, serio, elevado, hay un verdadero entusiasmo por parte de la juventud por tener ese contacto con Dios a través de los símbolos y de la belleza, que están desapareciendo de la faz de la tierra. Santo Tomás de Aquino dice que el esplendor de la verdad y el esplendor de la bondad constituyen lo bello, y Dios es por excelencia la belleza.

Ahora bien, la disciplina, la vida ordenada, una vida con ceremonial, las realizaciones de piezas teatrales, los cánticos con excelente nivel, las composiciones musicales de los grandes autores históricos, reuniones bien dirigidas, todo esto puede constituir un conjunto de elementos propicios para atraer a la juventud sin rumbo en los días de hoy.

Nosotros lo hemos llevado a cabo así, con un éxito tan grande que nos deja asombrados. Por ejemplo, a través del proyecto «Futuro y Vida» que realizamos en los colegios, o por medio del Apostolado del Oratorio, que consiste en hacer que las familias reciban en sus hogares un oratorio del Inmaculado Corazón de María una vez por mes, durante todo el año o las Misiones Marianas, que se realizan en colaboración con las parroquias para incentivar la participación en la vida eclesial, animar a los fieles e infundirles la confianza en la promesa de María: ¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!

–Otro de sus campos de apostolado es «enfervorizar» a los católicos que han abandonado su fe. ¿Lo consiguen? ¿Perciben un retorno a la fe de la cultura occidental alejada de Dios?

–Juan Clá: Sí, lo conseguimos de una forma por la que quedamos enormemente agradecidos a Dios, pues notamos que todo apostolado, que toda evangelización, depende fundamentalmente de una gracia creada por Dios. Quien convierte es Dios; nosotros somos meros instrumentos. Estamos contentos por haber sido escogidos por Dios para asistir a conversiones emocionantes. A veces, se dan casos de personas que hace más de 30 años que no se confiesan y que abandonaron completamente los sacramentos, y tras el contacto con esa nueva evangelización, a través de la belleza, se conmueven a punto de llorar y arrodillarse delante de un confesionario para contar toda su vida pasada. Son personas que se habían alejado completamente de la Iglesia, a tal punto que ya no se acordaban cómo transcurre el curso normal de una liturgia, y al tomar contacto con los Heraldos del Evangelio se aproximan a la vida eclesial con un fervor que se diría primaveral.

–Ustedes tienen un «Secretariado Parroquial Voluntario», que busca mantener las parroquias abiertas el mayor tiempo posible. ¿Cómo funciona?

–Juan Clá: En la medida que nuestro tiempo lo permite, los Heraldos del Evangelio han ayudado mucho a los párrocos, en los lugares donde estamos instalados, para facilitarles el atendimiento de las personas que buscan una orientación a respecto de algunos puntos de la moral o de su vida espiritual. A veces, equipos de jóvenes voluntarios de los Heraldos del Evangelio asumen trabajos administrativos; colaboran en la restauración de los templos sagrados; ejercen el ministerio extraordinario de la Eucaristía; promueven catequesis y otros servicios para facilitar a los sacerdotes a que se dediquen con más intensidad al ministerio que le es propio.

Nuestra presencia es especialmente intensa sobre todo en nuestra iglesia en Roma, de San Benedetto in Piscinula. Esta iglesia es muy procurada por personas que vienen de otros países, a veces lejanos, pues es nada más y nada menos que la cuna donde nació la civilización cristiana europea, porque allí estuvo San Benito en sus cuatro primeros años de vida espiritual y fue ahí donde hizo el propósito de convertir Europa. Los Heraldos del Evangelio están a cargo de esa histórica iglesia y aprovechan sus conocimientos de varias lenguas para atender y acoger a todas las personas que vienen de fuera, dándoles toda la información que precisen.

–También se vuelcan en la evangelización de la cultura, con coros, grupos de teatro, libros, incluso folletos, de los que ya han repartido 35 millones en Brasil. ¿Se trata de una pastoral que la Iglesia, tal vez, haya olvidado?

–Juan Clá: La Iglesia, propiamente, no se olvida de nada y, además de no olvidarse de nada, suscita fórmulas nuevas. No se trata, por lo tanto, de algo que lo que Ella se haya olvidado, porque Ella tiene el recuerdo de la Sabiduría de que nada olvida y que todo sabe guardar.

La conversión de las personas es fruto de una gracia creada por Dios y se da por iniciativa del propio Dios. Lo que nosotros debemos hacer es dar pretextos para que Dios pueda actuar. Ahora bien, hemos notado que todas las actividades que nosotros realizamos son un pretexto excelente para que la Providencia pueda mover las almas y convertirlas. La esencia de nuestra actividad no está tanto en la exterioridad. La esencia de nuestra actividad está en la compenetración con que ejercemos todo aquello que hacemos. Un buen músico, por ejemplo, puede ser muy técnico y muy preparado, pero si él toca sin compenetración no entusiasma a sus oyentes. A veces, un músico de categoría media puede, incluso, desafinar una nota, pero es capaz, de repente, de entusiasmar a la gente.

Por ejemplo, tenemos el caso de San Francisco Solano que no era un gran músico, pero tocaba el violín a los indios del Paraguay y los convertía. Lo importante, por lo tanto, está en la fe y en la compenetración que las actividades ejercidas por los Heraldos del Evangelio deban tener como base, el resto es consecuencia. Además, es nuestro lema: buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura.

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ZENIT Staff

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