«Los indios mueren antes de tiempo»

Evocación de fray Bartolomé de las Casas.

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AN CRISTOBAL DE LAS CASAS MADRID, sábado, 10 marzo 2007 (ZENIT.orgEl Observador).- El obispo de la diócesis de San Cristobal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, ha recordado, en Chicago, el invaluable legado de su antecesor, el primer obispo de Chiapas fray Bartolomé de las Casas.

La diócesis de San Cristobal de las Casas, en el sureño Estado de Chiapas, destaca por su composición mayoritariamente indígena y ha sido señalada como territorio de misión en México.

Presentamos la evocación que monseñor Arizmendi ha escrito de fray Bartolomé de las Casas (cuya causa de beatificación ha sido introducida en España.

«LOS INDIOS MUEREN ANTES DE TIEMPO»

En estos días, estoy en Chicago, invitado a presidir una ceremonia en honor de Fray Bartolomé de Las Casas, con ocasión de que una organización, en su mayoría migrantes latinos, eligió este nombre para una de sus escuelas, a la que asisten sus hijos, en gran número descendientes de mexicanos.

Comparto algo de lo que expondré, tratando de hacer ver cuan actual es el testimonio de Fray Bartolomé, después de cuatrocientos sesenta y dos años que estuvo en San Cristóbal.

«Los indios mueren antes de tiempo»
Con esta frase, Fray Bartolomé describe, en su Historia de las Indias, la situación de los indígenas de su tiempo. Lo hace para procurar «la utilidad común para todas estas infinitas gentes, si quizá no son acabadas primero antes que esta historia del todo se escriba». Todo su empeño fue «amparar a estas míseras gentes y estorbar que no pereciesen».

Hoy también muchos indígenas mueren antes de tiempo, por enfermedades relativamente sencillas, que son curables cuando se tiene a mano una clínica, un médico y medicinas asequibles. Hay aún poblaciones dispersas, a las que no han llegado los servicios básicos de salud. El gobierno ha construido pequeñas clínicas, pero no hay médicos ni medicinas. Hay pueblos sin carretera, y no es fácil llevar a mujeres, niños y ancianos a ciudades cercanas, para ser atendidos. La mayoría no tienen dinero para comprar los medicamentos, mucho menos para pagar una operación quirúgica.

Los indígenas son pobres, no por perezosos o desorganizados. Siguen sumidos en la miseria porque lo que ellos producen en el campo, como el café, el maíz, el frijol, el chile, no tiene un justo valor en el mercado globalizado. Se enriquecen los pequeños acaparadores y los grandes especuladores de las bolsas internacionales. Si se les pagara un precio más justo por sus productos, y fuera más equilibrada la apertura comercial de los tratados de libre comercio, no se verían obligados a emigrar, a exponerse a tantos peligros, rechazos, desprecios y a la muerte. Quieren llegar a lugares donde puedan obtener un mejor sueldo, incluso traspasando murallas y fronteras, no para atentar contra la seguridad de otro país, ni como terroristas o guerrilleros, sino como seres humanos que se exponen a todo, con tal de obtener un recurso económico que ayude a que su familia no muera antes de tiempo.

Todos hemos de empeñarnos en defender los derechos de estos pueblos originarios, e impedir que perezcan como individuos y como culturas. Es de justicia que tengan acceso a servicios básicos, como la salud y educación; que se les pague lo justo por sus productos y que sean tratados dignamente como personas. Que no perezcan, como individuos, por los peligros de la migración y la pobreza, y como pueblos y razas, por la globalización cultural.

«Prístina y natural libertad»

Todo ser humano fue creado libre, a imagen y semejanza de su Creador. Se viola esta dignidad fundamental, cuando «nunca se les (da) facultad ni libertad para poder vivir por sí». Por ello, hay que buscar «la prosperidad y crecimiento temporal y la con¬versión y salvación espiritual de estas gentes», para que los opresos indios tengan tiempo y corazón para «pensar en su libertad» y recuperen su «prístina y natural libertad».

Hoy debemos luchar para que pobres, indígenas, migrantes, negros y no nacidos, sean respetados en su prístina y natural libertad. Explotarlos, excluirlos, despreciarlos, ignorarlos, ofenderlos, o asesinarlos, es una contradicción con el Evangelio.

Se atenta contra la libertad de los pobres, cuando se ponen barreras infranqueables, físicas, jurídicas, económicas y políticas, que les impiden encontrar mejores condiciones de vida en otra parte. Emigran no por turismo, ni por curiosidad o vagancia, mucho menos por ambiciones de conquistar un territorio, sino por hambre, por ganar dignamente un poco de dinero y enviarlo a su familia, para que ésta no muera en la miseria y deseperación.

«Blasfemar el nombre de Cristo»

¿Por qué el empeño de Fray Bartolomé de defender a los indígenas? ¿Sólo por un sentimiento filantrópico, o por una ideología de clase? No. Es porque, como él dice al regresar a España, «yo dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y abofeteándolo y crucificándolo, no una sino millares de ve¬ces». Inspirándose en Mt 25,31-46, identifica a los «opresos indios» con Cristo mismo. Y llega a decir que despojarlos, explotarlos, matarlos, es «blasfemar el nombre de Cristo». Considera el despojo de estos pueblos como una blasfemia contra Cristo, pues «del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva».

Denuncia que quienes explotan al indio, tienen «el oro por vivo y principal fin», pues lo que les importa es el oro. Les advierte que «Cristo no vino al mundo a morir por el oro» y que el «precepto divino que nos manda amar al prójimo» exige procurar «la conservación, y libertad de [nuestros] prójimos los indios».

Duele y preocupa que creyentes en Cristo, católicos y protestantes, seamos responsables de múltiples situaciones de explotación inhumana. Cuando lo que importa es el dinero, el oro, blasfemamos el nombre de Cristo. Por tanto, un país que rechaza y maltrata a los pobres, de cualquier raza, condición social o legal, no merece ser llamado cristiano. Una cultura racista, que margina por el color de la piel, no es conforme con el Evangelio, aunque se participe cada ocho días en el culto religioso.

No podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento y la explotación de tantos indígenas, migrantes y pobres en general. Como decía Fray Bartolomé, «¿quién podía sufrir, que tuviese corazón de carne y entrañas de hombre, haber tan inhumana crueldad? ¿Qué memoria debía entonces de haber de aquel precepto de caridad, ´amarás tu prójimo como a ti mismo´ en aquellos que tan olvidados de ser cristianos y aun de ser hombres, así trataban en aquellos hombres la humanidad?».

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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ZENIT Staff

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