Los laicos, «signos de esperanza» para la crisis en Francia; asegura el Papa

Subraya la necesidad de formación y de acompañar a las familias

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 30 enero 2004 (ZENIT.org).- En el proceso de descristianización que vive Francia, con la consiguiente crisis de vocaciones a la vida consagrada, el despertar de los laicos constituye un signo de esperanza, considera Juan Pablo II.

Esta es la conclusión a la que llegó el pontífice al reunirse este viernes con los obispos de las provincias eclesiásticas de Dijon, Tours y de la Prelatura de la «Mission de France», al concluir su visita «ad limina apostolorum» en Roma.

En sus informes al Papa los diferentes grupos de obispos galos que están visitando en estas semanas la ciudad eterna coinciden todos en subrayar la gravedad de la situación, que se puede constatar también en el elevado aumento de la edad media de las personas que participan regularmente en la vida parroquial.

Ante la falta de sacerdotes y la disminución de los fieles en la asistencia a los sacramentos, en los últimos años gran parte de las diócesis del país han realizado «reagrupaciones» de parroquias, animadas con frecuencia por un equipo de sacerdotes o por un solo sacerdote.

«De manera positiva –subrayaba el Papa, sin embargo– esto ha permitido que laicos participen activamente en el dinamismo de su comunidad, tomando conciencia de las dimensiones profética, real y sacerdotal de su bautismo».

«Muchos han aceptado con generosidad entregarse en la vida parroquial para asumir, bajo la responsabilidad del pastor y respetando el ministerio ordenado, la preocupación evangelizadora, así como el servicio de la oración y de la caridad».

El pontífice rindió tributo a estos hombres y mujeres que con sus vidas están afrontando «la indiferencia y el escepticismo propios del ambiente» en que viven.

De hecho, constató en los laicos «los signos de esperanza» para la Iglesia en Francia y dedicó su discurso a ofrecer consejos a los prelados para que les apoyen en su compromiso y misión.

Ante todo, pidió responder a las nuevas exigencias de los laicos, que «desean adquirir una sólida formación filosófica, teológica, espiritual o pastoral» a través de «nuevas iniciativas» «con la certeza de que los fieles que hayan descubierto a Cristo propondrán de manera creíble el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo».

En segundo lugar, el Papa pidió a los prelados fomentar «la dimensión profética del testimonio [de los laicos]» en el mundo, en particular, «evangelizando las culturas» para hacer «que la fuerza del Evangelio penetre en las realidades de la familia, del trabajo, de los medios de comunicación, del deporte, del tiempo libre y que anime el orden social y la vida pública, nacional e internacional».

«Para que este testimonio sea fructuoso, es necesario que sea apoyado espiritualmente en las parroquias y en las asociaciones de fieles», reconoció en referencia a los nuevos movimientos y comunidades eclesiales que también en Francia han surgido.

El Santo Padre abogó, en este sentido, por la «comunión» entre las diferentes realidades eclesiales. «Que todos, en la legítima diversidad de las sensibilidades eclesiales, tengan la preocupación permanente de participar plenamente en la vida diocesana y parroquial, y de vivir en comunión con el obispo diocesano», deseó.

En tercer lugar, el Papa pidió conformar una comunidad cristiana con la «calidad de la acogida y de la fraternidad», especialmente al responder a los hombres y mujeres que tocan a las puertas de la Iglesia para pedir el bautismo –en los últimos años ha aumentado en el país decididamente el bautismo de adultos–, o el sacramento del matrimonio o con motivo del fallecimiento de un familiar en el momento del entierro o funerales.

En este contexto de secularización, en cuarto lugar, el Papa destacó la importancia decisiva para la vida de los laicos de la eucaristía dominical, «que no puede ser una simple opción en medio de numerosas actividades».

En esta ayuda a los laicos, recalcó a continuación «la preocupación por promover y acompañar a la familia». Recalcó la importancia de «preparar al matrimonio» a los jóvenes que piden el sacramento, y que con frecuencia están alejados de la Iglesia.

En estos casos, invitó a «hacer descubrir el sentido profundo de este sacramento, así como las misiones a las que compromete. De este modo se propondrá una visión positiva de las relaciones afectivas y de la sexualidad».

«No podemos asistir impotentes a la ruina de la familia», concluyó, recordando la necesidad de asistir a los padres, «primeros educadores de sus hijos», para que puedan «resolver las crisis conyugales que pueden atravesar» y «dar así a los jóvenes un testimonio de la grandeza del amor fiel y único».

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ZENIT Staff

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