Los mártires de la guerra civil en España

Por el profesor Alfonso Carrasco Rouco

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 6 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del profesor Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología «San Dámaso» de Madrid, pronunciada en la videconferencia mundial sobre «El martirio y los nuevos mártires» organizada por la Congregación vaticana para el Clero (www.clerus.org) el pasado 28 de mayo.

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Los mártires de la guerra civil en España
Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología «San Dámaso»
Madrid

La historia precedente a la guerra civil española, particularmente los hechos sucedidos durante la revolución de 1934, junto con el inicio de una destrucción sistemática de la Iglesia, en sus personas y en las formas de su presencia pública –desde el patrimonio artístico hasta sus obras caritativas o sociales–, desde los primeros días de la guerra civil, han permitido llegar a la conclusión de la existencia entonces de programas «políticos» destinados a conseguir la desaparición de la Iglesia de la nueva sociedad española.

El primer año de la guerra, comenzada en julio de 1936, se convirtió así en un periodo de persecución absolutamente extraordinaria en que se buscó la muerte de aquellas personas que eran el sostén de la Iglesia y, por lo tanto, en primer lugar, del clero; pero donde murieron también muchos religiosos y fieles laicos, particularmente aquellos que se habían significado en movimientos o actuaciones apostólicas católicas. Ello sucedió en un ambiente cargado de odio y propaganda; pero muchas veces pudo percibirse la frialdad de la decisión de matar a alguien sólo por «ser cura» y más si era apreciado y querido por el pueblo.

Las cifras globales de los muertos por el odium fidei en la guerra civil española no se conocen con exactitud, debido sobre todo a la dificultad del caso de muchos fieles laicos. La existencia de muertos por causas de otro género, políticas o personales, dificulta también llegar a precisión plena. Es posible, en cambio, conocer las cifras referentes al clero y a los religiosos: al menos 4.184 asesinados del clero secular, incluidos seminaristas, 12 obispos y un administrador apostólico, 2.365 religiosos y 283 religiosas. Así, por ejemplo, en la diócesis de Barbastro, de 140 sacerdotes quedaron 17; en Madrid murió el 30% del clero; en Toledo el 48%. En Valencia se destruyeron total o parcialmente 2.300 templos; en Barcelona quedaron dañados todos menos diez, etc.

Los procesos para el reconocimiento oficial de estos mártires de la Iglesia en España siguen su curso. Su presencia y testimonio, sin embargo, ha fundamentado el renacer de la Iglesia tras la guerra y acercado a la sociedad española la gracia de la reconciliación.

Pues su testimonio se inscribe muy nítidamente en el drama entonces vivido en España. Muchos sufrieron y murieron dedicando sus últimas palabras a Cristo Rey, único verdadero Señor, en contraposición con las pretensiones de ideologías y poderes políticos totalitarios, presentes entonces en Europa y que, en España, en formas comunistas o anarquistas, pretendieron someter sus conciencias y hacerles blasfemar de Dios y negar a Jesucristo. Otros dedicaron sus últimas palabras precisamente a la misericordia y al perdón, en imitación del ejemplo dado por Cristo en la cruz y seguido ya por el primer mártir, San Esteban. Muchos testimoniaron hasta el final su amor a la propia vocación y a la Iglesia, no queriendo abandonar su misión, permaneciendo al lado de sus hermanos en el peligro, despidiéndose de ellos con fe y esperanza firmísima de encontrarse de nuevo en la vida verdadera de los cielos.

En todo ello, dieron de muchos modos el testimonio mayor de amor al Señor, poniendo de manifiesto la grandeza de su gracia, que triunfaba en su humana debilidad, así como la hondura de las raíces de su fe, que pudo florecer así en la persecución y cuya fortaleza confortó y sostuvo la fe de muchos otros. Y dieron un testimonio decisivo de amor a los hermanos, a los amigos y a los enemigos. De este modo, su martirio se convirtió en una luz extraordinariamente necesaria para que la Iglesia, y con ella la sociedad española, encontrara en medio de tan gran oscuridad el camino de la reconciliación y de la paz.

Esta multitud de mártires constituye hasta el día de hoy para la Iglesia en España motivo de grandísima alegría y de agradecimiento al Señor, que salva a los sencillos y a los humildes, enalteciéndolos de modo admirable; que levanta al desvalido, vejado, dolorido y muerto a la gloria más grande, uniéndolo a Él mismo, la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular, en la edificación de la verdadera ciudad de los hombres, la Jerusalén que viene de arriba, lugar de libertad y de vida victoriosa sobre la muerte.

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ZENIT Staff

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