Los medios y la evangelización

Por el arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales

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DALLAS, jueves 2 de abril de 2009 (ZENIT.org).- Este es el texto de una conferencia dada por el arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales sobre el tema de «El Papel de la Comunicación de Masas en la Evangelización».

La conferencia fue pronunciada el 31 de enero en un congreso patrocinado por New Evangelization of America, en Dallas, Texas.

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Quisiera comenzar mi charla con dos citas del recientemente fallecido cardenal Avery Dulles. En la primera cita Dulles intenta penetrar en el misterio íntimo de la Trinidad: «La Trinidad es comunicación en perfección absoluta y universal, un compartir totalmente libre y completo entre iguales. Al general al Hijo como palabra, el Padre se expresa totalmente a sí mismo… el Espíritu Santo completa el proceso intradivino de comunicación» (The Craft of Theology, From Symbol to System, 1992). En la segunda cita Dulles saca las implicaciones de su comprensión de la Trinidad para la vida de la Iglesia: «Toda la tarea de la creación, redención y santificación es una prolongación de las procesiones internas dentro de la Trinidad. La Creación se adscribe al Padre, que de tal modo forma imágenes y vestigios finitos de su Hijo. La Redención se atribuye a su Hijo, que se comunica a la naturaleza humana en la Encarnación. La Santificación se apropia al Espíritu Santo que se comunica a la Iglesia, la comunión de los santos. El misterio de la comunicación divina permea, por tanto, cualquier área de la teología… Porque el cristianismo es la religión del Dios Trino, es preeminentemente una religión de comunicación» (The Craft of Theology, From Symbol to System, 1992).

He tomado estas dos ideas tan ricas como mi punto de partida, no simplemente para evocar la memoria de un gran teólogo, sino porque nos recuerdan que la comunicación no es sólo otra actividad de la Iglesia sino que es la misma esencia de su vida. La comunicación de la Buena Nueva del amor de Dios a todas las personas, como se expresó en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, es lo que unifica y da sentido a todos los demás aspectos de la vida de la Iglesia. Esto es especialmente verdad para la evangelización: la comunicación no es simplemente una dimensión de la evangelización, sin comunicación no puede haber evangelización. La proposición 38 del reciente sínodo sobre la Palabra de Dios se hace eco de esta idea: la misión de anunciar la Palabra de Dios es responsabilidad de todos los discípulos de Jesús por virtud de su bautismo. Esta conciencia debe profundizarse en cada parroquia, en cada comunidad y organización católica: deben encontrar formas de llevar la Palabra de Dios a todos, especialmente a quienes han sido bautizados pero no adecuadamente evangelizados. La Palabra de Dios se hizo carne para comunicarse a todos los hombres y mujeres; una forma especialmente privilegiada de conocer esta Palabra es encontrar testigos que la hagan presente y viva. Esta sirve para recordarnos, también, que la comunicación no es simplemente una actividad verbal sino que cada aspecto de la vida de la Iglesia puede ser y debe ser comunicativo.

Es en este contexto en el que quiero comenzar a centrarme sobre mi verdadero tema – el papel de las comunicaciones de masa en la evangelización. Los mass media y las nuevas tecnologías de la comunicación tienen un papel muy importante en la misión de comunicaciones de la Iglesia, pero, en último análisis, son sólo una parte de esta realidad comunicativa. El uso preferido del término «comunicaciones sociales» en muchos de nuestros documentos de la Iglesia nos recuerda que hay una dimensión comunicativa en cada aspecto de la vida de la Iglesia y que no debemos pensar de modo exclusivo en términos de nuestras relaciones con los mass media o los nuevos medios emergentes. A pesar de estas apreciaciones, sigue siendo verdad que los mass media – los tradicionales y los nuevos – nos proporcionan una vía privilegiada para llevar nuestro mensaje a audiencia cada vez mayores y de una diversidad de formas diferentes. Esta función ha vuelto a ser reconocida en el último sínodo – en su mensaje, los miembros del sínodo nos recordaban: La voz de la palabra divina debe encontrar eco a través de la radio, la autopista de la información de internet, los canales de circulación virtual «online», los CDs, los DVDs, los podcasts, etc. Debe aparecer en todas las pantallas de televisión, en la prensa, y en los eventos culturales y sociales.

El sínodo, no obstante, estuvo igualmente atento a los aspectos culturales de esta misión. Esta nueva comunicación, en relación con la tradicional, ha creado su propia y expresiva gramática y, por ello, hace necesario no sólo estar preparados para esta tarea técnicamente, sino también culturalmente. Quienes deseen comunicar con eficacia y con frutos deben ser competentes técnicamente así como estar plenamente atentos a la cultura del ambiente dentro del que operan. Sugeriría que hay dos dimensiones en esta requerida toma de conciencia cultural, en primer lugar, es importante que el comunicador o evangelizador conozca la cultura general de su audiencia – conocer sus preocupaciones, sus miedos y sus esperanzas; en segundo lugar, debe familiarizarse con los desafíos culturales específicos que presenta el nuevo ambiente mediático, en el que los cambios significativos en los patrones de consumo de medios encuentran su causa en los cambios en las tecnologías.

En término del contexto cultural general, querría exponer que debemos seguir abrigando esperanzas. La razón de esto es, en última instancia, teológica. La antropología cristiana, la compresión cristiana de lo que significa ser hombre, parte de la idea de que todos los seres humanos están hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto se considera como una verdad universal sobre nuestra naturaleza y no depende de si los humanos mismos reconocen a Dios o no. Habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, está arraigado en nuestra naturaleza humana el que deseemos ser amados y amar. Esta idea me da absoluta confianza en que el mensaje central del Evangelio seguirá resonando en los corazones humanos. Además, el mandamiento básico de Jesús de que nos amemos los unos a los otros y a expresar ese amor en el servicio a nuestro prójimo, especialmente nuestro prójimo más pobre, ofrece a los humanos una forma de vida que les permitirá ser plenamente humanos, y a las sociedades, prosperar.

En nuestro cada vez más secularizado Occidente, puede en ocasiones parecer que la gente sigue adelante y continúa con sus vidas sin ninguna necesidad de Dios. Si tienen alguna idea de Dios, parece más bien una imagen de un Dios que está muy lejos de la realidad de sus vidas. En los momentos buenos, la gente parece dar sentido a la vida y encontrar un propósito en las realidades del trabajo, la familia y el ocio. Hay otros momentos, sin embargo, en los que la gente se ve forzada a enfrentarse a cuestiones más profundas – esto es especialmente verdad en los momentos de la muerte y la enfermedad, en los momentos de inseguridad personal o económica o incluso en las ocasiones de profunda alegría y felicidad cuando las explicaciones ordinarias del laicismo y el consumismo se presentan inadecuadas a la tarea de dar sentido a la vida. El teólogo francés, Rene Latourelle, hablaba de estos momentos como «puntos de intersección», como momentos en los está especialmente abierta al mensaje del Evangelio.

El Papa Benedicto XVI, durante su visita a Lourdes del pasado septiembre, constataba esta actual situación y el desafío de creer en nuestras sociedades modernas. Decía: «Lo que conviene ahora es lograr una auténtica liberación espiritual. El hombre necesita siempre verse libre de sus temores y de sus pecados. El hombre debe aprender o volver a aprender constantemente que Dios no es su enemigo, sino su Creador lleno de bondad. Necesita saber que su vida tiene un sentido y que, al final de su rec
orrido sobre la tierra, le espera participar por siempre en la gloria de Cristo en el cielo. Vuestra misión es llevar a la porción del Pueblo de Dios confiada a vuestro cuidado al reconocimiento de este final glorioso» (Encuentro con la Conferencia Episcopal Francesa, Lourdes, 14 de septiembre de 2008).

Nuestra misión es llevar la Buena Noticia del infinito amor de Dios a todos nuestros hermanos y hermanas como el mayor servicio que podemos darles. Nuestra evangelización nunca tiene que ver con aumentar nuestro número o incrementar nuestra influencia sino siempre con liberar a la gente de los falsos dioses, que pueden fácilmente y de forma cautelosa invadir sus existencias. Juan Pablo II exponía el drama de esta situación al hablar sobre Europa, pero lo que decía no sólo es relevante para Europa: «En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como «el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre», por lo que, «no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria». La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera».

Además de la toma de conciencia cultural general, de la que hemos estado hablando, está también la necesidad de prestar atención a la cultura mediática específica que viene, dentro del contexto de la revolución en las tecnologías de la comunicación en curso. Estamos viviendo una época de profundo cambio en el mundo de las comunicaciones. Los comentaristas suelen hablar de una revolución digital para indicar los extraordinarios desarrollos en la tecnología de las comunicaciones de los que estamos siendo testigos en las últimas dos décadas – los ordenadores son más pequeños, más poderosos y más asequibles, la telefonía móvil ha conectado a las personas de todo el mundo, los satélites permiten la transmisión global simultánea de noticias y eventos e internet mismo ha creado nuevas posibilidades para la comunicación de información, conocimiento y enseñanzas. Sería un error, no obstante, ver estos cambios como meramente tecnológicos, también han revolucionado la cultura de las comunicaciones. Han cambiado las formas de comunicarse de la gente, las formas de asociarse y de formar comunidades, las formas de aprender sobre el mundo, las formas de implicarse en las organizaciones políticas y comerciales.

Como comunidad de creyentes comprometida en dar a conocer a todas las gentes la Buena Noticia del Evangelio de Jesucristo, la Iglesia tiene el desafío de considerar cómo buscar la comunicación de su mensaje en el contexto de una cultura emergente de las comunicaciones. Tradicionalmente, hemos pensado en los nuevos medios y tecnologías de la comunicación como en instrumentos a poner al servicio de la transmisión de la Palabra – «Evangelii Nuntiandi» caracterizaba los nuevos medios como una «versión moderna y eficaz del púlpito». El desafío hoy es comprender que las nuevas tecnologías no son sólo instrumentos de comunicación sino que afectan profundamente a la misma cultura de las comunicaciones.

Los comentaristas precisan que la «comunicación digital» está marcada por la multi-medialidad (los usuarios de los nuevos medios suelen estar conectados simultáneamente a diversas formas de medios), inter-medialidad (la convergencia e integración de diversos tipos de medios) y la portabilidad. La unión de estos fenómenos ha trasformado los patrones de uso consumo de medios. Mientras que en el pasado tendíamos a ver al lector, al oyente, al espectador como pasivos de un contenido generado de modo central, está claro que hoy debemos comprender que la audiencia está más implicada selectiva e interactivamente con una amplia serie de medios. La lógica de las comunicaciones ha cambiado radicalmente – el enfoque en los medios ha sido sustituido por una concentración en la audiencia que es cada vez más autónoma y deliberativa en su consumo de medios.

Indudablemente, los nuevos medios ofrecen a la Iglesia una mayor oportunidad de diseminar la Palabra de Dios de modo más amplio y directo. Es posible, usando las nuevas tecnologías, presentar el mensaje intemporal del amor de Dios a su pueblo de formas más atractivas y que puedan llegar a nuevas audiencias. Necesitamos estudiar y comprender los nuevos patrones de uso de los medios y cómo afectan a la formación de la opinión pública. Necesitamos comprender mejor cómo las diferentes audiencias escuchan y comprenden nuestro mensaje. Debemos, con razón, estar siempre atentos al contenido de nuestras enseñanzas, hoy debemos estar más atentos a nuestra audiencia, o a las múltiples audiencias a las que nos dirijamos, y comprender sus preocupaciones y cuestiones. Necesitamos comprender mejor, y tener en cuenta los contextos y ambientes en que encontraremos la Palabra de Dios. La aparición de internet como un medio interactivo, donde los usuarios buscan unirse como sujetos y no sólo como consumidores, nos invita a desarrollar formas dialógicas más explícitas de enseñanza y presentación.

La Palabra de Dios forja comunidades de creyentes. La proclamación de la Palabra de Dios en la edad digital requiere que estemos atentos a la importancia de las comunidades y redes digitales. Estas comunidades se forman por la implicación activa y las aportaciones de los participantes que las crean. Debemos dar la posibilidad a los creyentes de nuestro tiempo de llevar la Palabra Eterna a estas nuevas comunidades; debemos formarlos para que puedan salir al paso a las cuestiones y necesidades de sus contemporáneos. En su recientemente publicado Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Benedicto se dirigía especialmente, aunque no exclusivamente, a la generación digital. Confiaba la evangelización del continente digital a los jóvenes católicos: Recae, en especial, en los jóvenes, que tienen una afinidad casi espontánea con los nuevos medios de comunicación, el asumir la responsabilidad de la evangelización de este «continente digital». También les alertaba para estar atentos a la cultura específica de este continente: la proclamación de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere un profundo conocimiento de este mundo si las tecnologías van a servir a nuestra misión de modo adecuado.

Este «continente digital» es virtual, con dimensiones que no son físicas pero al que casi un tercio de todos los seres humanos – sobre todo jóvenes y niños, pero también ciudadanos comunes, científicos, académicos y hombres de negocios – llegan juntos para buscar información, para expresar sus puntos de vista y crecer en conocimiento. En esta tierra de nadie de tiempo y contenido compartido, los individuos encuentran a otros individuos, comunidades, asociaciones e instituciones. Los viejos medios de comunicación se integran en un nuevo paradigma de interacción: libros, prensa, radio, películas, televisión, refuerzan sus contenidos y se hacen eco a través de internet.

Allí son reinterpretados por millones de personas que recrean y transforman los mensajes dándoles nuevos significados propios y compartiéndolos con otros. Dios y la religión no están excluidos de esta mediaesfera; es exactamente al contrario, ambos tienen un nuevo papel social en ella, y están sujetos a debate en una especie de «búsqueda de significado» global. La Iglesia es parte de este coro, una voz entre otras, que proclama la imagen de Dios que es Nuestro Señor Jesucristo revelado en el Evangelio.

La Iglesia ya se ha establecido en este continente. La S
anta Sede, muchas conferencias episcopales y diócesis y un significativo número de parroquias, órdenes religiosas y organizaciones católicas tienen sus páginas web. Muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos están presentes en la web con sus blogs, podcasts y contenido visual. Otros han desarrollado páginas web que promueven la espiritualidad, la justicia, el cuidado del medio ambiente y la promoción del valor de la vida. Hay incluso una red social desarrollada específicamente para católicos, XT3.com, así como muchas presencias personales e institucionales en las bien conocidas redes sociales. La Iglesia está presente, pero sólo estamos al principio de un viaje. Es necesario que desarrollemos una presencia más estratégica e integrada. Debemos avanzar juntos para asegurar una presentación más eficaz, articulada y cohesiva de la Buena Nueva. Debemos impulsar la comunión entre las miles de iniciativas que ya están surgiendo. Cada uno tiene su propio carisma y criterio particular, pero cada uno está llamado a reflejar la misión universal de la Iglesia. La nueva cultura digital ha reforzado la posibilidad de establecer redes y está llevando a diversas formas de colaboración; la Iglesia siempre se ha considerado a sí misma como una «red». En las mejores redes, cada nodo sigue siendo él mismo pero se integra en una unidad mayor a la que contribuye mientras es apoyado y complementado por las aportaciones de otros nodos.

A este respecto deseo destacar un proyecto que se está desarrollando actualmente en colaboración con el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales. Intermirifica.net es una nueva base de datos, de acceso universal, de emisoras y productores de radio y televisión católicos. Esta base de datos será interactiva de modo que los usuarios registrados puedan actualizar su propio perfil. El objetivo es ayudar al personal de los medios católicos a estar en red unos con otros a través de una base de datos centralizada y, en parte, manejada por el usuario. La página todavía está en pruebas y ha sido traducida al inglés y al francés, y se espera que lo sea a otras lenguas. Se espera también expandir la base de datos incluyendo listas del podcast católicos, nuevas agencias, periódicos, y los departamentos de comunicación de las universidades católicas.

Quisiera concluir mi discurso comentando la reciente iniciativa de la Santa Sede de lanzar su propio canal en Youtube. Este acontecimiento, que ha atraído una extraordinaria atención de los medios, es sólo un ejemplo de cómo la Iglesia considera los nuevos medios como un modo de comunicar su mensaje al mundo. Me sorprendieron algunas reacciones a esta iniciativa. Uno de mis colegas afirmó que pensaba que el Papa «se estaba dejando llevar» y que la iniciativa estaba «por debajo» de él. Creo que esta actitud traiciona una falta de toma de conciencia de esta iniciativa; no se trata de un «salto a los medios» para atraer la atención sino de un esfuerzo sincero para llevar el mensaje del Papa a uno de los lugares donde los jóvenes, especialmente, se encuentran. Les proporciona acceso directo a su presencia y a su enseñanza. Sólo los últimos Papas han hecho grandes peregrinaciones a cada rincón de nuestro mundo; no debería sorprendernos que el Papa esté llegando a los rincones del mundo digital en su determinación de llevar la Buena Nueva a todos. Esta iniciativa también representa un esfuerzo para llegar al mundo de la «inter-actividad», el nuevo servicio permite a quienes visitan la página poner comentarios. Aunque estos comentarios no sean publicados y no sea todavía posible responderlos; serán estudiados con atención y ayudarán a la Iglesia a escuchar nuevas voces.

La Iglesia tiene el compromiso de implicarse en los nuevos medios y en la nueva cultura de la comunicación que está surgiendo. Debemos estar dispuestos a aventurarnos con fe y sin complejos para aprender mientras viajamos. El compromiso de salir al encuentro de los demás requiere que estemos dispuestos a cambiar para ser más elocuentes y testigos más auténticos de la fe que proclamamos. La evangelización de los medios y por los medios no puede tener lugar sin una «metanoia» o conversión de nuestras vidas. La observación frecuentemente citada de Marshall McLuhan – el medio es el mensaje – es totalmente pertinente en este contexto. «De lo que rebosa el corazón, habla la boca. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro de bondad» (Mateo 12, 34-35).

En este año de San Pablo, debemos estar atentos al ejemplo del Apóstol de las Naciones, cuyo compromiso por la proclamación de la Buena Nueva a todos los pueblos le llevó no sólo a viajar sin descanso sino también a esforzarse por comprender a aquellos que quería evangelizar.

«Siendo libre, me hice esclavo de todos para ganar al mayor número posible. Me hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley, con los que están sometidos a ella – aunque yo no lo estoy – a fin de ganar a los que están sometidos a la ley. Y con los que no están sometidos a la Ley, yo, que no vivo al margen de la Ley de Dios – porque estoy sometido a la Ley de Cristo – me hice como uno de ellos, a fin de ganar a los que no están sometidos a la Ley.

Y me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a todos, para ganar por los menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes» (1 Corintios, 9, 19-23).

Traducción del original inglés realizada por Justo Amado

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ZENIT Staff

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