Los motivos de la oposición a la beatificación de Carlos de Austria

Entrevista a Giuseppe Dalla Torre, rector de la Libre Universidad Maria Ss. Assunta – Lumsa de Roma

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ROMA, viernes, 7 enero 2005 (ZENIT.org).- Según el professor Giuseppe Dalla Torre, las polémicas suscitadas por la beatificación de Carlos I de Austria (1887-1922) son fruto de una época caracterizada por la secularización, que mira con miedo a una Iglesia «madre de santos».

Dalla Torre, rector de la Universidad Lumsa de Roma, presenta el perfil humano, familiar y espiritual del emperador, proclamado beato por Juan Pablo II el pasado tres de octubre en medio de polémicas que, según Dalla Torre, respondieron a un desconocimiento de su figura.

Dalla Torre es catedrático de derecho eclesiástico y ha escrito libros sobre aspectos histórico-jurídicos de la santidad.

Su último libro es «Carlos de Austria. Retrato Espiritual» («Carlo d’Austria. Ritratto spirituale»), de la Editorial Ancora, en el que profundiza estos aspectos.

–Carlos de Austria ya es beato: ¿por qué originó tanta polémica esta beatificación?

–Dalla Torre: Creo que las razones de las polémicas han sido diferentes, pero querría observar ante todo que estas polémicas han surgido no sólo con ocasión de la beatificación. También se dieron en el pasado, comenzando por los años posteriores a la muerte de Carlos, cuando se empezó a hablar de introducir la causa de beatificación.

Por cuanto atañe al pasado, no hay duda de que las polémicas sobre la causa canónica fueron alimentadas por una opinión pública laicista y anticlerical, difundida en muchos países europeos; una opinión pública que fue sustancialmente la misma que impidió a Carlos llevar a cabo sus proyectos de paz al exterior y de reformas dentro del imperio austrohúngaro, y que lo condujo a la pérdida del trono, al destierro, hasta su precoz muerte en tierra extranjera.

Muerte que también ocurrió a causa de las condiciones de extrema dificultad económica, y de abandono de todos, por las que atravesaron Carlos y su familia. Se trató de una página que no hizo honor a las potencias europeas y que queda así en el libro de la historia.

En definitiva, se lanzaron contra Carlos las flechas de todas aquellas fuerzas ideológicas, masonería incluida, que quisieron el fin de Austria en cuánto Estado católico y que vieron en el joven emperador una especie de encarnación del modelo detestado de soberano católico.

En estas polémicas entraron en juego también motivos de más bajo calibre, como una actitud cultural hostil de una parte influyente de la opinión pública italiana, que mantuvo por mucho tiempo impresos en la memoria el recuerdo de Austria como enemigo histórico de Italia.

–Pero se han dado también objeciones más recientes.

–Dalla Torre: Sí, ha habido también objeciones más recientes, que han aparecido con particular viveza con ocasión de la beatificación. Entre estas, la hostilidad a la «política» de las canonizaciones que caracteriza al pontificado de Juan Pablo II, mal soportada por algunos que ven en ella, en estos tiempos de secularización, una especie de despertar de la Iglesia «madre» de santos, como diría el escritor italiano Alessandro Manzoni. Se da también la acusación contra Carlos de haber sido políticamente incapaz, casi como si el juicio de la Iglesia concerniera la capacidad política y no la heroicidad de las virtudes y la ejemplaridad de la vida cristiana.

Pero se ha llegado hasta a la infundada e infamante acusación de haber tenido una vida disoluta. Quiero desear que esta acusación haya venido por simple ignorancia histórica. Una ignorancia que ha llevado a confundir a Carlos con su padre, el archiduque Otón Francisco, cuya vida conoció experiencias moralmente censurables. En todo caso, este hecho demuestra, una vez más, que también pueden nacer santos de personas que no sean tan recomendables.

–¿En qué aspectos la vida espiritual de Carlos se salió de lo común?

–Dalla Torre: Pienso sobre todo en el hecho de que concebía toda su vida cotidiana –tanto la privada como la familiar y pública– en una perspectiva de fe. Gracias a ella Carlos tradujo cada acción en oración y cada determinación en constante sumisión a la voluntad del Dios.

Su sensibilidad ante el mal que atraviesa el mundo lo indujo a ofrecer cada prueba –de las más pequeñas hasta aquellas más graves y extremas– por las culpas no sólo propias, sino también de los demás.

Tuvo una particular devoción por el Santísimo Sacramento, como demostró hasta los últimos días de su vida. Su vida también manifiesta el desarrollo de una espiritualidad conyugal y familiar fuera de lo común, de extraordinaria actualidad en un tiempo como el nuestro, que ha reducido matrimonio y familia a meros lugares de utilidades personales.

–El milagro que ha hecho posible la beatificación ha ocurrido en Brasil, tierra lejana del contexto en el que vivió Carlos de Austria, ¿hay allí una particular devoción al beato?

–Dalla Torre: No estoy capacitado para responder al respeto, pero no me maravilla una difusión en otros continentes de la devoción por el beato.

Como ocurre con cada fiel que ha tocado las cumbres de la perfección espiritual y ha dado ejemplo de santidad, el testimonio de Carlos no está vinculado a un lugar, a una comunidad, a una realidad cultural, sino que tiene alcance universal.

A través del ejercicio de las virtudes y de un itinerario espiritual de conformación con Cristo, el último emperador de Austria mostró a todos –europeos o no europeos– que es posible emanciparse de los condicionamientos, de las debilidades y de los vicios, realizar completamente la propia humanidad y aspirar a las cumbres de la santidad.

–¿Por qué le parece positivo el que se beatifique a políticos?

–Dalla Torre: El Concilio Vaticano II ha llamado la atención claramente sobre la vocación de todos los fieles a la santidad: así pues no sólo de los sacerdotes o de los religiosos, sino también de los laicos.

Y si los beatos y los santos son propuestos por la Iglesia como modelos a imitar, me parece completamente normal, más bien necesario, que también haya beatos y santos laicos, modelos de una perfección espiritual conquistados en la vida ordinaria: en familia, en el trabajo, en la cultura, en el tiempo libre, y por lo tanto también en el compromiso social y político. ¿No definió acaso Pablo VI el compromiso político como una forma más alta de caridad?

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ZENIT Staff

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