Los obispos de R. D. Congo reclaman el papel de la ONU para salir de la guerra

Piden su patrocinio en una Conferencia Internacional sobre la Región de los Grandes Lagos

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KINSHASA, jueves, 26 febrero 2004 (ZENIT.org).- Reconociendo la misión que hasta el momento ha desempeñado el organismo internacional en el país africano, los obispos de República Democrática del Congo han solicitado a la ONU un esfuerzo mayor para ayudar a poner fin al trágico conflicto que estalló en 1998. Es la guerra «más sangrienta que ha conocido el continente africano», con «tres millones de muertos y un millón y medio de desplazados», dicen los prelado en una carta al secretario general de la ONU, Kofi Annan –fechada el 14 de febrero pasado–, de la que se ha hecho eco la agencia «Fides» de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos.

«Algunos la llaman, justamente, la primera guerra mundial africana; no sólo porque están implicados nueve estados africanos con sus respaldos occidentales, sino porque esta guerra afecta a los intereses vitales del continente», denuncian los obispos congoleños.

«De hecho, las riquezas por las que se combate en la República Democrática del Congo, ciertamente propiedades inalienables del pueblo congoleño, forman parte del patrimonio africano –observan–. La explotación racional de estas riquezas permitiría, sin lugar a dudas, resolver numerosos problemas del continente».

De ahí que «el daño inferido a la República Democrática del Congo sea también contra el pueblo africano y por lo tanto contra toda la humanidad».

En su carta al secretario general de la ONU, Los obispos denuncian la «impresionante cantidad de armas que alimentan los conflictos en la región de los Grandes lagos» y el tráfico de armas ligado «a la explotación fraudulenta de la madera, café, diamantes, oro y coltan».

Advierten que es evidente «que los países agresores son utilizados por potencias extranjeras que proporcionan apoyo político, financiero y militar».

Igualmente constatan «la persistencia de los combates» en la región oriental del Congo a pesar de los acuerdos entre gobiernos y beligerantes.

Por ello, es «indispensable la firma oficial de una declaración que ponga fin a la guerra por parte de los beligerantes», reclaman los prelados congoleños.

«Esta declaración –subrayan– debe prever sanciones para todos aquellos que continúen con las hostilidades. Fuera del ejército regular no se debe dar ninguna legitimidad a otros grupos armados».

«Habiendo emprendido el camino para resolver la crisis interna, aún de modo parcial, la Conferencia Episcopal del Congo estima que ha llegado el momento de tener la conferencia internacional sobre la región de los Grandes Lagos bajo el patrocinio de las Naciones Unidas y de la Unión Africana» –se lee en la carta–, una conferencia que debe llevar a «la firma de un pacto de no agresión entre los Estados de los Grandes Lagos».

Además, para dar nueva esperanza al pueblo congoleño, el episcopado del país africano pide a la ONU que promueva una cumbre para poner fin a la explotación indiscriminada de los recursos congoleños.

Propone igualmente la institución de un Fondo internacional de solidaridad para «compensar los daños sufridos en el país desde 1994», un fondo que «no anula las obligaciones de justicia y de reparación que se deben imponer a los países agresores por los daños infligidos al pueblo congoleño».

Para reducir al mínimo las posibilidades de una guerra con los Estados limítrofes, los prelados solicitan finalmente a las Naciones Unidas favorecer la creación de una mesa de concertación permanente entre los jefes de Estado de Ruanda, Burundi, Uganda y República Democrática del Congo.

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ZENIT Staff

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