Los pobres son esperanza

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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VER

Es frecuente que, para lograr éxitos, avances, logros, triunfos y superación, se acuda a personas con poder político o económico, a quienes tienen estudios universitarios y relaciones públicas, no a los pobres. A éstos se les utiliza, se les hace a un lado, se les desprecia, se les descarta. Se les dice: ¡Tú qué sabes, tú que puedes, tú no sirves para nada, tú no has estudiado, qué me vas a enseñar! Y con esta actitud prepotente y orgullosa, se menosprecia su sabiduría, su experiencia, sus valores, su espiritualidad.

Por ello, muchos pobres ponen todo su empeño en que sus hijos vayan a la Universidad, que tengan un título, que ganen dinero, aunque pierdan sus raíces culturales y religiosas, aunque prescindan de los buenos consejos que en su pueblo les dieron sus padres, sus abuelos y los ancianos. Pareciera que sólo vale quien tiene mucho dinero, aunque sus costumbres sean dudosas o negativas.

A muchos no se nos ocurre pedir un consejo a un campesino pobre, a un indígena, a un obrero, a un anciano. Sólo vemos por encima sus carencias, sus pocas e incorrectas palabras, sus pocos estudios, y no descubrimos lo que llevan en su corazón, lo que han aprendido de la vida. Mi padre era un campesino, casi sin escuela, pero ¡cuánta sabiduría tenía en su mente y en su corazón! Hasta la fecha, no olvido sus palabras y sus ejemplos. Lo mismo, mi mamá y mi abuela: mujeres sabias y santas.

PENSAR

Juan Diego se resistía a cumplir la misión que le encomendaba la Virgen de Guadalupe, de llevar su mensaje al arzobispo de México, porque se sentía muy poca cosa. Proponía que la Virgen enviara a una persona conocida, principal, para que le creyeran. Pero Ella le hizo ver y sentir que era su embajador más digno de confianza, para una encomienda que transformaría la historia de un pueblo oprimido y derrotado.

El Papa Francisco, con ocasión de las fiestas en honor de la Virgen de Guadalupe en la Basílica de San Pedro, el 12 de diciembre pasado, dijo: “Nos sentimos movidos a pedir la gracia tan cristiana de que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, porque de ellos es el Reino de los cielos. Sea la gracia de ser forjados por ellos a los cuales, hoy día, el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento, o simplemente desperdicio.

Y hacemos esta petición porque América Latina es el continente de la esperanza, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.

Nuestro Señor Jesucristo es el único Señor, el libertador de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. El es la piedra angular de la historia y fue el gran descartado… Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que la Virgen nos vuelva a hablar al corazón y sus haga sentir su voz de madre, de madrecita: ¿por qué tienes miedo; acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”

ACTUAR

Seamos humildes y aprendamos a escuchar a los pobres, a los que no tienen estudios académicos, a los que parece que nada saben, a los que no cuentan. En muchos de ellos encontraremos palabras y propuestas que no nos imaginamos.

Evitemos el desprecio que muchos tienen hacia ellos, y sepamos tomarlos en cuenta. Los mismos agentes de pastoral hemos de preguntar su opinión sobre varios asuntos, y no sentirnos dueños absolutos de la verdad y del bien. El Espíritu de Dios nos puede hablar por su medio.

Que niños y jóvenes escuchen los consejos de sus padres y abuelos, y no los desprecien porque no tienen los mismos estudios que ellos. La sabiduría de su vida vale mucho más.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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