Los riesgos del relativismo

El desafío de Benedicto XVI

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ROMA, sábado, 7 mayo 2005 (ZENIT.org).- Mantener el valor de los principios morales contra la tendencia moderna al relativismo podría estar entre las prioridades de Benedicto XVI.

En la homilía del 18 de abril, durante la misa celebrada antes del comienzo del cónclave, el entonces cardenal Joseph Ratzinger se refería a las tendencias siempre cambiantes del pensamiento contemporáneo. «¿Cuántos vientos doctrinales hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento?», preguntaba. «Cada día nacen nuevas sectas y vemos realizado lo que San Pablo dice sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a conducir al error».

Al mismo tiempo, el que los creyentes mantengan los valores de su fe «suele etiquetarse como fundamentalismo», observaba. Como resultado, «el relativismo, es decir, el permitirse a uno mismo dejarse llevar por cada viento ‘doctrinal’, parece ser la única actitud que está de moda».

Contra lo que el cardenal Ratzinger denominó «una dictadura del relativismo que no reconoce nada como absoluto y que deja únicamente al ‘yo’ y sus caprichos como última medida», la Iglesia ofrece a Cristo como la verdadera medida. Además, la Iglesia ofrece a sus seguidores una fe adulta que no sigue la última tendencia y que está, por el contrario, «profundamente enraizada en la amistad con Cristo». Y sobre la base de esta amistad tenemos «la medida para discernir entre lo que es verdadero y lo que es falso, entre el engaño y la verdad».

Esta crítica del relativismo encontró hostilidad en algunos círculos. Escribiendo en el periódico británico Guardian el 20 de abril, Julian Baggini indicaba: «La elección entre el blanco y el negro que nos ofrece Ratzinger es, por lo misma, falsa. La certeza moral absoluta que él sostiene que ofrece la Iglesia es hueca».

Y el 19 de abril, el New York Times describía la homilía del pre-cónclave como «inflexible», y al cardenal mismo como «un ultraconservador» que «está a favor de una iglesia más pequeña, pero más pura ideológicamente».

Libertad en la verdad
Sin embargo, la importancia de preservar las verdades y valores perennes fue defendida por otros. En un comentario escrito para el periódico Scotsman, John Haldane, profesor de filosofía en la Universidad de St. Andrews, observaba que un elemento clave en el pensamiento del cardenal Ratzinger ha sido la convicción de que las verdades reveladas del cristianismo «nos liberan en la tierra y nos salvan en la eternidad».

La falacia del pensamiento moderno contra el cardenal nos advierte, explica Haldane, es la idea de que «la verdad se fabrica más que se descubre». En parte, observaba, esto surge de la reacción que el hombre moderno siente cuando se confronta con la idea de que somos pecadores y que esto puede conducirnos al castigo eterno. En estas circunstancias, decía el profesor, «es más confortable negar que haya pecado que arrepentirse y reformarse».

Benedicto XVI también recibió apoyo en una entrevista con el antiguo primer ministro italiano Giuliano Amato, publicada el 25 de abril en el periódico La Repubblica. Amato, un defensor de los principios seculares, observaba que la homilía del cardenal Ratzinger había incitado a muchos a comentar que ahora la Iglesia tiene un Papa conservador, o incluso reaccionario. Pero, continuaba, la crítica del relativismo está firmemente en la línea de lo que Juan Pablo II ha enseñado en muchas ocasiones cuando advertía de los peligros de una sociedad sin ideales.

Amato defendía que nuestra libertad para elegir es siempre una elección moral entre el bien y el mal, y no sólo simplemente de un bien en sí mismo. De ahí que no podamos evitar confrontar nuestra voluntad libre con la cuestión de los valores. E incluso en Europa, observaba Amato, hay un despertar de los sentimientos religiosos y de la búsqueda de valores.

El antiguo primer ministro también afirmaba que la sociedad no puede basarse meramente en una base procesal vacía que deje de lado los valores en nombre de la libertad. Amato también apuntaba que es necesario que tengamos en cuenta que Benedicto XVI dijo en su homilía durante la misa inaugural de su pontificado – en concreto, que el mensaje cristiano no se impone por la fuerza, sino por el testimonio de los valores basados en el amor. Por esta razón, añadía, no deberíamos temer una nueva cruzada que evoque recuerdos de violencia, puesto que la única arma de Benedicto XVI será la razón combinada con el amor.

La visión de Subiaco
Puede recogerse una idea más detallada de lo que el nuevo Papa tiene en mente sobre el contraste entre relativismo y valores perennes de su discurso hecho justo antes de la muerte de Juan Pablo II. El 1 de abril, el cardenal Ratzinger fue al monasterio de Santa Escolástica en Subiaco para recibir el premio San Benito a la promoción de la vida y la familia en Europa.

Durante la conferencia, el cardenal Ratzinger observó que los avances científicos nos han dado el poder de alterar incluso nuestro propio código genético y ahora vemos el mundo y a nosotros mismos no como un don que viene de Dios, sino como un producto de nuestra propia fabricación.

Con todo, nuestra capacidad para tomar decisiones morales no ha ido al paso con el progreso técnico, advertía. Más bien, ha disminuido, porque la mentalidad científica y técnica que ahora domina el pensamiento en la sociedad contemporánea confina la moralidad al reino de lo puramente personal y subjetivo. El divorcio entre nuestras capacidades técnicas y cualquier norma moral que pueda limitar las elecciones que hacemos al utilizar este poder, sin embargo, nos coloca en una situación de grave riesgo, dado el potencial destructivo de las tecnologías modernas.

El mundo hoy, indicaba el cardenal Ratzinger, necesita más que nunca la ayuda de una moralidad que influya en la esfera pública, que nos ayude a hacer frente a los graves riesgos y desafíos a que se enfrenta la sociedad. En un análisis final, observaba, las condiciones seguras que son una precondición necesaria para el ejercicio de nuestra libertad no dependen de una serie de medios técnicos, sino de fuerzas morales. Y cuando falta la moralidad, el poder del hombre se transforma en una fuerza destructiva.

Ahora tenemos la capacidad de clonar humanos, utilizar a personas como bancos de órganos para otros, y hacer armas militares de destrucción masiva. Y la filosofía predominante del racionalismo y el positivismo, que rechaza cualquier creencia moral o religiosa, rechaza los intentos de poner cualquier límite a nuestra libertad de poner en práctica lo que nuestra capacidad técnica nos permita hacer.

El cardenal Ratzinger también observaba que incluso aunque las ideas como la paz y la justicia son comunes en el discurso público de hoy, no se basan en valores morales, sino en una vaga concepción que se reduce al nivel de política de partidos. Con demasiada frecuencia estos términos se quedan al nivel de los discursos, y no se trasladan a un compromiso personal por estos valores en nuestra vida diaria.

En su conferencia en Subiaco, el cardenal reconoció la importancia de las aportaciones del pensamiento moderno a la sociedad de hoy. Pero la mentalidad secularista que suele acompañarlo no debería ignorar las profundas raíces cristianas de la sociedad, defendía. El choque cultural real en el mundo de hoy, decía, no es entre diferentes culturas religiosas, sino entre quienes buscan una emancipación radical del hombre de Dios y las principales religiones.

Eliminar cualquier referencia a Dios o a la religión en la vida pública no es una expresión de tolerancia que es una protección para los no creyentes, sino más bien la expresión de un punto de vista que quiere ver a Dios permanentemente fuera de la vida pública y dejarlo a un lado como alguna clase de residuo cultural del
pasado.

En este sentido, concluía el cardenal Ratzinger, el relativismo, que es el punto de partida de esta mentalidad secularista, se convierte en una clase de dogmatismo que cree que ha alcanzado el estadio definitivo de conocimiento de lo que la razón humana realmente es. Pero, advertía, si desterramos a Dios, la dignidad humana también desaparecerá.

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ZENIT Staff

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