Lourdes revela el amor de Dios, dice el Papa

Comparte los momentos más importantes de la visita a Francia

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 17 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- Al repasar los momentos más importantes de su visita a Francia, del 12 al 15 de septiembre, Benedicto XVI reconoció que el mensaje que dejó la Virgen María revela el amor de Dios por cada persona.

El Papa destacó junto con los peregrinos presentes en el Aula Pablo VI con motivo de la audiencia generale la trascendencia para toda la Iglesia de las apariciones de María, acaecidas hace 150 años, y agradeció la «feliz coincidencia» de que la visita coincidiera con la fiesta litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz.

«Lourdes es verdaderamente un lugar de luz, de oración, de esperanza y de conversión, fundadas sobre la roca del amor de Dios, que ha tenido su revelación culminante en la Cruz gloriosa de Cristo», explicó el Papa.

Al aparecerse a santa Bernadette Soubirous, testigo de las apariciones de la Virgen, «el primer gesto que hizo María fue precisamente el Signo de la Cruz, en silencio y sin palabras».

Con este gesto, «la Virgen dio una primera iniciación en la esencia del cristianismo: el Signo de la Cruz es la suma de nuestra fe, y haciéndolo con corazón atento entramos en el pleno misterio de nuestra salvación», explicó el Papa.

«¡En aquel gesto de la Virgen está todo el mensaje de Lourdes!», añadió

Enlazando con su mensaje a los jóvenes congregados en los alrededores de Notre Dame el pasado viernes por la noche, el Papa insistió en el mensaje de la Cruz, que «nos recuerda que no existe verdadero amor sin sufrimiento, no hay don de la vida sin dolor. Muchos aprenden esta verdad en Lourdes».

«María, apareciéndose a santa Bernadette, ha abierto en el mundo un espacio privilegiado para encontrar el amor divino que cura y salva. En Lourdes, la Virgen Santa invita a todos a considerar a a tierra como lugar de peregrinación hacia la patria definitiva, que es el Cielo», añadió el Papa.

De los momentos más intensos, Benedicto XVI destacó la procesión eucarística: «Era conmovedor el silencio de estos miles de personas ante el Señor; un silencio no vacío, sino lleno de oración y de conciencia de la presencia del Señor, que nos ha amado hasta subir a la cruz por nosotros».

Otros momentos fueron la Misa celebrada con los enfermos en la basílica del Rosario, el pasado lunes, y el encuentro con los obispos franceses, que definió como «un momento de intensa comunión espiritual».

Etapas de la visita apostólica a Francia

De la primera parte de su viaje, el décimo internacional de este pontificado, el Papa destacó el encuentro en el Collège des Bernardins, «lugar simbólico», explicó, que pone de manifiesto la imbricación entre la teología y la cultura europea, surgida en los ambientes monásticos y en la búsqueda de Dios.

«La búsqueda de Dios llevaba a los monjes, por su naturaleza, a una cultura de la palabra. Quaerere Deum – buscar a Dios, estar en camino hacia Dios, sigue siendo hoy como ayer la vía maestra y el fundamento de toda verdadera cultura», afirmó el Papa.

Destacó también el encuentro con los jóvenes en Notre Dame, así como la visita al Instituto de Francia, sede de las cinco Academias, de una de las cuales es miembro el Papa.

«En el pórtico de Notre-Dame saludé después a los jóvenes, que habían acudido numerosos y entusiastas. A ellos, que iban a dar comienzo a una larga vigilia de oración, les entregué dos tesoros de la fe cristiana: el Espíritu Santo y la Cruz», recordó.

«El Espíritu abre la inteligencia humana a horizontes que la superan y le hace comprender la belleza y la verdad del amor de Dios revelado precisamente en la Cruz. Un amor del que nada podrá separarnos, y que se experimenta entregando la propia vida a ejemplo de Cristo».

Respecto a la cuestión de la laicidad, a la que aludió durante su primer discurso en tierra francesa, el Papa advirtió que no es casual que en Francia «haya madurado la exigencia de una sana distinción entre la esfera política y la religiosa».

«La auténtica laicidad no es por tanto prescindir de la dimensión espiritual, sino reconocer que precisamente ésta, radicalmente, es garante de nuestra libertad y de la autonomía de las realidades terrenas, gracias a los dictados de la Sabiduría creadora que la conciencia humana sabe acoger y realizar», concluyó.

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ZENIT Staff

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