Madre Teresa de Calcuta: La Luz del Amor (2)

Por el padre Joseph Langford, cofundador de los Misioneros de la Caridad

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ROMA, 16 octubre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la segunda parte del texto del padre Joseph Langford, MC, quien con ocasión de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta –el próximo 19 de octubre– ha querido compartir con Zenit el secreto de la misión de la religiosa y la repercusión de su vida y su mensaje.

Junto a la Madre Teresa, el padre Langford es cofundador de la rama sacerdotal de los Misioneros de la Caridad.

Madre Teresa de Calcuta: La Luz del Amor

La misión y el mensaje de la Madre Teresa han llegado no sólo a los más pobres entre los pobres, sino a personas a mucha distancia de los suburbios de Calcuta, tal como la Iglesia proclama en este gozoso día de su Beatificación. Hoy, sus palabras representan un mensaje de consuelo para incontables personas en todo el planeta y de toda condición social. Y para todos, el testimonio de la Madre Teresa sigue siendo una conmovedora invitación a servir a los que están más necesitados que nosotros mismos.

A través de los años, y aún hoy, muchos se han sentido atraídos a hacer exactamente lo que hizo la Madre Teresa, entregando sus vidas como religiosos y religiosas en tierras de misión. Otros han sido sus «colaboradores», o «misioneros laicos», sirviendo junto a sus comunidades en Calcuta y en el mundo desarrollado, o atendiendo los frecuentemente escondidos calvarios bajo la pobreza espiritual de Occidente. Mientras que sacerdotes diocesanos de los cinco continentes han encontrado inspiración y fraternidad en el «Movimiento Corpus Christi», que ella misma fundó y amó intensamente por su gran amor al sacerdocio de Jesús.

También hay quienes, en su vida ordinaria, sienten una extraordinaria atracción hacia el ejemplo de la Madre Teresa. Aunque no estén llamados a tierras de misión ni a un ministerio formal, sin embargo forman un ejército escondido de gente sencilla, en todo el mundo, llamados a ser como la levadura en la masa. Estos son los «pequeños» escondidos del reino, insignificantes para el mundo, pero preciosos para el corazón del Padre. Estos son los pequeños –como cualquiera y todos nosotros— que tratan de vivir algo del ejemplo de la Madre Teresa de amor en medio de las cargas de sus vidas. Son escondidos portadores de la misma luz que la Madre Teresa llevó, reflejando cada uno el resplandor del Amor en su propio camino, como el sol brilla en el cristal.

Ellos, por todo el mundo, tejen pequeños milagros de amor con sus vidas diarias que, desde el carisma de la Madre Teresa, se despliegan y multiplican en todas las direcciones, como las ondas en un estanque. Estos son los sencillos de todos los caminos de la vida, desconocidos héroes de Dios, desconocidos incluso para ellos mismos, los que esparcen lejos y cerca la visión de la Madre Teresa, su mensaje, su ejemplo.

Entre estos pequeños se cuenta aún de buena gana la Madre Teresa, incluso desde lo alto. También ella, como su patrona de Lisieux, prometió pasar su cielo haciendo el bien en la tierra, inclinándose hacia los mismos «oscuros hoyos» de ladrillo y de espíritu que ella iluminó con amor cuando estaba en la tierra (como ocurrió con el milagro para su beatificación).

Cada uno de nosotros, con ocasión de su Beatificación, estamos llamados a ser uno de ellos, y uno con ella, en esta gran labor de Amor –que es de Él, no de ella–. De una forma muy real, «Algo bello para Dios», el primer libro sobre la Madre Teresa, todavía no está completo: cada uno de nosotros está aún a tiempo de escribir su capítulo final con nuestras vidas. Puede que no estemos llamados a ir a Calcuta; puede que no estemos llamados a «hacer» lo que la Madre Teresa hizo. Pero todos nosotros, sin importar dónde estemos o quiénes o qué seamos, estamos llamados a actuar «como» la Madre Teresa, a amar «como» ella amó. Como solía decir: «Lo que yo puedo hacer, tú no puedes; y lo que tú puedes hacer, yo no puedo…». Cada uno de nosotros, con nuestros propios dones, con nuestras relaciones, en nuestro lugar en la historia, podemos llegar a gente y hacer el bien de una forma que ni la Madre Teresa ni nadie en la tierra puede hacerlo. Cada uno de nosotros está llamado, de una manera especial, a actuar «como» la Madre Teresa: a hacer de nuestras vidas, como la suya, «algo bello para Dios».

En todo el mundo, de esta pequeña aunque importante manera, la «sed de Dios por el hombre y del hombre por Dios» está siendo saciada, y la misión de la Madre Teresa –«Ven, sé Mi luz»– sigue realizándose.

Y nos alegramos por y con la Madre Teresa, así como con los pobres y débiles de toda condición y lugar a quienes ella mostró el inmenso amor de Dios, y nos alegramos con los grandes y pequeños que han sido, y serán, bendecidos por ella, a quien la Iglesia beatifica.

[La primera parte de este artículo se puede leer en Zenit, 15 de octubre de 2003].

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ZENIT Staff

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