Maestros, artífices de cultura

Mensaje de la Conferencia del Episcopado Mexicano

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CIUDAD DE MÉXICO, sábado, 17 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que con la firma de su secretario general, monseñor José Leopoldo González González, ha enviado en nombre de la Conferencia del Episcopado Mexicano, al los maestros y al pueblo de México.

 

* * *

A los maestros y al pueblo de México:

Siempre hay buenas noticias y una de ellas es que todos los días millones de niños, adolescentes y jóvenes estudian en las aulas de sus escuelas para aprender a socializar y desarrollar sus capacidades.

En todo este trabajo los maestros son fundamentales y valiosos. Por ello, en su día, la Conferencia del Episcopado Mexicano felicita a todos los maestros del país y reconoce su invaluable aportación a la formación de las futuras generaciones y, de esa forma, al progreso de nuestro país, ya que sólo «a través de la educación es posible construir una cultura más participativa, representativa y respetuosa de la dignidad humana en todos los ámbitos, es decir, una cultura de la democracia»[1].

La Iglesia considera que la educación «no es una mera instrucción o capacitación; es ‘un proceso de comunicación y asimilación sistemática y crítica de la cultura, para la formación integral de la persona humana’. La educación no se reduce a ‘transmitir e interiorizar pasivamente los contenidos, sino que es necesario comunicarlos en forma sistemática y asimilarlos críticamente, para que el educando los reconstruya y se los apropie de manera inteligente y creativa»[2].

Reconocemos que el fenómeno educativo es complejo y multifactorial, pues intervienen en él maestros, sindicatos, autoridades educativas, padres de familia, el mismo entorno social y cultural. Sin embargo, los estudiantes son los actores principales en el proceso y cada uno está llamado, desde sus potencialidades y buena voluntad, a esforzarse y alcanzar el propósito de ser personas responsables, comprometidas consigo mismas, con el bien común y con la patria.

Los obispos de México somos conscientes de los enormes rezagos y dificultades que enfrenta el quehacer educativo en todo el país. La coyuntura por la que atraviesa la educación en nuestro país tiene varios aspectos que indican insuficiencias y retrasos. La cobertura a nivel nacional no es suficiente, la tasa de matriculación o inscripción a nivel nacional, para los tres principales niveles educativos; primaria, secundaria y preparatoria; es de 77%, 60% y 31% respectivamente.[3]

Se registran también altos niveles de deserción, la mayoría de las ocasiones motivada por la pobreza o situaciones extremas en el ingreso familiar, por las adicciones, la violencia, problemas de salud o simplemente por una severa y enfermiza desmotivación. La deserción se incrementa a medida que los niños y los adolescentes avanzan en sus estudios, en promedio, entre los niños de 13 años deserta el 9%, y entre los de 14 la deserción se multiplica siete veces más.[4]

La calidad de la educación es quizás el más serio de los problemas que enfrentamos. Así como no es sinónimo ir a la escuela y aprender, tampoco lo es tener un título y tener competencia profesional. Las evaluaciones comparativas de nuestro sistema educativo nos colocan siempre en los últimos lugares, aunque hay alumnos y escuelas que ganan concursos y premios fuera del país. Estas alarmas rojas son cada vez más preocupantes sin que hayamos podido pasar de la indignación al cambio. Urge una verdadera reforma educativa exenta de criterios políticos y partidistas de corto plazo. La asignación de mayores recursos para alcanzar los niveles de calidad no es suficiente para alcanzar las metas requeridas.

La realidad cruda y dura exige que todos, gobierno, maestros, padres de familia, empresarios y sociedad civil -incluida la Iglesia-, iniciemos un proceso que permita romper los círculos viciosos, detener las inercias infructuosas, generar una efectiva política de Estado en materia educativa que revalore el papel social del maestro y también la función educativa de la familia como «comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad».[5]

Ante la reciente propuesta para iniciar los trabajos tendientes a la reforma educativa en nuestro país, la Iglesia considera de la mayor importancia que todas las voces sean escuchadas, pero una de las principales será definitivamente la de los maestros. Decía Jean Piaget que «las mejores reformas fracasarán si no se dispone de maestros en calidad y número suficientes».[6]

Por lo anterior es necesario que en el debate público sobre la inminente puesta en marcha de la reforma educativa se tome en cuenta que, para superar los problemas de la educación en México, es necesaria la superación profesional y moral del magisterio a nivel nacional. Desde nuestra experiencia en el acompañamiento pastoral de la educación y el análisis a partir de nuestra realidad, consideramos que será importante tomar en cuenta acciones como:

1. Buscar los mecanismos que aseguren que, mediante concursos abiertos y transparentes, sean los mejores maestros los que ocupen los espacios de enseñanza en las escuelas.
2. Establecer de forma cotidiana la evaluación como referente para la toma de decisiones en las escuelas.
3. Incentivar seriamente la investigación como método de trabajo para elevar de manera efectiva la calidad de la educación en México.
4. Propiciar la participación de los maestros en cursos, seminarios y eventos que eleven su nivel analístico, académico, pedagógico y comunicacional, de acuerdo con los logros de aprendizaje de sus alumnos.
5. Establecer un efectivo programa de superación profesional del magisterio y un efectivo programa de estímulos y recompensas al personal docente, que se vincule al avance en el aprovechamiento de los estudiantes.
6. Nuevamente, propiciar la activa participación en la consecución de objetivos comunes de parte de toda la comunidad educativa: maestros, padres de familia, administrativos, alumnos, pero también de medios de comunicación, empresarios y organizaciones de la sociedad civil.

Enviamos nuestra bendición, y pedimos a Jesús Maestro por todos los hombres y mujeres que dedican su esfuerzo diario a la noble tarea de la educación y la formación de la persona.

+ José Leopoldo González González
Obispo Auxiliar de Guadalajara
Secretario General de la CEM

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[1] Conferencia del Episcopado Mexicano, Carta Pastoral Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, n. 353.

[2] Ibid. n. 356.

[3]Instituto Nacional para la evalucación de la educación.

[4]Instituto Nacional para la evalucación de la educación.

[5]Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 238.

[6]PIAGET, Jean, Psicología y pedagogía, 8ª ed. Barcelona, Ariel, 1981, pág. 142.

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ZENIT Staff

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